Parálisis Permanente o el día en que dejé de ser un heavy adolescente.

 

En torno a las cinco de la tarde del día catorce de mayo de 1983, Ana Curra conducía un SEAT Ronda en dirección a Zaragoza. Le acompañaban su novio Eduardo Benavente y su compañero de banda Toti Árboles. Los tres eran miembros de Parálisis Permanente y venían de León donde habían estado tocando el día de antes. En Zaragoza estaba previsto que actuasen en un Festival en la Plaza de Toros junto a Alaska y Dinarama, Derribos Arias, Gabinete Caligari y Nacha Pop. Una gran tormenta se había desatado y en una curva, a la altura del kilómetro 17 de la A-68, en el término municipal de Alfaro, una de las ruedas reventó y el automóvil se salió de la calzada. Toti sufrió heridas leves y Ana se fracturó la clavícula. Eduardo murió en el acto.

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Eduardo Benavente tenía tan solo veintiún años. A principios de 1981 había fundado Parálisis Permanente con Nacho Canut, los hermanos de ambos, Javier Benavente y Johnny Canut, y la colaboración de Jaime Urrutia. Eduardo y Nacho compartían militancia en los exitosos Pegamoides pero aspiraban a crear canciones menos enclaustradas en los esquemas del pop divertido, y hasta cierto punto facilón, que marcaba la autoridad en tareas compositivas de Carlos Berlanga. Cuando Nacho Canut dejó la banda para integrarse en los recién nacidos Dinarama, Eduardo asumió en solitario el liderazgo de la banda, dio entrada a nuevos miembros, y acentuó el peso del sonido oscuro en su discurso musical. Si en lo temático muchos de los grupos de la Movida optaron por el sentido del humor y el costumbrismo cutre-lux que Almodóvar elevara a la categoría de dogma en sus primeros trabajos al tiempo que musicalmente tendían a aferrarse a un pop nuevaolero más o menos elaborado, Parálisis Permanente buscaba su inspiración en la senda abierta por Joy Division y ampliada por bandas, por aquel entonces bautizadas como “siniestras”, tales como Bauhaus, Killing Joke o Siouxsie and the Banshees. Sin embargo, por fortuna, en Parálisis Permanente seguía siendo muy claro el aliento del punk, el glam rock o el garaje sesentero. Los homenajes al “Heroes” de Bowie y al “I wanna be your dog” de Iggy and Stooges, lo confirman.

Parálisis Permanente alcanzó de inmediato la categoría de grupo de culto. Junto a Décima Victima o los primeros Gabinete Caligari, se convirtieron en referencia absoluta de los sonidos post-punk en España. Apenas tuvieron tiempo de publicar un disco y un puñado de singles, luego recuperados en un larga duración. Aparte de la inmensa huella dejada por temas tan impactantes y rotundos como “Un día cualquiera en Texas”, “Quiero ser Santa”, “Unidos”, “Sangre” o, especialmente, por la legendaria “Autosuficiencia”, Eduardo Benavente, con su look venenoso y su fijación por la estética sado-maso, se convirtió, él mismo, en un inequívoco referente icónico de la época cuya influencia fue ampliada, sin duda, por su muerte a edad tan temprana.

El pasado sábado quince de diciembre, Ana Curra presentó en la sala Oasis de images (1)Zaragoza “El acto”, el espectáculo con el que, con el nombre del único disco de Parálisis Permanente, viene girando, desde hace un año, por todo el país. Arropada por una potente banda integrada por veteranos músicos, entre los que destacan Manolo Uvi, de Comando 9 mm, y José Battaglio, de La Frontera, interpretó las viejas canciones de Parálisis Permanente con la misma fuerza de antaño. La ocasión entrañaba un interés especial. Como se encargó de recordarle Ana Curra a la audiencia, la cita del pasado sábado era la culminación, veintinueve años después, de aquella que no pudo tener lugar por culpa de un desgraciado accidente de tráfico. El recuerdo de Eduardo Benavente no hizo sino elevar la intensidad emocional de un evento al que, por lo demás, la mayoría de los asistentes había acudido con absoluta predisposición de ánimo.

