Juegos de manos…una de romanos

Si le quieres leer, léele, y si no, déjale, que no hay pena para quien no le leyese. Si le empezares a leer y te enfade, en tu mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso.”

Francisco de Quevedo. ” Los Sueños”. El alguacil alguacilado.

Adherbal nació más allá de las Columnas de Hércules, en Lixus (Larache). Era nieto e hijo de alfareros, orfebres del barro que producían las ánforas para el transporte de salazones, cotizado producto que se obtenía manipulando los plateados atunes del Atlántico.

Mastanabal vio la luz dos años después, en la casa, estrecha y alta, de un comerciante de tejidos, desde cuya azotea se ve y se huele el puerto de Cartago.

Jóvenes y robustos coincidieron en la isla de la sal, Ibiza. Lugar común para segundones adinerados que, por aquellas fechas, tenían como única y mejor empresa servir en el multiétnico y multicolor ejército púnico.

Allí, en la “Puerta del Paraíso”, en el solar de la Diosa Tanit “la más promiscua, la que mejor pare”, no sólo aprendieron tácticas militares y a odiar a los romanos sino que, como tantos otros, forjaron una estrecha camaradería.

Bajo las parras, durante los atardeceres infinitos, el pescado asado sobre carboncillos, la cerveza y los opiáceos locales hicieron las veces de cálida estera sobre la que, una y otra vez, desplegaron con ardor el juego de sus cuerpos morenos mientras, sin pretenderlo, ataban sus almas.

Sin previo aviso Anibal enloqueció. Sagunto ardió con la celeridad de un puñado de paja y el Senado de Roma, en contrapartida, ordenó trasvasar esclavos de las minas a las bancadas salobres de sus naves de guerra, con velas cuadradas.

Todo se precipitó con la contienda. Mientras el ejército cartaginés cruzaba el Ebro, arrastrando una treintena de elefantes, la camada ibicenca recalaba en Gades para ocupar el vacío que había dejado tras de si la fuerza expedicionaria.

En aquella ciudad sureña los jóvenes oficiales contrajeron matrimonio con princesas iberas, rehenes de largos cabellos con brazos tatuados y cuellos atiborrados de joyas; la sutil y vieja argucia de Cartago para fidelizar a sus aliados. Tras la ceremonia, una liturgia oficial exenta de romanticismo, los esposos, sin mirar atrás, partieron ansiosos hacia sus destinos.

Esta guerra total, que hizo saltar los goznes de la Historia en el Mediterráneo, que se llevó por delante a Arquímedes en el sitio de Siracusa, también salpicó nuestra comarca.

En el 211, año en que Cneo Fulvio Centumato Maximo y Publio Sulpicio Galva eran cónsules, hubo mucho trasiego entre el Regallo y el Matarraña, en las tierras de los ositanos.

Un atardecer, mientras el Sol y la Luna hacían equilibrios en el cielo naranja y una jineta, de larga cola listada, se deslizaba entre los matorrales que visten los cabezos, Mastanabal y sus jinetes númidas asoman sobre una desdibujada senda.

Al fondo, dos de aquellos villorrios ositanos; a sus pies, una laguna salpicada de garzas y patos; a su derecha, el campamento cartaginés que a estas horas ya chisporrotea.

Envueltos en el dulce olor a sirle( sirrio ), el destacamento de caballería cruza los corrales. Luego, a pié, van sorteando las hileras de carros cargados con la panoplia militar y al flanquearlos perciben el aroma que emana de los hornos del pan. Los númidas se dirigen al asiento de sus correligionarios, junto al río, al tiempo que Mastanabal entra en la tienda de oficiales.

El cubículo es un caos con perros, un universo masculino que, sin mucho acierto, tratan de ordenar una decena de esclavas. Sobre largos tableros se ofrecen jarras de agua, odres con vino y fuentes de bronce atestadas de viandas.

Aún no ha probado el queso, ni el pan con miel, ni siquiera el pollo escabechado cuando Magon, hermano menor de Anibal, héroe de la caballería en Trebia y Cannas, irrumpe en la estancia con su séquito.

Mientras crece el silencio, el general se apodera del centro de la tienda y tras beber un buen trago de agua, pronuncia una arenga ante sus oficiales.

