SEGUNDA ENTREGA. 

 

En esta segunda entrega, nuestros personajes siguen descubriéndose a sí mismos.  Laura se sigue buscando, Susana camina empecinada en su línea pretrazada y Ernesto se atormenta por no poder dejar de ser el que fue.

 

LAURA

¡¡Buooooh!!  Algo me he perdido.  Algo me perdí.  O no encontré el punto justo o no elegí la bebida adecuada o mezclé demasiado, pero algo me he perdido.   Como me duele la cabeza.  No es posible que esto le guste a la gente.  ¿Por qué beben?  Acabo de vomitar, ya lo hice anoche.  Me arde el estómago y la cabeza me duele entera.  Y la gente sigue bebiendo.  No es posible que todos se sientan los domingos como yo hoy.  Suena el teléfono.

¿Quién es?  ¿Está Laura?  Sí, soy yo.  Hola, soy Carlos, ¿qué tal?  (¿¡Carlos!?)  Me duele la cabeza  (¡¡Aivá!!  ¿Qué hice anoche?)  ¿Quedamos esta tarde para ir al cine o algo?  No, Carlos, lo siento.  Bueno, ¿otro día?  No, Carlos, lo siento.

Cuelgo el teléfono y corro al baño.  Vuelvo a vomitar pero ya no sale nada.  Me miro en el espejo y apenas me reconozco.  Un moratón en el cuello me recuerda de un plumazo todo lo que pasó ayer por la noche.

Tengo dieciséis años y aún no he tenido ningún novio.  Ni siquiera durante una sola noche.  Todas mis amigas los han tenido.  A patadas.  A cientos.  Incluso a miles diría yo.  Suena el teléfono.

¿Quién es?  Hola, Laura, soy Eva.  ¿Qué tal anoche con Carlos?  Cuéntame.  ¿Qué tal?  Eva, lo siento, me duele la cabeza un montón.

Cuelgo el teléfono.  ¿Por qué la gente quiere hablar los domingos?

Estaba y estoy cansada de que me insistieran para que me “enrollara” con alguien.  Al final lo tuve que hacer.  Y lo malo es que todavía no sé si lo hice porque quise o para que se callaran.  ¡Pues si a mí no me gusta Carlos!  Es más, creo que ni siquiera me parece simpático.  ¡Beeh!  Me entran náuseas.  Esta vez no voy al baño.  ¿Para qué?

¡Qué asco!  Como me arrepiento de lo de ayer.

SUSANA

Susana estaba en esto de los preparativos cuando un día yendo de la floristería al restaurante vio a su Ernesto por casualidad en un bar, quiero decir por suerte, ya que no era casualidad que Ernesto estuviese en un bar; y le llamó la atención que la acompañase una chica que ella no conocía.  Detuvo su frenético caminar y se quedó observando la situación, dudando si entrar o no.  Ella no era celosa, así que no estaba pasando nada, aunque ya se sabe que “nadie es celoso”

Así que al final entró, se sentó directamente en la mesa (mejor dicho, en una silla), miró a la joven, a continuación a su Ernesto y, sin besarle ni nada dijo “¡Hola!”

Ernesto contestó y, con toda naturalidad las presentó a ambas y resultó que la chica esa era una tal Laura que daba clases particulares de repaso de no sé qué a un sobrino de Ernesto.

A pesar de no ser celosa, Susana repasó sin disimular a Laura de arriba a abajo mientras la oía hablar y se tranquilizó.  Pensó que Laura era una chica muy guapa y, por cierto, bastante simpática, pero su tono de voz y ese sexto sentido que tenemos las mujeres para intuir las cosas, que Susana había desarrollado casi hasta un séptimo, le indicó que Laura no representaba ningún peligro para su relación.

De todas formas, y porque nunca se sabe, en cuanto se creó el primer silencio en la conversación, dijo:

– Cariño, voy a cambiar el postre al restaurante.  Acompáñame.- miró a Laura – Ha sido un placer.

Y se fueron

ERNESTO

Llevo cinco noches sin dormir.  Esta noche ya serán seis.  ¿Cuándo volveré a dormir?

El diablo volvió a llamar a mi puerta cuando creí que ya no volvería a hacerlo.  Y aquí estoy.  Sentado en el marco de la puerta, encogido, simulando no oír los golpes.  Preguntándome si debo abrir o no.  Si me quedo con lo que tengo.  ¿Por qué tuvo que volver a sonar la maldita puerta cuando la había conseguido cerrar después de tantos años?  Y a pesar de ir disfrazado, me di cuenta en el mismo momento de que era el diablo, el deseo.  Y esta vez voy a tener problemas.  No sé si puedo rechazarlo o no.  Ahora que ya había conseguido acomodarme el corazón, o supongo que mejor la cabeza, para no volverme a ver tentado, me veo sorprendido de nuevo.

¿Por qué se burla el destino de mí enviándome a esa belleza cuando ya había decidido no desear a ninguna más?

Creía haber alquilado todas las habitaciones de mi corazón a Susana, y dejar de observar con deseo al resto de las chicas, pero debí olvidar cerrar alguna ventana y por ella se está intentando colar ese ángel que me presentó mi sobrino, por nombre Laura.

Me juré a mí mismo que ya no habría más chicas.  Solo Susana.  Susana.  Susana.  Laura.

No puedo dejar de pensar en ella.  Y a cada vez que la veo, menos puedo dejar de hacerlo.  Y siempre se me acerca y me sonríe (y yo me derrito) y me habla.  Ni siquiera me deja en paz.

Pero yo debería ser fiel a Laura, digo a Susana.

¿De donde has salido?  ¿Por qué no apareciste antes?  Antes de conocer a Susana.  Entonces todo habría sido posible.  Mi presente, mi destino, serían distintos.  ¿Por qué ahora precisamente?

Daniel Baquer

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