Desaparecidos, de Rafael Torres.

Hay libros que te apetece empezarlos solo con saber el título. O quizá al invertir unos segundos en fijarte en la portada. Pues eso, pero totalmente al revés, es lo que ocurre al ver la portada de Desaparecidos, de Rafael Torres. Sumemos además que el trabajo no es nuevo (2002). La cosa es que (y en eso, evidentemente, no me equivoqué) el tema que trata Torres es poco agradable y no me apetecía nada enfrentarme a él. Pues a pesar de todos esos ingredientes, comencé a leerlo con el único argumento a su favor de que ya tocaba. Ese, y que el 30 de agosto pasado fue el día mundial del detenido-desaparecido.

Pero Torres -un tipo listo que escribe sin grandes florituras pero de manera mucho más que aceptable- me embelesó desde las primeras líneas porque en la introducción, al llegar el asunto de las personas que sufrieron la represión en la Guerra Civil, no se anda con ambages y deja meridianamente claro lo que la casi unanimidad de la gente con voz autorizada en el tema asegura: que la trasnochada teoría en torno a las “similares” cifras de represariados en ambos bandos, es, a fecha de hoy, una auténtica barbaridad (no hace muchas semanas que mis compañeros J. L. Ledesma y Amadeo Barceló publicaron un interesante artículo sobre este asunto:  http://www.bajoaragonesa.org/elagitador/la-guerra-civil-las-cifras-de-represaliados-y-el-curso-de-acceso-de-la-uned/).

Pero no quisiera dar una visión equivocada de la obra porque, en realidad, Torres habla de muchas más cosas. Me llamó la atención el terrorífico episodio de los niños desaparecidos durante la guerra, desde los que se desvanecieron sin más, hasta los que fueron robados (con la complacencia del régimen) por gente repugnante y sin ningún tipo de escrúpulos. Desaparecidos viaja desde 1936 hasta muchos años después, cuando los topos pudieron salir de sus tumbas en vida décadas después de sobrevivir, más bien malvivir, a la guerra. Desde Melilla hasta Granada, Málaga, Toledo, Guadalajara o Madrid, el libro repasa varios de los episodios más dramáticos de la guerra. Eché en falta la aproximación a muchas otras provincias pues, la terrible desgracia de la doble muerte –muertos y olvidados- se extendió por todo el país. Pero Desaparecidos no es (creo que su autor no pretendió que lo fuera) una obra de referencia sobre el tema. Aún con todo, es muy recomendable para introducirse en un asunto que todavía, después de siete décadas, sigue sin resolverse. Desaparecidos es, en definitiva, un libro para confirmar que la Memoria Histórica sigue siendo una parte de nuestra memoria muy necesitada de atención. Les animo a emprender el reto y leerlo.

 El Agitador Bajoaragonés

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