TresodoS: Tercera y última entrega

 

TERCERA ENTREGA

Y llegando al final, los tres protagonistas coinciden por fin en tiempo y lugar.  El cuento tiene un final feliz y todos se encontrarán a sí mismos.  Y aunque no lo pudiera parecer, creo que todos serán mas felices con este final que con cualquier otro.  Ojalá les haya gustado.

LAURA

¡Qué fácil es ligar!  Tengo veintiséis años y aquí estoy, en la tercera boda de este año y la séptima de mi grupo de amigas.  Más sola que la una.  Y sé que a las dos próximas que ya están anunciadas seguiré yendo sin compañía.  La entrega de invitaciones siempre es igual:  “Teresa & Antonio”, “Elena & David”, “Ana & Manuel”, “Laura”…

A todas mis amigas les ha sido fácil encontrar novio, festejar, comprometerse, casarse.  Han tenido todas las parejas que han deseado.  Yo solo he tenido una pareja estable.  Fue en la Universidad, pero no se lo dije a mis amigas.  Se murió y… para, Laura, para, que se te caerá la lágrima.  Bueno, es una boda.  Siempre podría decir que es de la emoción.

Grito un viva la novia mientras le pido un cubata al camarero a la vez que me doy cuenta que es el único chico sin novia de todo el banquete.  Sonrío y pienso en que la gente dice que a medida que creces el círculo de personas para encontrar pareja se reduce.  El mío todavía es más pequeño.  Si no sabes con quién ni como se puede ligar, el círculo se reduce en exceso. Pero, vamos a ver.  ¿Cómo ha de insinuarse una?  ¿Cómo sabes cuando se te están insinuando?  ¿Hay que tocarse la oreja o no hay que tocársela?

Ya me estoy poniendo filosófica otra vez.  Espero que no me dé por soltar en voz alta el monólogo que estoy pensando.  No me mira nadie, así que de momento aún no lo he hecho.  Anda, chato, ponme otro cubata pero menos cargadito esta vez.

A lo que iba.  Gracias, majo.  Bueno, en realidad el problema es que no sé con quién puedo ligar y con quién no.  Cuando veo a una persona que me gusta y le quiero tirar los tejos, me doy cuenta que me va a decir que no.  Siempre estás obligada a claudicar antes de empezar a pelear.

¿Ya se acaba el baile?  ¡Hala pues!  A los bares.

Anda, mira.  Aquella que viene hacia mí es la novia de Ernesto, qué maja.  ¿Que qué es lo que lleva en la cabeza?  ¡Uy, qué gracia!

SUSANA

A Susana eso de la despedida de soltera ni le iba ni le venía.  Ella entendía que era algo de los hombres, aunque tampoco las aprobaba, así que la suya la cumplía como un trámite más.  A fin de cuentas, tampoco le podía decir a sus amigas que no quería celebrarla.

Por la mañana todavía estuvo ultimando detalles de la boda, que ya se sabe que siempre falla algo a última hora, y a Susana le faltaron dos invitaciones de boda por enviar.  Y es que las invitaciones son peligrosas.  Nunca se gana a un amigo con ellas, pero siempre se puede perder alguno por su culpa.  Y por la noche, bueno, ninguna maravilla.  Cenó con sus amigas en el patio de su casa, aprovechando que sus padres se habían marchado el fin de semana a Castelldefells y poca cosa más.  Bueno, sí.  Aparecieron por allí unos tunos que hicieron un semi-striptease bastante patético y luego se fueron todos juntos de marcha, con una gorra en forma de pene en la cabeza.  Naturalmente el adorno de Susana era superior al del resto.  “Tamaño real”, le decía Cristina, la mejor amiga de Susana.  “¿¡Tamaño real!?” pensaba mientras lo miraba entre sorprendida e incrédula, porque Susana no había visto nunca ninguno al natural.  Así de casta era ella.

Pero Susana en el fondo no estaba para despedidas.  No podía quitarse de la cabeza a aquella tal Laura.  Llevaba toda la semana pensando en esa chica a la que había sorprendido un par de veces tomando café con su Ernesto.  Eso no podía ser de ninguna de las maneras.  Ya es sabido que Susana no era celosa, pero es que esa Laura…  si al menos no fuese tan guapa, y tan simpática.  Vamos, que no, que Susana se casaba el sábado siguiente y su Ernesto era su Ernesto y no iba a permitir que ninguna Laura se liase con él.

Así que cuando la vio en la puerta de aquél bar el día de la despedida, se dirigió decidida hacia ella; porque ya se sabe que el cava envalentona, con su pene gigante en la cabeza y diciendo: “¡Se va a enterar esta de quién soy yo!”

ERNESTO

Sinceramente, me apetece más mi despedida que mi boda.  Día por día, creo que me lo voy a pasar mejor hoy que la semana que viene cuando diga el siempre incierto si quiero.  Aún así, no puedo concentrarme.  Mis amigos intentan reírse de mí y me hacen una broma tras otra mientras el licor sigue corriendo y yo no dejo de pensar en Laura.  A la hora del café he podido hablar un poco con ella, que está de boda, y hemos dicho que a ver si nos vemos esta noche.  Esta noche…

Ya estoy decidido.  Esta noche me voy a liar con ella.  Es mi último día, mi última oportunidad, y si se presenta la ocasión no la voy a desperdiciar.  Eso sí, procuraré que no nos vea nadie, porque no me apetece para nada arruinar mi boda con Laura.

Vestido ridículamente con falda escocesa y un top rosa me bajan mis amigos a la zona de los bares montado en un remolque lleno de paja.

Deben ser las cuatro cuando se acerca Jorge y se pone a contarme algo sobre unos tunos hasta que ve que no le contesto.  Se queda un rato callado conmigo, apoyado en el coche y de repente vuelve a empezar:

– ¡Oye! ¿Aquella no es Susana?

Y Laura, pienso, porque llevo veinte minutos observándolas.

– ¡Qué gorra más hortera!- sigue Jorge – Las despedidas de las tías siempre son iguales.  ¿Has visto, tú?  Cada vez que hablan se tocan la oreja.  Perdona que sea tu novia, pero son unas pavas.  Y ahora se cogen de la mano.  Pero… ¿eso es un beso?

¿Es que estás ciego o qué?, pienso.  Pues claro que es un beso.  Respondo a la vez que me doy cuenta que no estoy ni enfadado ni indignado ni dolido ni nada de nada mientras observo a mi actual novia besándose apasionadamente con la que había decidido que sería mi amante esa noche.  Desde luego, para una vez que me decido por algo…

Cojo por el hombro a Jorge, que no sale de su asombro, boquiabierto, mirando la escena, hasta el cubata se le ha caído, y le digo mientras lo meto en el bar:

– Oye, Jorge, tú que entiendes de esto.  Si anulamos la boda, ella corre con los gastos, ¿no?

 

Daniel Baquer

 

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