Las matemáticas pueden ser divertidas…

¿Y los ciruelos chinos?

Autor. Miguel Barreras Alconchel.

Editorial Graó.

A Miguel Barreras lo conozco desde hace unos cuantos años, muchas conversaciones, entre el humo de los cigarrillos y el sabor de cerveza, cuantas risas, cuanta literatura, cuanta filosofía, cuanto malhumor por lo desgraciado de este maldito país, porque no habremos nacido en Finlandia, un suponer. Cuanta música. En fin. Aunque sea el libro de un amigo no lo reseño por eso, sino porque creo que ha escrito un trozo de vida, de la suya, que me parece interesante y está muy bien escrito. No podía ser de otra manera. Pura y entrañable melancolía. Aunque sea el libro de un matemático, lo único difícil es el subtítulo: Retrospectiva ácrona de un profesor de matemáticas. Casi ná… pero no se asusten, ya les digo, se deja leer muy bien, es divertido, y Miguel Barreras es un tipo excelente, como profesor y como amigo, gran conversador y hombre preocupado y crítico con el sistema de educación que le obliga a explicar una asignatura que no le interesa a casi nadie, pero que él se empeña en enseñar de una manera amena, con problemas de la vida cotidiana y con juegos de ingenio, ya que los libros de texto no son muy apropiados para la juventud actual (siendo piadosos).

Como medir unos campos irregulares, cosa de importancia en un pueblo como Valderrobles que es donde enseña el bueno de Miguel, en su Instituto, lugar curioso, porque siendo Valderrobles catalanoparlante, en su Insti sólo se da clase en castellano. Una cosa que se ahorra (el aprender catalán). El autor, con estilo fluido y poderoso, de frases cortas y claras, nos explica el mundo de la enseñanza, los anhelos, miserias, dudas, desesperanzas, sinsabores, algunas certezas no sólo del profesorado, también de alumnos, y de los padres de alumnos. Los alumnos se funden, no se confunden. Por las páginas del libro pasan los de hoy y los de ayer, el propio Miguel Barreras, alumno en un colegio de curas, en la universidad y el retrato no es risueño. El sistema no funciona, como no funcionaba cuando él era, también, alumno.

Es mejor que sea el propio Miguel quien les explique porque deberían leer su libro:

Mira hacia otro lado cuando se copien tus alumnos. Alguna vez tú te copiaste y alguien miró hacia otro lado.

No dudes de que las mates son más divertidas fuera del instituto. Vale más medir un castillo de verdad que catorce teoremas con sus corolarios.

No te niegues películas agresivas como Trainspotting. Pónselas a los chicos. Y no te sorprendas cuando te des cuenta de que ellos no se sorprenden de ver esa peli. Así son las cosas.

Cree al muchacho que te cuente que no hizo el problema de mates porque se le cayó encima el tejado de su “mas”.

No te fíes de la gente. Fíate de la gente. Tú sabrás. Y aprende idiomas, todos los que puedas. Y no dejes de animar a tus chicos a que lean, aunque, de momento, no lean. Dont´t  worry, alguna vez se acordarán de tus consignas. O no. Y sobre todo, no olvides que las mates sirven a veces. Y son divertidas. Y no dejes de contarlo, en Caspe o en Pekín. Aunque te equivoques. No se te olvide de que sólo hay una manera de aprender. Equivocándose. Aprende a equivocarte. Equivócate. Anda, equivócate.

En 1983 todavía hay muchachos en España analfabetos funcionales. Blas Descalzo es uno de ellos. Un soldado de un pueblo de Badajoz. Un pastor de ovejas en su pueblo del que nunca, antes, ha salido. Y hay otro soldado que ha tenido la oportunidad de estudiar. Así que Miguel, el “afortunado”, se encuentra, de cuatro a cinco de la tarde, con Blas para hablar de números y letras. Es lo único útil que hago en los trece meses de cautiverio militar.

Blas es un tipo despierto. Ingenuo. Bueno. Blas quiere poner un bar en su pueblo cuando vuelva a casa. Así que yo le pongo problemas aritméticos de compra y venta de refrescos, botellas de licor, panchitos, que Blas resuelve despacio, firme y seguro, contando con los dedos, porque no tenemos calculadora. No sé como entrarle en el tema de la lectura. Tengo en mi taquilla La Metamorfosis.  Leemos juntos el relato. Blas silabea las palabras al principio. Hacemos un trato. Yo le instruyo en cuentas y letras a cambio de que él me enseñe cosas del campo. Blas me explica cómo se comunican las abejas, me habla del color distinto del fuego, del crotorar de las cigüeñas. Blas me dice que no le hace falta contar sus ovejas al final del día porque las conoce a todas. Por la cara. Yo me lo creo, claro. Con el tiempo, Blas es más fluido en la lectura y, con mi ayuda, entiende lo que pronuncia. Con el tiempo, los dos nos hacemos amigos de Gregorio Samsa, y nos da mucho miedo pensar que, en algún momento, nos podemos convertir en cucaracha.

Acabo mi hora feliz de extensión cultural. Mis compañeros siguen luciendo el tanque. Que bello, ver tan reluciente un arma de matar. ¿Es más mortífera cuanto más brillante? Misargento requiere mis servicios, como todas las tardes, de cinco a seis. Se prepara unas oposiciones para ascender a teniente. Necesita saber integrales.

-Barreras, ¿cómo se hace ésta?

-Hay un método, Misargento, para resolver todas de este tipo.

-No, Barreras, no. Dime cómo se hace ésta.

-Pero no sea burro, Misargento- Me permito insultar a un superior, placer diminuto.

-No, no, Barreras,¿Cómo se hace ésta?

Y se lo digo. Se la hago. Es una orden.

Vuelvo al día siguiente con Blas y le cuento la historia con el sargento.

-Este tipo es un mierda- le comento a Blas.

-No digas eso, Miguel- me corrige Blas-. Es un pobre hombre.

Me reafirmo en mi teoría acerca de la humanidad. La gente se divide en dos categorías. Las buenas personas y los demás. Sin duda Blas pertenece a la primera. ¿Cómo Gregorio Samsa?.

Que ustedes lo lean bien.

Manuel Bordallo

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