Otro año Dickens, por favor.

Cuando, en el reparto de tareas que realizamos cada equis tiempo los redactores de El Agitador, me tocó en suerte hacer una reseña del gran Charles Dickens a propósito del bicentenario de su nacimiento y la conmemoración en medio mundo del llamado «año Dickens», no me hicieron un favor, precisamente, y acogí el proyecto con pocas ganas y algo de fastidio, pero ya saben aquello de lo atrevida que es la ignorancia… A un servidor, cuando piensa en el bueno de Charles Dickens, le asaltan las imágenes de una caterva de huérfanos hambrientos, enfermos y algo granujas, bebedores de ginebra a palo seco, tosiendo sangre y robando a damas y caballeros de clase media (los/las de alta no se mezclan con otras clases) imágenes que me  causaban una profunda pena e indignación y bastante miedo. Los recuerdos que yo tenía de Oliver Twist (la película) no me gustaban en absoluto, y además ¡era un musical! Recuerdos aún más lejanos, en blanco y negro, de las novelas que emitían en Tve en los 70 tampoco invitaban a la lectura de tan eximio escritor… Pero uno es honrado, cumplidor e insistente y al fin, sobreponiéndome a tan malos antecedentes y con el vello aún de punta, empecé a leer…

Y, oigan, la sorpresa y el placer asaltaron a este servidor. La sorpresa porque no era para nada una lectura farragosa, o árida, más bien todo lo contrario, y el placer, porque por fin podía llenar un agujero cultural que amenazaba con hacerse casi insondable.

Charles 02

Nace Dickens (1812-1870) en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, segundo hijo de John Dickens, modesto empleado de una oficina de recaudación de impuestos, cuya familia se empieza a llenar de hermanitos de Charles, hasta ¡ocho! Los primeros años transcurren en el campo, dedicado el futuro escritor a los juegos propios de su tierna edad, y a la lectura, de una manera voraz y sin supervisión de mayores. La familia se traslada a un suburbio de Londres, y empiezan los problemas para la familia Dickens… En 1824 ciertas deudas que la familia había ido acumulando llevan al padre a una prisión para deudores, institución extraña, puramente inglesa, como el té de las cinco, y algo incomprensible para lectores mediterráneos. Por aquel tiempo era habitual que las familias de los presos se alojaran en la misma prisión manteniéndose por sus propios medios (en condiciones pésimas, por cierto) La mujer y los ya numerosos hijos de John Dickens se instalan en la cárcel, excepto Charles, que quedó en la calle en condiciones prácticamente de vagabundo mezclado con algo de mendigo.

Para ayudar a las necesidades de padres y hermanos, el futuro escritor empezó una larga carrera de pequeños oficios mal remunerados, entre los que destaca el trabajo en una fábrica de betún para zapatos. !Con doce tiernos años! ¡Durante diez horas al día! .Más adelante, ya muchacho, pudo reemprender los estudios primarios que había iniciado de niño. En 1827 se empleó como chico para todo en una oficina de dudosa respetabilidad, alternando este trabajo con el estudio de la taquigrafía, que le proporcionó una buena perspectiva laboral, en el mundillo de la abogacía y los tribunales, así como en despachos de pasantes de abogados, procuradores y abogados, mundillo que retrató con sagaz mordacidad en sus novelas.

Luego no tardó en convertirse en reporter en los tribunales redactando crónicas de juicios, que en el Londres de la época eran muy populares. La situación de la sociedad inglesa es apasionante y es tiempo de cambios. Son los tiempos en que Marx y Engels pergeñan sus obras y la población rural comienza un éxodo hacia las ciudades industriales buscando en las fábricas un sueldo y una vida que no estuviese al albur del campo, y de los propietarios, y hacinándose en unos barrios insanos, donde el excesivo trabajo, la contaminación y la falta de un mejor futuro los empuja al alcoholismo y destroza su salud en una escala inimaginable. Charles, al margen de sus crónicas judiciales, comienza a escribir otras crónicas, esta vez inventadas, que va publicando en periodicuchos, haciéndose un sitio en la prensa que comienza a ser valorada, tanto por lectores como por los jefes de redacción. Así llegamos a 1836, cuando el editor del periódico Evening Chronicle propuso al joven Dickens la redacción de una serie de episodios, que narrarían las aventuras de una delegación de varios miembros de un imaginario club londinense. Y comienza la leyenda…