Todavía recuerdo el momento exacto en que descubrí a Parálisis Permanente. Tendría yo quince o dieciséis años. Fue un sábado por la mañana. Eran otros tiempos y en las cadenas públicas de televisión todavía podían verse programas musicales. Creo que el programa en cuestión era el mítico Caja de Ritmos. De repente un vídeo en el que un tipo escuchimizado se pegaba tajos en el antebrazo mientras decía que encerrado en su casa todo le daba igual, que leía libros que solo entendía él y que no saldría de allí jamás. Y aquella música tan agresiva y directa. Un guitarrazo para empezar, un bajo marcial  y apenas dos minutos de electroshock para decirlo todo y dejar al oyente con ganas de mucho más. Recuerdo que me quedé absolutamente impresionado. ¿Qué coño era aquello? ¿Era español? No podía creerlo. Sonaba como los grupos de fuera. Potente, duro, concreto. “Autosuficiencia” se convirtió en aquel mismo momento en una de mis canciones favoritas. La he escuchado millones de veces. La he cantado millones de veces. Sereno, borracho, triste, contento. Forma parte de mi vida.

El pasado sábado quince de diciembre pude escucharla en directo interpretada por algunas de las personas que compartieron vida y espacio con Eduardo Benavente y no me siento capaz de explicar lo que sentí. “Volver a los diecisiete” cantaba Mercedes Sosa y eso fue lo que me ocurrió a mí. Recuerdo aquella mañana de sábado ante el televisor como una auténtica iluminación.  Algo parecido a lo que le ocurrió a San Pablo camino de Damasco o al príncipe Siddhartha Gautama bajo el ficus sagrado. Aquella era la música que encarnaba todo lo que yo buscaba en la vida. La banda sonora de mi estado de ánimo pasado, presente y futuro. La había vislumbrado en aquella panda de neoyorkinos neuróticos llamados Ramones, la había contemplado en su sólida grandeza en los arrebatos escénicos del sumo sacerdote Iggy Pop y ahora la tenía allí delante, interpretada por un españolito algo mayor que yo, diciéndome a la cara: “no busques más, esto es tuyo, píllalo”. Aquel día asumí definitivamente lo que ya venía rumiando mentalmente desde hacía bastante tiempo, que el heavy no era el camino, que más bien era un callejón sin salida, y que lo que tenía que hacer era bajarme de aquel autobús averiado y abrir mi mente a otros mundos. Muerto Bonn Scott, AC/DC se habían convertido en una panda de gritones, disueltos Led Zeppelín no era posible que alguien cubriera su inmenso espacio. Llegaban los tiempos de las mallas elásticas, los solos de guitarra pelmazos, las melenas oxigenadas y las portadas de disco infantiloides con monstruos cabreados, dragones y mazmorras. Tendrían que pasar aún muchos años hasta que el heavy fuera capaz de volver a regalarme los oídos con aquella intensidad que tanto agradecí siendo todavía un niño. Gracias a Parálisis Permanente me alejé definitivamente de aquel heavy adolescente que había sido hasta entonces y me dispuse a encarar el futuro con amplitud de miras y optimismo. Y así hasta hoy. Gracias por ello, Eduardo Benavente, y por tu actitud y tus magníficas canciones. Nos quedaremos sin saber qué otras maravillas hubieras sido capaz de darnos si la muerte no se hubiera cruzado en tu camino. Y gracias a ti, Ana Curra, por haberme permitido salir durante poco más de una hora de mi existencia viejuna y volver, siquiera durante un ratito, a aquellos tiempos que hoy quedan tan tan tan tan lejos.

Jesús Cirac

Tengo un Pasajero/ Quiero ser Santa (la Edad de Oro)

Ana Curra: Autosuficiencia/ Un día cualquiera en Texas

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