Desde mi ignorancia Daniel Baquer
El primer argumento para defender las listas abiertas es muy simple. Parece incluso un insulto de lo obvio que es: nadie de los que están en el poder las defiende. Y como hemos llegado a un punto en el que gobierno y súbditos (perdón, quería decir ciudadanos, pero me ha traicionado el subconsciente) parece que estemos enfrentados, entiendo que todo lo que les perjudica a ellos, nos beneficia a nosotros, así que sin pararme a profundizar, me atrevo a decir que las listas abiertas son mejores que las cerradas.
¿Y por qué no las tenemos, si son tan buenas? También se me ocurre un argumento simple: y es que eso lo deciden ellos. Y parece razonable pensar que mientras esté en su mano no nos vayan a dejar opinar más de lo mínimo. No creo que estén muy interesados en permitir que juzguemos sus presunciones de manera real en unas elecciones una vez consiguen poquito a poco que prescripciones, abogados listos (listísimos) y marrullerías legales les impidan sentarse en los banquillos. Y ya que ni siquiera el decoro les obliga a dimitir de todos sus cargos, no nos van a otorgar el derecho de juzgarles popularmente de manera nominal cada cuatro años. Y tener que soportar un bajón personal de “confianza”. Porque, por cierto, ¿habéis observado que nunca nadie renuncia a todos sus puestos? Dimiten como portavoces, por ejemplo, pero nunca se levantan de su silla de diputado, por ejemplo. No sea que no lleguen a esos siete años. (Otro día hablaremos de los siete años. De lo que yo, y creo que la lógica, opina). Servidumbre política contra servidumbre económica. Ya sabemos quien gana siempre en las palabras y quien en las razones.
Admito que las listas abiertas a nivel nacional perderían parte de su esencia. Incluso a nivel autonómico. Pero a nivel local convertirían a nuestra democracia en un auténtico ejemplo y la sanearían cosa mala. Poder elegir a nuestros regidores por sus valías y no por la de sus partidos o por voto útil o por cualquier otro impersonal motivo le daría un plus a los sufragios. A mí, particularmente, me encantaría.
En Caspe, por ejemplo, asistir al recuento de votos sería divertidísimo. Como espectador, claro, porque contarlos en Caspe sería poco menos que imposible al primer intento. Podemos coger casi cualquier elección municipal y, omitiendo nombres, me gustaría que estuvieran de acuerdo conmigo en que gente a la que no le gustaría votar hay en todos los partidos. Y no por antipatía personal, sino por no verlos válidos. Y gente válida (sean objetivos, por favor, no se dejen llevar por los colores: asuman que en el equipo rival hay vida inteligente) la hay en todas las listas. La posibilidad por mi parte de votar una lista íntegra habría sido, hasta el momento, imposible. E incluso podría haber votado de todas las listas. Pero admito no haber analizado este dato en profundidad.
Como veo que me estoy liando, voy a resumir mis pensamientos sobre las listas abiertas municipales en unas líneas:
– Yo no votaría a una lista completa. Todavía no la he encontrado.
– Votaría, así a bote pronto, a gente de al menos cinco listas distintas.
– No necesariamente votaría a todos los números uno de cada lista de la que votara a alguien. De las últimas listas, por ejemplo, solo a tres.
– Muy probablemente votaría a gente incluida en las últimas posiciones.
– Nunca todos los concejales del equipo de gobierno desde que tengo uso de razón (tanto de mayorías absolutas como de tripartitos o bipartitos) habrían vuelto a ser votados. Alguno sí, pero NUNCA todos.
¿Están de acuerdo?