Charles 03

Hay que hacer un pequeño esfuerzo de imaginación para comprender lo que era aquello: piensen que no hay televisión, ni radio, ni cine, el deporte reglado no existe, tampoco los tebeos… vamos, que el entretenimiento de la época, son los periódicos, la agitación laboral y la ginebra. Y en los periódicos, los dibujos que una vez por semana aparecen son el único audiovisual que pueden disfrutar. Los dibujantes son las estrellas y marcan las historias que los escritores narran, a partir de sus viñetas. Comienza la serie titulada “Los papeles póstumos del Club Pickwick” bajo la directriz de los dibujos del conocido Robert Seymour. El conflicto no tarda en estallar: lo que escribe Dickens no se acaba de ajustar a los dibujos de la estrella del momento, Seymour, y las discusiones son épicas. El caso es que el dibujante se suicidó y el siguiente artista era un joven prometedor (Hablot K. Browne), que no tuvo inconveniente en ajustarse él a la narración, al contrario que el anterior. El éxito fue fulminante, sobre todo, cuando a partir de la entrega número seis, se incorpora a la narración el personaje de Sam Weller, criado y factotum del caballero Pickwick, que habla en el dialecto cockney londinense (que en castellano se traduce como una especie de andaluz algo calorro) y que hace disparar las ventas de una tirada de cuatrocientos ejemplares, que no estaba mal, a unos cuarenta mil; se trata de uno de los éxitos más sorprendentes de la historia de la novela por entregas.

No es necesario decir que nuestro escritor ganó para el resto de su vida el favor de un público muy amplio en Inglaterra, y al poco en todo el mundo. Los Papeles, primera obra larga del autor, recomendable absolutamente, es una de las novelas más desternillantes y desatornillantes de toda la literatura universal: las andanzas del caballero Pickwick, escoltado por el criado Sam Weller, como unos nuevos y remozados Quijote y Sancho, proporcionan unos largos ratos de diversión sin igual. Hagan el favor de leerla. No hay película (al menos yo no tengo noticia) como sucede con casi toda la obra posterior de Dickens, que sí la tiene, con resultados dispares. Pero por unos días, vuelvan a la época en que no había cine, televisión, revistas ilustradas y el largo etcétera de distracciones actuales y disfruten, como hace unos doscientos años, con la magia de la escritura, tal como la concebía nuestro autor: una radiografía a la vez dulce y amarga de la condición humana, que al leer esta, y cualquier otra novela, de Charles Dickens, constatamos que no ha cambiado nada. Sólo tenemos más gadgets, pero la esencia sigue siendo la misma. La piedad, el odio, el amor, la gentileza, la integridad, la honradez, la belleza…. Todo se muestra tal como era. Hoy en día, todo está como más enfangado por la pereza mental, el ansia de dinero y la inmediatez de los objetivos, aunque en realidad, sigamos siendo el mismo bípedo implume que se levantó en las estepas africanas hace unos cien mil años…

Charles 04

Si les es difícil conseguir esta novela, no sufran, ya que con la conmemoración del 200 aniversario se han publicado reediciones de casi toda su obra, y pueden encontrarlas con facilidad. Por ejemplo:

Historia de dos ciudades: si quieren conocer las vicisitudes de las gentes anónimas que protagonizaron la Revolución Francesa, es la novela que mejor lo cuenta. Aderezada, como no podía ser de otra manera, con historia de amor, suplantación de personalidad, odios tremendos, imprescindible.

David Copperfield: la más autobiográfica de sus novelas, el joven David es un trasunto del propio escritor. Una novela emocionante. Lágrimas como puños correrán por sus mejillas. Es muy terapéutico llorar. No lo digo en broma.

Tiempos difíciles: los principios de la lucha sindical, entreverados con los problemas causados por una educación excesivamente positivista. Sorprendente.

Les podría proponer más novelas, pero sólo he leído estas, y tengo por norma no recomendar nada que no haya probado antes.

Manuel Bordallo

 Charles 01

 

 

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