El 5 de julio del pasado verano miles de personas de toda Europa nos mantuvimos pendientes de lo que votaban 11 millones de griegos y griegas, apenas un 2’2 % de la población de la Unión Europea. Miles de europeos y europeas depositamos grandes esperanzas, cariño y emoción en el pueblo griego. Éste nos devolvió el aprecio lanzado a los Balcanes con una valentía ejemplar. El 60% de los votantes dijeron no (OXI) a la austeridad, no a los planes económicos cocinados en Bruselas por tecnócratas que se han demostrado inútiles e incapaces de aceptar sus errores, dijeron no a seguir humillándose. Todo ello bajo la brutal propaganda de los medios, gobiernos europeos y otras instituciones que auguraban el fin del mundo si salía victoriosa esa opción.
Lo que pasó después, la mayoría lo conocemos, pero aún no me he encontrado con nadie que lo entienda. El gobierno heleno capituló ante la Troika y comenzó a imponer un plan de recortes aún más duro que el que se sometió a referéndum. Y ahí, en ese momento, miles de europeos nos volvimos a nuestras casas con la cabeza baja, esperando que no nos hicieran hablar mucho sobre el tema. Como si Grecia fuera un zoológico al que había acudido mucha gente para ver algo espectacular desde detrás del cristal, pero cuando vieron que no era como esperaban, se fueron tomando caminos separados.
Una buena parte de la izquierda europea, del activismo y de los movimientos estaban con Grecia, estaban de acuerdo con el OXI, gritaban: ¡Ya basta! Pero la fuerza transmitida, no es suficiente para enfrentarse a una organización tan poderosa y diseñada para ser incuestionable como la Troika. Pocas veces en la historia de esta joven Unión Europea habrá habido tanta gente de tantos países de acuerdo en una votación concreta. Y, sin embargo, esta unión no tuvo ninguna repercusión porque no era real. Se trataba de una unión radial, todos con el pueblo griego, y los radios de una bici son fáciles de romper, aunque no lo parezca. Es necesaria una unión en red, un tejido de movimientos, activistas, partidos de izquierda y otras organizaciones bajo unos mismos principios europeos.
De eso se trataban las jornadas de “Plan B” llevadas a cabo este fin de semana en Madrid. Un programa de foros, plenarios y talleres con la participación de decenas de activistas europeos con el objetivo de generar las líneas que permitan comenzar a tejer un espacio de resistencia europea. No podemos volver a permitir ataques tan violentos contra la soberanía de un país como el del pasado verano. No vamos a soportar un solo golpe de estado más.
Una de las mayores preguntas y contradicciones que se han debatido desde hace un tiempo es si merece la pena los esfuerzos que supondrían para un país la salida del euro y de la Unión Europea para recuperar su soberanía y no ceder ante chantajes, más propios de la camorra que de una institución común. La mayoría de nosotros nos consideramos internacionalistas, y esto parecería un atraso. Levantar más fronteras y aumentar distancias no nos acaba de convencer.
Este ha sido un tema en el que un posicionamiento claro hacia una de las dos opciones era difícil de defender. Pero esto es así porque hemos jugado en el marco y las normas impuestas por aquellos contra quienes luchamos. Los términos en los que nos dejaban movernos no nos convencían, y los grandes poderosos han estado tranquilos porque sabían que nosotros no estábamos a gusto en ninguna de las opciones que nos dejaban ver.
Pues bien, si consideramos a esta Unión Europea como una cárcel, tenemos dos opciones: O bien nos escapamos (salida del euro y la UE), o bien hacemos un motín (proyecto común contra lo establecido). Pero nuestros sueños de poder popular frente a grandes oligarcas e instituciones por el momento continúan siendo sueños. Para llevar a cabo cualquier demanda rupturista a nivel europeo es necesario una considerable concienciación y movilización en las calles.
