Caspe literario. Galdós y Fray Crisóstomo de Caspe.

 

            Benito Pérez Galdós concluyó en 1898 «De Oñate a La Granja», una novela de aventuras con fondo histórico que ubica su trama argumental en torno a la España romántica de 1836 (cuando, durante la primera Guerra Carlista, el progresista Mendizábal deja el Gobierno y el moderado Istúriz se sitúa al frente del Consejo de Ministros). El volumen forma parte de los «Episodios Nacionales».

            Uno de los personajes secundarios con más peso es el presbítero Pedro Hillo, a quien en el capítulo primero encontramos en prisión. «Me salí de mi terreno arrastrado por un notable afán del bien», nos dirá. Su encarcelamiento le impulsó considerarse como uno más entre los «mártires del despotismo».

            Circulaba por Madrid que se había capuzado en «belenes revolucionarios, arrimándose a las logias», incluso que colaboraba en la preparación de «un complot tremebundo para implantar una republiquita a estilo ateniense». En fin, un eclesiástico nada ortodoxo y ambicioso.

            Este talante no impedía que, cuando le atormentaban «sus melancolías», se arrepintiera de su proceder: «¡Dios mío!, ¿Cómo he podido olvidar que soy sacerdote?… ¿Será cierto que hice y dije todo lo que me va repitiendo la memoria? (…) Sí, lo digo a boca llena: estoy más perdido que D. Quijote, y que cuantos locos hicieron disparates y simplezas en el mundo. Figúrese usted si lo sabré yo, que a todas horas no hago más que contemplar el barullo de mis ideas, los extraños sentimientos de que me veo acometido. Yo mismo he llegado a tomarme miedo…».

            En uno de esos instantes de flojera, en presidio, exclama: «¡Preso por conspiración jacobina, envilecido mi nombre (…) en lo que me queda de vida ¡ay! he de pasar por un sacrílego, por uno de esos desdichados monstruos, como el organista de Vitoria en Zaragoza, el infame Fr. Crisóstomo de Caspe, que de fraile se trocó en masón, y de revolucionario en asesino!».

            No hay otra mención caspolina en el resto de la obra. Poca excusa es para un artículo, pero en todo caso me sirve de pretexto para divertirme y para entretenerles… eso espero. ¿Qué se sabe de la existencia real, histórica, del personaje que cita Galdós? De ello voy a ocuparme.

            El 3 de abril de 1835 se produjo en Zaragoza un motín anticlerical, que debe enmarcarse junto a otros de corte similar que brotaron aquel mismo año. Fueron violentas revueltas contra el posicionamiento carlista y absolutista de buena parte de las jerarquías eclesiásticas, contrarias y combativas con las ideas liberales. En este de abril, fray Crisóstomo de Caspe actuó como cabecilla y agitador principal. Era el lego organista del convento zaragozano de Mínimos de la Victoria, de la orden de San Francisco de Paula (lo que queda del edificio lo ocupa actualmente el museo del Fuego y de los Bomberos, en la capital de Aragón).

            Desde su posicionamiento ideológico, claramente identificable, el canonista bilbilitano Vicente de la Fuente aporta datos en torno a la actuación del fraile en el capítulo LXII de su «Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España…» (1870). De la Fuente considera que «la historia debe conservar el nombre maldito de aquel monstruo (…) como se conservan en los gabinetes los abortos de la naturaleza»; no duda en referirse a fray Crisóstomo de Caspe como el «fraile asesino y fratricida» que acaudilló «una turba de forajidos» aquella tarde de abril.

            Ante la imposibilidad de asaltar el palacio episcopal, bien protegido, los amotinados se dirigieron al convento de la Victoria, donde al de Caspe no le tembló la mano ante sus compañeros: «Dio muerte al M. Fray Faustino Garroborea, Catedrático de la Universidad, muy respetado en Zaragoza por su saber y virtud, y a quien debía el ingrato Fr. Crisóstomo singulares favores. (…) No murió entonces, pero el malvado organista le creyó muerto, pues, viéndole tendido en el coro y arrojando sangre, le alzó por un brazo, el cual cayó inerte. Entonces pegando un puntapié al aparente cadáver dijo: ¡Bien muerto está!».

 De allí los exaltados se dirigieron a otro convento, donde volvió a correr la sangre, al igual que en las calles zaragozanas. Al llegar la noche, había sido asesinada casi una decena de personas («Crisóstomo fue también el que mató de un trabucazo al librero Pardo, sujeto inofensivo»).

            Siguiendo el relato de Vicente de la Fuente nos enteramos de que, pasada la marabunta, el fraile agitador se alistó como voluntario en el ejército liberal. Dos meses más tarde, fue apresado por los carlistas y fusilado en las cercanías de Barbastro (aunque otros autores señalan el Bajo Aragón como lugar de la ejecución).

            El nombre con el que es citado el fraile que nos ocupa (al menos desde que, en 1870, De la Fuente se refiriera a él) parece dejar clara su procedencia geográfica. Pero, personalmente, prefiero poner en cuarentena la cuna caspolina porque, en el mismo año 1835 en el que se desarrolló el motín, los periódicos «El Eco del Comercio» y «Diario de Barcelona» mencionaban al lego como «Crisóstomo de Gasque».

Alberto Serrano Dolader

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