Mario Martín Gijón. «Los (anti)intelectuales de la derecha en España. De Jiménez Caballero a Jiménez Losantos». RBA.Octubre 2011
Mario Martín es Doctor en Filología Hispánica y actualmente imparte clases como profesor en la Universidad de Extremadura. El punto de partida de su libro es muy simple: el intelectual debe cuestionar la realidad o no puede ser considerado tal. Así, la figura del intelectual, tal y como la conocemos, nace en Francia al calor de las ideas de la Ilustración y suele desplegar su plena eficacia en los campos abonados del pensamiento de izquierdas. El intelectual de derechas, por regla general, no cuestiona la realidad sino que lo que tiende es a justificarla, emparentándose con demasiada frecuencia con la figura del mero propagandista. Esta dicotomía entre el intelectual, crítico y de izquierdas, y lo que él llama “antiintelectual”, de derechas pero crítico, es la que le sirve para articular un recorrido sosegado por la escena política y cultural española del último siglo. Aunque en su relato, inevitablemente, acabe adquiriendo demasiado protagonismo la figura del propagandista.
No es este libro un tochazo intragable, preñado de pedanterías y requiebros. Muy al contrario, se lee de un tirón y está escrito con pulso y tino. Partiendo de la influencia de la Generación del 98 y de las dos presencias intelectuales españolas de principios de siglo XX, Ortega y Unamuno, Mario Martín se sumerge en la corriente del antiintelectualismo español para seguir sus trazos desde entonces hasta hoy mismo. Todo, en realidad, está dicho en el subtitulo que luce en la portada del libro. El antiintelectualismo español cobra carta de naturaleza con la irrupción temprana del protovanguardista e introductor del fascismo en España, Ernesto Giménez Caballero y desemboca, crecido como un río, casi un siglo después en el conglomerado de blogs, canales de TDT y periódicos digitales varios que han proliferado en los últimos años en torno a la figura señera del moderno antiintelectualismo español, Federico Jiménez Losantos, también Jiménez, aunque con jota. Ambos comparten paralelismos vitales: orígenes ubicados en el propagandismo de la vanguardia; posterior descubrimiento de las virtudes de la reacción; tendencia a confundir los argumentos intelectuales con la charlatanería; egos descomunales o, entre otros, fascinación por la España imperial.
El camino es muy largo y algunas de sus etapas provocan una inmensa tristeza. De la reacción mediática del grupo Acción Española, en tiempos de Primo de Rivera, se pasa a la virulenta oposición a la Segunda República y su paquete de reformas para llegar a la articulación de un discurso netamente fascista, en vísperas del Alzamiento, en torno a Falange y su cuadra de vigorosos antiintelectuales, Ridruejo, Sánchez Mazas, Laín, Foxá o Giménez Caballero. La victoria de Franco permite que el anitiintelectual sea definitivamente barrido por el propagandista. Muchos de los antiintelectuales de Falange caerán en desgracia. Es la hora de los Pemán, Vallejo-Nágera, Calvo-Serer y de opusdeistas y nacionalcatólicos varios que aprovecharán la ocasión que les brinda la Historia para alcanzar el estatus que la presencia de sus colegas “rojos”, por entonces forzosamente exiliados, siempre les había negado. Con las depuraciones que sacudirán al estamento educativo, primero, y al resto de estamentos intelectuales del país, no mucho después, se iniciará una etapa de saqueo de los logros de la Institución Libre de Enseñanza (verdadera bicha para los vencedores) y el gobierno republicano así como de todo aquello que huela a progresista, izquierdista o liberal. Aterra la lectura de las páginas en las que se narran las medidas adoptadas por los nuevos inquilinos del Estado en materia cultural y educativa. La preeminencia absoluta de la Iglesia Católica, su complicidad interesada en aquella sangrienta hora primera del Régimen, la creación del CSIC como órgano inquisitorial de defensa de la pureza ideológica nacionalcatólica (aviso a navegantes caspolinos: en esas páginas ominosas para la cultura española, aparece bien claro el nombre y apellidos de un distinguido caspolino, no digan que no se lo advertí) la quema ritual de libros y bibliotecas, la prohibición de las obras de escritores tan subversivos y peligrosos como Rousseau, Zola, Darwin, Marco Aurelio, Dumas o ¡Pérez Galdós!; la anulación de toda la filosofía no escolástica de los curriculos universitarios; el machismo institucional.
El relato abarca también la vuelta de Ortega a España y la lucha antifranquista en el seno de la Universidad; las crisis de identidad de aquellos antiintelectuales falangistas que acabaron derivando en tímidos liberales; la postura de los propagandistas del Régimen en sus últimos años, cuando todavía se empeñaban en defender con su lenguaje obsoleto lo indefendible. De la Transición y la restauración de un cierto orden cultural, después de cuarenta años oscuros como boca de lobo, se llega a nuestros días y al esfuerzo desplegado por la derecha española por construir una escena capaz de neutralizar la preeminencia intelectual que, de siempre, se ha arrogado la izquierda con un análisis especial para el papel que en tamaña empresa juegan los numerosos y diversos medios de comunicación de derechas. El libro se cierra con un jugoso capitulo en el que se analiza, sin apasionamiento, la trayectoria intelectual y vital de aquel a quien sus muchos fieles llaman simplemente “Federico”.
Después de leer “Los (anti) intelectuales de la derecha en España” consigo entender un poco mejor porqué nuestros padres y abuelos tenían ese poso de amargura que muchas veces desembocaba en abierta y franca mala leche. Aunque nos parezca lo contrario, lo cierto es que vivir en España resulta muy muy jodido.
Jesús Cirac