Habiendo sido Caspe escenario de una guerra civil no extrañó a nadie en su momento que en el solar situado detrás de mi casa, en donde mi padre tenía un almacén de maderas, aparecieran, al obrar, unos huesos que al seguir hurgando en la tierra acabaron descubriendo un esqueleto  completo. Recuerdo cómo mi mirada infantil se fijó en el saco donde depositaron los huesos para, según dijeron, subirlos a la fosa común del cementerio.

Por otra parte, recuerdo que mi madre se paso muchos años intentando saber dónde estaba enterrado su hermano, que murió en el frente de Lérida, cerca Ager, al poco de cumplir 18 años, y en cuyo cementerio, le acabaron explicando después de muchas gestiones, le enterraron en la fosa común. Son las consecuencias de una larga y fratricida guerra; y todavía, los del bando perdedor, siguen buscando a familiares que murieron en las circunstancias, a veces inconfesables, que propicia una contienda civil.

Ahora nos dicen que el jardín de La Rosaleda puede seguir albergando restos de tres personas que pudieron morir en circunstancias nunca aclaradas. Es ‘leyenda urbana’ con visos de verosimilitud por lo que conviene verificarla y resolver, en lo posible, su enigma.

La asociación «Bajoaragonesa de Agitación y Propaganda» tramitó ante el Juzgado de Caspe un requerimiento para hacer la indagación, ante la negativa de parte de la propiedad de la finca, que se negaba a que se hicieran averiguaciones en su terreno. Ahora, con autorización judicial, se resolverá un misterio; o, mejor, si se encuentran cadáveres, comenzaran las elucubraciones e hipótesis sobre quienes son y en que circunstancias murieron.

El abanico de posibilidades, al no haber datos claros, es variado, y se presta a muchas interpretaciones. Un cadáver (y si son tres,  más) en un jardín siempre tiene algo de misterioso. Nadie los oculta en un lugar así (donde las niñas han saltado a la comba en los años 40 o las ‘amas’ les han dado de merendar sentadas en un próximo banco) si no hay algo que ocultar en esas muertes.

Esperemos que el tiempo no haya borrado todos los testimonios y que el hallazgo material, de realizarse, den pistas para averiguar quienes pudieron ser los muertos -se supone que asesinados- y en que circunstancias se pudieron producir esas muertes y enterramiento. La Rosaleda, con sus piedras medievales, merece una restauración, tanto la casa como el jardín, y resolver sus misterios.

Alejo Loren Ros

(publicado en La Comarca el 22-2-2013)

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