El proyecto europeo está desintegrándose. La crisis griega lo demostró. Los chantajes de Reino Unido lo demuestran. Y la forma en la que se está tratando la “acogida” de refugiados lo está demostrando. Eso lo sabemos nosotros y lo saben ellos. Por eso ya hay proyectos encima de la mesa que tratan de realizar una huida hacia delante, reduciendo la soberanía de los estados miembros en temas de vital importancia si un gobierno quiere demarcarse de la hoja de ruta neoliberal. De lo que se trata es de crear un consenso amplio, concreto y firme que sea capaz de seducir y convencer a mayorías. Y es importante liderar este consenso desde posiciones progresistas y defensoras de los derechos humanos. Porque si no es así, corremos el riesgo de que ese espacio lo ocupe la extrema derecha, xenófoba y fascista.
Los puntos que deben estar incluidos en ese acuerdo deben pasan por:
Realizar una verdadera constitución europea debatida y votada por todos los ciudadanos de la UE. Esta vez será una constitución con muchas madres.
Reformar las instituciones de la UE para que sean verdaderamente democráticas. Porque no vale solo con expropiar el cortijo, como diría el compañero Cañamero, sino que también hay que democratizarlo, como añadiría Miguel Urbán.
Acabar con el dominio del BCE por parte unas personas que no han sido elegidas por nadie y que determinan la vida de millones de personas.
Dar la oportunidad de crear monedas complementarias que den una mayor soberanía económica y monetaria a los estados. Ni un esfuerzo más por el euro.
Realizar auditorías ciudadanas (supervisadas de forma abierta y democrática) de la deuda de los países, determinar aquella parte ilegítima (p.ej: Deuda privada que los estados hayan asumido) y proceder al impago.
Redactar una verdadera regulación de las corporaciones transnacionales que campan a sus anchas por Europa haciendo y deshaciendo leyes a su antojo e intereses.
Desobedecer aquellos tratados de comercio que atenten contra la soberanía de los países y den a las grandes empresas un poder mayor al de los estados. Paralización inmediata de las negociaciones del TTIP, TiSA y CETA.
Apostar de forma decidida y valiente por una reducción del consumo de energía y materias primas para combatir el cambio climático.
Defender la soberanía alimentaria, de forma que prime la producción y consumo en circuito local y sostenible frente a grandes extensiones intensivas que destrozan la tierra y la salud.
Otorgar iguales derechos a todas las personas que residen en la UE. Basta ya de seres humanos sin derecho a tener derechos.
Asumir responsabilidades en los conflictos violentos de otras partes del mundo que ahora queremos obviar. Desmilitarizar la “ayuda humanitaria” en el Mediterráneo y proporcionar un pasaje seguro a los cientos de miles de refugiados que mueren en nuestras costas. Terminar con el trato neoliberal a la inmigración según el cual no son personas, sino mercancías con un valor variable según el mercado laboral.
Tal vez el lector esperaba encontrar acuerdos más concretos (La verdad que yo también, hay que decirlo), pero de lo que trataban estas jornadas era de abrir debates y marcar las líneas en las que se debe avanzar desde todas las partes de Europa. Este proyecto aspira a generar el debate, la puesta en común de ideas y de alternativas de una forma descentralizada. Reuniones, charlas, foros, asambleas en pueblos, ciudades, universidades y plazas de toda Europa. Generar el sentimiento de una verdadera unión entre europeos y europeas con un proyecto común.
Esto en muchos casos pasa por la desobediencia, sí. Pero pidiendo permiso no se han producido grandes avances. El derecho a la huelga se ganó haciendo huelga, como bien alto nos grita Marcelino Camacho desde la historia.
Tenemos la suerte de vivir tiempos muy interesantes. Lo que hagamos en los próximos años puede definir las próximas décadas. Y tenemos muchos problemas que exigen una respuesta inmediata. La pregunta es ¿tenemos la valentía? La valentía de salir convencidos de que la historia es nuestra, y la escriben los pueblos. Volver a la Europa de los pueblos, dejando atrás esta Europa muerta.
Martín Lallana