El 24 de julio de 1936 el sublevado capitán de la Guardia Civil de Caspe, José Negrete, sacó del Hotel Latorre a varios miembros de la familia propietaria junto a parte del personal de servicio. Los colocó como escudos humanos en una barricada junto al Hotel, de manera que impidieran los disparos de los milicianos desde la parte baja del Coso. En las mismas puertas del edificio hubo varios muertos. Desconozco si el Hotel Latorre está encantado desde aquel día pero, lo cierto, es que aún después de derruido, los escombros del hotel siguen dando miedo.

El 23 de noviembre de 2012 comenzó el derribo del mítico establecimiento. Día triste para caspolinos en general y amantes del patrimonio y la historia local en particular. Abramos un paréntesis y retrocedamos tres años, porque aquella demolición comenzó a gestarse a finales de 2009, cuando fue ratificado en sesión plenaria del Ayuntamiento de Caspe el acuerdo alcanzado con la propiedad: se permitía el derribo conservando la fachada principal y, si la memoria no me falla, se les autorizaba a levantar una planta más. Era la crónica de una muerte anunciada desde el día en el que se rompieron las negociaciones que pretendían la compra del Hotel Latorre para habilitarlo como sede comarcal. Pero en aquellas fechas, finales de 2009, ya se habían comprado las escuelas de la Balsa y no había vuelta atrás. Otra fórmula para salvarlo pudo haber sido, como en el caso de La Rosaleda, declararlo Bien de Interés Local. Pero el consistorio del bipartito desestimó catalogarlo. Me pregunto si en realidad habría resultado ventajosa dicha opción. Catalogado, pero en manos de unos propietarios que tenían otros planes, ¿No habríamos condenado al Hotel Latorre a convertirse en una absoluta ruina? Quizá la única forma de dar uso al edificio y al mismo tiempo impulsar esa céntrica zona de Caspe, era aquel acuerdo entre propiedad y Ayuntamiento.

Tres años después la crisis se había desatado de modo absoluto. Así que cuando a finales de 2012 comenzaron a caer tejas y tabiques, mis opiniones respecto al asunto habían cambiado. Al igual que muchos caspolinos, vaticiné que pasarían demasiados años hasta que el solar dejara de serlo y volviera a erguirse un edificio sobre él. Aunque fuentes bien informadas me habían contado que detrás había una empresa solvente, y que ni siquiera la maldita crisis iba a ser capaz de hipotecar la construcción de un bloque de pisos, nada hizo flaquear mi escepticismo al respecto. Porque como bien sabemos, la crisis inmobiliaria también había llegado entonces a Caspe.

Si a usted, como a mí, le fastidia ver parcelas vacías en el centro de nuestra ciudad, coincidirá conmigo en que el asunto está ahora incluso peor: la licencia de rehabilitación ha pasado a mejor vida. Donde dije digo, digo Diego. Ahora, legalmente, no puede ponerse ni un ladrillo. Y por si fuera poco, días atrás cayeron varios cascotes de la fachada, lo cual hace que nos planteemos dudas en cuanto a la solidez de los restos que se conservan.

Agárrense fuerte a la butaca porque en estos momentos somos testigos de las primeras escenas del ¿último acto? de este drama casi sobrenatural: los propietarios del solar han presentado dos demandas y reclaman un pastizal -de seis ceros-, al Ayuntamiento de Caspe, es decir, a los responsables municipales que han tomado las decisiones que ahora los propietarios entienden lesivas para sus intereses, pero en realidad a usted y a mí, que somos en última instancia los dueños de los dineros. No sé ustedes, pero yo voy a taparme los ojos. Qué miedo.

 Amadeo Barceló

Hotel Latorre
El Hotel Latorre durante su derribo. Foto: Néstor Fontoba

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