La Dómina (Tumba de Miralpeix)

La clepsidra señala la hora cuarta. Pintada como una puerta, sentada en su aposento, lejos de las ruidosas esclavas domésticas, Calcurnia se dispone a leer la epístola de su amiga, una próspera terrateniente,  la domina de un fundo en la orilla izquierda del Ebro.

De Julia a su amiga Calpurnia, saludos. Ante todo deseo que goces de buena salud y que en tu familia se encuentren todos sanos.

Siento la imperiosa necesidad de comunicarte la pérdida de mi madre. Ella nunca se habituó a esto. Su vida era el mar y Tárraco, las playas, la ciudad, el bullicio, incluso el escándalo; todo antes que el destierro en estas soledades, tras el doloroso repudio.

Aquí se es libre pero has de acostumbrarte al campo, a sus olores y sabores, a percibir el paso de las estaciones, a la terca y repetitiva naturaleza. No hay prisa, solo importa el peculio que obtienes de la última cosecha y siempre mantener el orden, el respeto que nos deben esclavos, libertos y colonos. Cualquier otra circunstancia no es reseñable.

Las exequias fueron sencillas, mandé flanquear las puertas de la villa con ramas de ciprés y lo dispuse todo para ungir el cuerpo. No estuve presente en el trágico momento, pero la esclava Ismene seguro que hizo lo apropiado, recogió su último aliento y por tres veces invocó su nombre.

Al tercer día de luto, próximo el ocaso, envueltos en un cielo granate roto por nubes altas, procedimos a las exequias. Se trasladó el cuerpo sobre su propio lecho hasta el mausoleo, lo depositamos en el conditorio con su modesto ajuar y sellamos la pieza. Frente a la tumba nos purificamos con el agua turbia del río, prendimos una veintena de teas y bajo los toldos ocres protegíendonos de la humedad, ya entrada la noche, saboreamos el banquete que en su honor habíamos dispuesto.

Detalle tumba
Detalle de la Tumba de Miralpeix en su ubicación original, tal y como podía verse cuando se encontraba inserta en una edificación contemporánea. Foto: Javier Monclús.

En mi intensísimo dolor tengo una ventaja, no hube de preocuparme por el lugar del sepelio, pues en la propiedad, tenemos una tumba, tan descuidada como majestuosa. En un mar de chopos, flanqueando la vía, la levantaron a imagen y semejanza de otra, algo menor, que se encuentra aguas abajo.

Ya sabes cómo actúan estos caballeros provincianos, uno manda erigir un mausoleo y los demás, por no ser menos, aprovechan la presencia de arquitectos y canteros, en la comarca, para edificar los suyos. Por estos lares el peculio se dilapida en la ostentación, de los vivos o de los difuntos.

Mi padre hizo todo lo posible para alejarnos de la ciudad, de esa loba, de esa liberta infame que lo maneja. Por ello, y esto no es común, otorgó la posesión de este lejano fundo a mi madre. Él lo recibió en virtud de un legado, aunque en realidad es fruto de alguna deuda o favor generado por su actividad política. Estamos lejos de todo, mal comunicadas, abandonadas, en una tierra baja salpicada de lagunas salobres atestadas de patos, zampullines, chorlitejos y cigüeñuelas desde que nos acompaña el invierno.

Cuando llegamos todo estaba descuidado. He reparado la cubierta de la tumba, he repuesto el jardín que le da acceso, he tenido que sustituir la bóveda del conditorio, pero ya no tengo dinero para un mosaico. Mas adelante tendré que pintar la cámara. En el gran arco del techo ordenaré que se recree, como le gustaba a mi madre, la bóveda celeste. En la pared del fondo, sobre tonos rojizos, prefiero una decoración de aves, faisanes y garzas, en la pared lateral “las tres gracias” y en el otro muro entreabierta,” la puerta del Averno”. Al fin y al cabo, lo más importante de la villa es, para mí, este mausoleo y disponer de tiempo para seguir leyendo.

La honda pena que me sobrecoge la voy paliando con opio, me relaja y me transporta en mis sueños, pues el vino, aun el de mi casa, no me sienta bien; al cabo de una horas decaigo y reviento en un llanto irrefrenable.

