Homenaje en recuerdo de Burillo, Camón y Nuez en el cementerio de Caspe

Desde la noche de los tiempos, los hombres sentimos la necesidad de rendir tributo a los que ya no están en este mundo. Y entre los caminos escogidos para ello, visitar el cementerio en el que reposan los restos mortales de nuestros antepasados es un ritual que, la mayor parte de los mortales, practicamos con más o menos frecuencia para de algún modo reencontrarnos, por unos minutos, con nuestros seres queridos. Sin embargo, la Historia reciente de España lleva décadas empeñada en impedir a miles de familias españolas algo tan sagrado como llorar a sus muertos; la tragedia de 1936 y 1939, sus consecuencias y la guerra mundial posterior, provocaron un escenario que impide, todavía hoy, poner flores sobre las tumbas de miles de víctimas. Resulta imposible contabilizar cuántos compatriotas desaparecieron en campos de batalla nacionales o europeos, en hornos crematorios, en  fosas o cunetas, durante y después de la guerra. Es una verdadera tragedia porque todo el mundo tiene derecho a honrar a los suyos allá donde descansen sus restos mortales.

La familia de Fabián Nuez llevaba 65 años esperando. Nuez, natural de Josa, junto a Jorge Camón, de Montalbán y Rogelio Burillo, su buen amigo de Alacón, acompañados por otros seis guerrilleros y un joven reclutado para hacer de conductor, cruzaron los Pirineos en mayo de 1949 para no volver. Todos ellos eran anarquistas. Tras robar un vehículo en Hoz de Barbastro, el grupo se dirigió hacia el Bajo Aragón. Abandonaron la camioneta en las inmediaciones de Bujaraloz y fue entonces cuando los jefes del comando, Nuez y Burillo, explicaron cuál era la misión del grupo: eliminar a una contrapartida (guardias disfrazados de guerrilleros) que actuaba por la zona; debían, además, volar un tren especial que en unos días iba a recorrer el trayecto Madrid-Barcelona transportando a lo más granado del Régimen. Según les había indicado un enlace que trabajaba en RENFE, era posible que el mismísimo Caudillo viajase en él. Mas, al llegar a las inmediaciones de la villa ribereña, las complicaciones se sucedieron porque la cúpula franquista ya no iba a dirigirse hacia Barcelona en un tren especial, sino que lo harían en un vagón privado formando parte de un convoy que también llevaría otros coches de pasajeros. Y, como bien manifestó el pasado sábado el chófer de la camioneta, Ángel Fernández, él y sus compañeros «eran guerrilleros pero no asesinos». Por eso decidieron abortar el plan encomendado por el Comité Nacional de la CNT evitando así una monumental tragedia.

Unas horas después los guerrilleros, localizados, mantuvieron un tiroteo con varios somatenistas; el alcalde de Alborge, Enrique Laborda, resultó gravemente herido y murió a los días. Tras ello, el grupo decidió separarse tratando de cruzar el río aguas abajo. Ángel y cuatro de sus compañeros fueron detenidos en el monte de Valdurrios y conducidos a Caspe. La brutalidad de los interrogatorios dirigidos por el temible Enrique Eymar dejó huella en sus cuerpos durante semanas. Trasladados a Torrero, en marzo de 1950 fueron condenados a muerte. El 10 de mayo de 1950 se cumplió la sentencia en la fatídica tapia del cementerio zaragozano. Esa misma noche, tras dos meses esperando a la barca de Caronte, Fernández recibió la noticia de la conmutación de su sentencia. Burló el paredón pero se dejó 16 años en la cárcel.

El resto del grupo guerrillero acabaría sufriendo una emboscada en la partida caspolina de la Herradura, en el río Ebro. Burillo, Camón y Nuez cayeron acribillados en la madrugada del 14 de julio de 1949. Sus cadáveres fueron llevados a Caspe y enterrados en algún lugar del Cementerio Municipal. Habrían de transcurrir seis décadas para que sus familias supieran qué se hizo con los cuerpos.

La investigación que se convertirá en libro la próxima Semana Santa (editado por Bajoaragonesa de Agitación y Propaganda, ¡Viva el Maquis! aborda el fenómeno guerrillero en la comarca de Caspe), propició que Ángel Fernández regresara a Caspe no solo para rendir homenaje a sus compañeros, sino para dar ejemplo a todos los asistentes. Venido desde Francia, en la recta final de su vida volvió sobre sus pasos para cerrar el círculo que en aquel fatídico día de junio de 1949 le llevó desde el monte de Valdurrios hasta la casa de la benemérita caspolina. Visitando el cuartel de la Guardia Civil de Caspe, abrazado al capitán del puesto, Agustín Díaz, demostró que, a pesar de todo lo sufrido, no guardaba rencor.

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Agustín Díaz, capitán de la GC del puesto de Caspe, junto a Ángel en el exterior de la casa cuartel
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Ángel Fernández charlando con el capitán Díaz en el patio interior del cuartel, acompañados de los Nuez, varios josinos y algunos miembros de BAP

Poco después, en el Cementerio Municipal de Caspe, Ángel, la familia de Fabián Nuez, acompañados por algunos josinos y decenas de caspolinos, rindieron homenaje a los tres guerrilleros caídos en la Herradura. Un sencillo acto cargado de emotividad en el que familiares y amigos dedicaron unas sinceras palabras en particular a los tres caídos, y en general a toda una generación que fue víctima del fanatismo. Desde ahora, “los maquis muertos en la Herradura” han dejado de ser tres desconocidos. Rogelio Burillo, Jorge Camón y Fabián Nuez, cuentan con un pequeño lugar en su memoria para que nadie olvide que murieron luchando por la libertad.

Amadeo Barceló

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Pedro José Nuez, sobrino de Fabián Nuez, dirigiendo unas emocionadas palabras a los asistentes

 

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Ángel Fernández, compañero de los tres guerrilleros, María Pilar Nuez y Pedro José Nuez, sobrinos de Fabián, posando junto a la nueva placa en recuerdo
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La nueva placa se ecuentra ubicada en el pasillo derecho del camposanto caspolino, bajo las escaleras

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