El Ayuntamiento de Caspe: nueva corporación, viejas prácticas

Nos habíamos propuesto descansar durante julio y agosto. Vacaciones. La temporada agitadora ha sido muy larga y hay que cargar las pilas para el nuevo curso. Pero hemos tenido que interrumpir nuestro descanso porque, otra vez, nuestros gobernantes se han cubierto de gloria.

No es el único caso pero sí el que sin duda más llama la atención: hace meses que la oficina de Turismo se quedó bajo mínimos en lo que a personal se refiere. Un contrato que se acaba y, ante la situación económica municipal, no se renueva. No es la primera vez. Podríamos hablar largo y tendido sobre esto. Gobiernen unos o gobiernen otros, siempre toca pregonar las excelencias turísticas de Caspe. Se da la paradoja de que a una inversión millonaria de fondos públicos en patrimonio le sigue el establecimiento de un horario más que limitado para la oficina de Turismo. Y, por si fuera poco, los visitantes que llegan se encuentran con que el Castillo permanece cerrado entre Navidades y Semana Santa porque no hay personal para atenderlo. Podríamos hablar de cómo deberían invertirse los fondos municipales si de verdad quisiéramos apostar por el sector turístico y, quizá, podríamos incluso recordar que invertir en atraer visitantes es algo más que cortar una cinta inaugural. Pero ese no es el tema que nos ocupa hoy.

Con el cambio de Gobierno municipal de finales de febrero, muchos eran los que señalaban a una persona en concreto como el siguiente técnico de turismo de Caspe. No era de extrañar tal expectación. El susodicho llevaba años trabajándoselo en cierto medio periodístico comarcal lanzando loas y alabanzas hacia una agrupación de electores local. Nosotros, al respecto, no tenemos nada que reprocharle. Uno puede ensalzar las virtudes de la cofradía, peña, partido político o comunidad de vecinos que le dé la gana, como le dé la gana y en donde le dé la gana. Y si encima se lo publican, perfecto.

Otra cosa es que, cuando esa agrupación de electores llegue al Gobierno, una de las primeras cosas que haga sea premiarle con un curro, pagado con fondos públicos, al que, en buena lid, podrían aspirar cientos de ciudadanos tan bien, o mal, preparados como él y tan necesitados de curro como él. Es normal que eso no nos parezca bien. En realidad es difícil que le parezca bien a alguien. Ni siquiera a muchos de los votantes de esa agrupación de electores. Es entendible que  la agrupación de electores decida retribuir a quien tanto, y durante tanto tiempo, le ha ayudado pero no es admisible que, para ello, recurra a los dineros de todos. Seguro que los miembros de la agrupación de electores disponen de fondos propios con los que pagarle sus muchos servicios o de empresas privadas, de su propiedad, en las que emplearle. Eso sería aceptable, entendible y hasta loable. Lo que no es ni es aceptable, ni entendible ni loable es utilizar para ello presupuestos públicos. Un dinero que es de todos, no solo de la agrupación de electores.

La verdad es que lo que ha ocurrido era algo tan previsible y descarado que nos negábamos a creer que fuera a acabar sucediendo. Otorgábamos a nuestros políticos un margen de confianza y de prudencia pero, claramente, estábamos equivocados. Por supuesto que todo ha sido “legal”. La legalidad es una de las grandes preocupaciones de los líderes de la agrupación de electores. El mecanismo es el siguiente: el Ayuntamiento establece unos criterios para optar a la plaza; el INAEM convoca a las personas que los cumplen; se hace una entrevista y, después, los políticos escogen a quien les parece. Todo legal. Pero, permitámonos dudar de la pulcritud del proceso.

Por un lado llama la atención la extraordinaria frecuencia con la que determinadas personas obtienen la máxima puntuación en los procesos de selección de personal convocados por el ayuntamiento caspolino. Personas que, a la postre, suelen mantener estrechos lazos con algunos de los políticos que integran dicho gobierno municipal. Por otra parte, en este caso concreto, es difícil entender que a determinadas personas no se les haya invitado. Concretamente a la persona que desempeñó el cargo el año pasado, licenciada en Turismo por más señas. ¿Qué habrá hecho la pobre para perder todas sus cualificaciones profesionales en tan solo unos meses?

Y es que, por si fuera poco, dicha persona demostró un interés por su trabajo fuera de lo común. No le importaba quedarse a trabajar por la cara mucho más tiempo del que su contrato establecía sin que nadie se lo pidiera. Se preocupaba por estar al día en cuestiones de patrimonio local mucho más allá de lo buenamente exigible. El premio que ha recibido a su incontestable valía ha sido no ser llamada al proceso. ¿Acaso no basta para encontrar trabajo con ser un excelente profesional? ¿Para optar a ciertos trabajos hay que ser fan de algunos políticos? ¿Pero no habíamos cambiado los españoles?

Lo peor de esta fea situación es que el daño no se le causa únicamente a una persona motivada y profesional. El daño se le causa a toda la sociedad. En pleno siglo XXI, los caminos para acceder a los puestos de trabajo pagados con fondos públicos son los mismos que en el siglo XIX. Tenemos aifons, feisbuks y guasaps pero, en muchos aspectos, seguimos viviendo en lo más profundo de una novela de Benito Pérez Galdós. Los caspolinos hemos accedido a la universidad, hemos viajado y aprendido idiomas pero eso a nuestros políticos sigue sin importarles lo más mínimo. Solo siguen colocándose los enchufados. Como en la época de nuestros padres y nuestros abuelos.

Alegarán que los otros también lo hacían. Se excusarán aduciendo que el nuevo inquilino de la oficina turística ya acumulaba experiencia y que no era la primera vez que desempeñaba ese trabajo. Y nosotros responderemos que en algún momento habrá que acabar con esas prácticas de una puñetera vez y que tenemos claro que no será la última ocasión en la que el nuevo contratado siga engordando su experiencia. Concretamente, cada vez que la agrupación de electores -a cuya causa ha consagrado su tiempo y su pluma- gobierne, encontrará un trabajo que pagaremos entre todos. Y al que no todos podremos optar.

Luego dirán que los jóvenes no se interesan por la política, que no se esfuerzan, que la LOGSE tal y la LOGSE cual, que esto se arregla con más revalidas y más autoridad, que los profes de antes sí que sabían, que ya vale de aprobar a todos… y nosotros diremos que, con estos ejemplos, lo más coherente es que los jóvenes empiecen a hacer botellón ya los lunes por la mañana y que aprendan idiomas, hagan las maletas y se busquen la vida muy lejos de aquí. Como nuestros padres y nuestros abuelos.

 Qué asquito.

 El Agitador Bajoaragonés

 

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