Poco me importa el resto de la finca. Es tedioso tratar con colonos y libertos, aquí preciso pocas cosas. El peculio lo obtengo casi en exclusiva de la venta del azafrán, de los barrillos para hacer sapo (jabón) y de las plantas aromáticas; otros vecinos venden, sal, aceite, vino, higos secos…, pero no preciso tanto.

Quiero agradecerte el envío de los ungüentos. Es curioso que esta propiedad aporte algunos de los ingredientes necesarios para su elaboración.

Tumba de Miralpeix
Tumba de Miralpeix en su ubicación actual 

Para mantenerme serena y sosegada, he hecho mío el epigrama del bilbilitano Marcial:

Las cosas que hacen la vida más feliz, son estas:

Una hacienda conseguida no a fuerza de trabajar, sino por herencia;

un campo no desagradecido, un fuego perenne;

nunca un pleito, pocas veces las formalidades, una mente tranquila;

unas fuerzas innatas, un cuerpo sano;

una sencillez discreta, unos amigos del mismo carácter;

unos ágapes frugales, una mesa sin afectación, una noche sin embriaguez, pero libre de preocupaciones;

un lecho no mustio y, sin embargo, recatado;

un sueño que haga fugaces las tinieblas;

querer ser lo que se es y no preferir nada;

ni temer ni anhelar el último día.

Hago continuas plegarias por tu salud y para las personas de tu familia. Adiós.

Nonas de Febrero. Año II del Emperador Juliano (362 d C).

 

No han transcurrido tres meses y el correo lleva nuevas de Tárraco a ese rincón salpicado de villas, tumbas monumentales y lagunas saladas.

De Calpurnia a Julia, querida amiga, saludos y ante todo buena salud. Mi esposo, mi padre y mis hijos también te saludan.

Siento una profunda angustia por la muerte de tu madre, mujer honesta, contenida y afable, matrona romana, digna hasta el final, que sin duda disfruta de la eterna primavera en el Elíseo.

A propósito, nada me cuentas sobre tus vecinos, los caballeros de los fundos próximos. Nada sé de tus anhelos, de tus deseos. Comprendo que es muy pronto pero sorprende que una mujer como tú se haya refugiado en la lectura de los documentos jurídicos que su padre almacenó en esa villa.

Ya me conoces. Sigo coleccionando seda para mí y hachís para mi marido, cada vez estamos más distantes, la política está arruinando nuestras vidas. La ciudad está hecha un cenagal.

Tu padre y mi marido, siguen cultivando su amistad, comparten lazos espirituales a través de Mitra y también numerosos negocios. Son cada día más ricos, más poderosos, pero quienes nos rodean, en igual medida, más pobres. Se abandonan más niños que de costumbre, se cierran negocios, la gente se ahoga en sus deudas, muchos abandonan la ciudad y se reinstalan en predios lejanos, hay menos productos en el mercado. Ahora lo único que abunda son los cristianos.

Estos, en privado, nos tildan de paganos y seguro que terminan cercenando nuestras costumbres. Las mujeres somos aún muy libres. Ahora podemos repudiar al marido y provocar el divorcio, contratar y heredar, la figura del tutor es testimonial, pero esto se derrumbará cuando nos impongan sus criterios morales. La indisolubilidad del matrimonio, verdadero caballo de Troya, acorralará a la mujer en el territorio del hogar, al tiempo que desesperada, percibírá desde su ventana como terminan por disolverse sus libertades.

También han lanzado un ataque contra la propiedad privada, pero ellos no dudan en acumular predios rústicos y urbanos, edificios y todo lo que les han concedido ya las autoridades. En este tiempo “de crisis”, si el Emperador no lo remedia, serán los galileos los únicos beneficiados.

A propósito no sé cómo vas a decorar el exterior de la Tumba, aquí se utiliza mucho el azul combinado con el rojo y el verde para las columnas, el entablamento y el frontón.

Que atesores el favor de los dioses, cuida tu salud. Adiós.

Idus de Abril. Año II del Emperador Juliano.

Nicolás Bordonaba Benito

tumberos

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