Lo que Caspe ha aportado a la historia de la gastronomía

Conocerán Caspe por el Compromiso, los siluros y la ropa deportiva barata. Les sonarán sus deliciosas magdalenas, los tomates secos o las cerezas tempranas. Lo que no saben es que Caspe es el laboratorio en el que se ha cocido una de las últimas tendencias planetarias en lo que a gastronomía y “lifestyle” se refiere. ¿Han oído hablar de ese peculiar movimiento conocido como “slow food”? Comida lenta, en castellano. Disfrutar de la comida, rechazar la industrialización y la consecuente banalización de los sabores, defender la tradición culinaria como apuesta decidida por la modernidad. “Slow food” frente a “fast food”. Comida lenta contra comida rápida. ¿Sospechan donde se parió el invento? ¿En Italia? ¿En Francia? ¿En Minnesota? Frío, frío.

En realidad no lo inventó nadie. Como todas las cosas verdaderamente grandes surgió de forma espontánea. Para un caspolino, sentarse a la mesa en cualquiera de los establecimientos hosteleros de la localidad ha sido siempre una aventura de incierto resultado. Uno sabía a qué hora llegaba al bar o al restaurante pero no tenía idea de cuando saldría de allí. Lo que en cualquier otro sitio llevaba apenas unos minutos, en Caspe era un lento y pesado ritual de duración indeterminada. Cuando el camarero te traía la carta o recitaba el menú de memoria ya te dolía casi todo. Lo bueno era que, llegados a ese punto, tenías tiempo de sobra para decidirte. Cuando volvía al cabo de las horas para tomarte la comanda podías cantar el contenido completo de la carta mejor que un opositor a notarías. Luego tocaba esperar a que sirvieran el primer plato. Te daba tiempo a intimar con el resto de los comensales del local, fumarte un cartón de cigarrillos o escribir tus memorias. Lo mismo ocurría con el segundo, los postres y el café. Al final lo que podía haber sido una simple cena se convertía en una experiencia transformadora, en un viaje iniciatico. El caspolino que se había sentado a la mesa nada tenía que ver con el que se levantaba horas después. Era un ser humano transformado, completamente distinto. Había adquirido experiencia, sabiduría, madurez.

Sí, los caspolinos fuimos capaces de dotar al simple acto de llenarse el estomago de un contenido casi filosófico que ahora nos ha copiado una pandilla de snobs apropiándose de nuestra idea. Como siempre, los de fuera se han conchabado para jodernos y evitar que podamos ocupar el sitio que por historia y derecho nos corresponde. No aprenderemos nunca.

Y, encima, Cerezo sigue empeñado en decir que es de Alcañiz…

Jesús Cirac

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