De running, bicicletas y Gin-tonics

Había diseñado un programa de tres objetivos para este año. Primero, iniciarme en los misterios de la práctica del running. Salir a correr, dicho sea para neófitos en el tema o habitantes de Andrómeda. Segundo, coger la bicicleta y asaltar carreteras y caminos como un Lance Armstrong rural dopado con panceta. No puedes cambiar de careto, así que por lo menos intenta mejorar tu estado físico, pensé. Pero todo tiene sus límites. Para compensar esta enajenación transitoria por hábitos saludables, y desengrasar tanto deporte, el tercer propósito debía ser más lúdico. No tardé mucho en decidirlo: conseguir saborear algún que otro Gin-tonic, el combinado-espectáculo-ceremonia de moda del año.

Pronto me puse al tajo con pasión devota. Me calzo unas zapatillas y el primer chándal que encuentro y comienzo a trotar. Ahorraré detalles sobre cómo terminó el experimento. Pero lo peor fue que enseguida topé con algunos runners semi-profesionales, bien ataviados con mallas aerodinámicas y equipamiento última generación. Y me dio vergüenza mi atuendo. No es algo que normalmente me preocupe, pero imaginen a un tipo que solo se diferencia de alguien salido de las barranquillas porque está gordo y tiene la cara del color consecutivo al morado en la escala cromática. Paso de correr, por tanto, y me subo a la bicicleta. Vuelvo a equivocarme. No había dado un golpe de pedal desde la EGB. Mi bicicleta sería un equivalente al Spectrum si habláramos de ordenadores. Con que el único ejercicio que hice fue al intentar hinchar las ruedas. Derrotado ante tantos impedimentos y por mi facilidad innata para poner excusas a todo, me dije: a por el Gin-tonic, fijo que eso se te da mejor. Pero fracasé de nuevo. Odio la tónica.

Siempre me ha costado incorporarme a los últimos y más extendidos rituales pasajeros o modas que nos invaden cada cierto tiempo como vídeos virales con fecha de caducidad. Soy incapaz de seguir a sus profetas, a aquellos que dictan qué se debe hacer, con qué se debe hacer y cómo se debe hacer. Pero esta vez estoy un poco decepcionado. A lo mejor debería acudir sin tardanza a la consulta de un psicólogo. Por el momento, intentaré ponerme al día con algo que no requiera tanto esfuerzo. Empezaré por sentarme delante de la tele y ver Gandía Shore. Seguro que lo bordo.

Óscar Adell

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