Les insta a sacar el mayor rédito posible a las actuales circunstancias. Señala, con vehemencia, que masacrados Publio y Cneo Scipion ha llegado el tiempo de aniquilar a los romanos en las tierras de Iberia.

Así, ordena cruzar el Ebro por los vados y ,con el auxilio de los ilergetes, cerrar la tenaza sobre las unidades legionarias de reserva que comanda Tito Fonteyo. Unas tropas que, si bien estarán reforzadas por los numerosos supervivientes de las escaramuzas del sur, están faltas de moral y además, con toda seguridad, ya habrán sido hostigadas por el ejercito de Asdrúbal, quien en estos momentos, según le informan los correos, está atravesando el río por el delta.

Al considerar que la empresa sólo necesita arrojo y que esa cualidad les sobra a los oficiales presentes, él ha resuelto volver al Guadalquivir para reagrupar contingentes de refresco, principalmente mercenarios celtibéricos, que puedan ser enviados en auxilio de Anibal en Italia.

Durante la diatriba, Mastanabal ha distinguido a Adherbal entre el séquito de Magon. Se intercambian miradas al tiempo que inevitablemente brotan los recuerdos. Cuando el general salga esa noche de la tienda de oficiales los dos amigos no volverán a verse jamás.

Esa madrugada se levanta el campamento y el ejercito púnico se estira para vadear el Ebro, pero Mastanabal no les acompaña, debe terminar su cometido, apresar y dar muerte a los traidores, bandoleros ositanos que han prestado apoyo a los romanos, quienes huyendo de la aniquilación han caído por estas latitudes con la pretensión de cruzar al otro lado del rio para reagruparse con las unidades de Tito Fonteyo.

El oficial, como ya hizo en jornadas anteriores, rastrea el territorio, comprueba que el villorrio de los ositanos rebeldes ya ha sido arrasado y además ordena derribar la estela de piedra labrada, orgullo del clan, que marcaba sus lindes.

Tan sólo cuatro días después, un tibio atardecer, en la ribera de un rio, teniendo a la espalda un imponente cinglo, la partida de bandoleros dirigida por Baneba y Atinbelaur, padres de familia, dueños de tierras y caballos, amos de esclavos y reconocidos jefes de los clanes ositanos, sorprenden a sus tenaces perseguidores.

Las lanzas buscan los cuerpos enjutos de los númidas. Hablan los puñales y quien puede huye. Junto a la orilla, entre junquillos y barro, Mastanabal comprueba que el hierro de las falcatas quema y tiene un sabor amargo.

En la II Guerra Púnica las alianzas fueron excesivamente volátiles, el socio de hoy era mañana un encarnizado enemigo.

De hecho, las pretensiones de Magon no se cumplieron. Al otro lado del río no parece que hubiera fieles aliados. Los ilergetes no aparecieron y las fuerzas de reserva de Tito Fonteyo, contra pronóstico, derrotaron en un primer envite a Asdrúbal y luego a las fuerzas de Magon, en dos lugares aún por determinar en la margen izquierda del Ebro.

Además, en esa misma campaña, Roma, sabedora del peligro, envió una fuerza de socorro. El destacamento de Cayo Claudio Nerón aseguró la posición de los romanos, quienes vuelven a rechazar al aún imponente ejército de Asdrúbal. Se escribía a ambos lados del rio el principio del fin para las fuerzas cartaginesas en Iberia.

Mastanabal cayó degollado en las tierras de los ositanos del Ebro, en un recodo del Guadalope. Su amante Adherabal tampoco puede decirse que tuviera una muerte gloriosa. Tras seguir como un lebrel a su General, por el tablero de la contienda, una mañana, en Liguria, en un cobertizo de las afueras de Génova, murió temblando de fiebre a causa de una enfermedad venérea. A su lado, triste y solo, quedó Micipsa, un númida que siempre le fue fiel.

¿Que es la vida? Un frenesí. 1195.

¿Que es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño

que toda la vida es sueño

y los sueños,sueños son. 1200.

Calderón de la Barca. “La Vida es sueño”. Jornada segunda, escena decimonovena. Segismundo 1195-1200.

Nicolás Bordonaba

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