Moción de censura en el ayuntamiento caspolino. La historia interminable.

Estaremos de acuerdo en que la escena política caspolina es cualquier cosa menos tranquila, pacífica y convencional. Amén de las querellas habituales y los cruces de acusaciones e insultos, los cambios de gobierno a mitad de legislatura y los pactos contra natura se han convertido en mecanismos habituales de su gobernabilidad. La  presentación de la moción de censura recientemente suscrita por PAR, PP y CPC contra la actual corporación socialista debería permitirnos reflexionar acerca de los problemas que, desde hace años, la aquejan. Sé bien que proponer reflexión en un momento en el que los internautas hablan de “castas arribistas llegadas a la política para utilizarla como instrumento de supervivencia”, de “poderes absolutos extendidos como tela de araña en el entramado asociativo de Caspe” o de “amenazas e imposiciones de corte estalinista” es perder el tiempo.

Hay que empezar diciendo que, más allá de las duras circunstancias personales que afectan al actual alcalde y de la elegancia, delicadeza u oportunidad que cada cual quiera atribuirle al momento elegido para su presentación (eso que lo valoren los electores la próxima vez que tengan que votar, aunque no olvidemos que, de momento, le ha valido un tirón de orejas al PP caspolino por parte de su presidente provincial) lo cierto es que la moción de censura es un procedimiento absolutamente legítimo en democracia y que contra eso no valen ni movilizaciones ni protestas.

Pero, claro, una cosa es su legitimidad y otra que sea útil o provechosa. Una cosa es que CPC, PAR y PP sumen siete frente a cinco y otra que entre los tres sean capaces de sumar uno. Una cosa es que la moción permita cambiar el gobierno municipal y otra que lo que se plantee como alternativa pueda ser considerado como gobierno. Hay que tener en cuenta que el partido que se hará con la alcaldía, el PP, no es ni siquiera el segundo en el orden de preferencias de los caspolinos. Por otra parte, con todo el respeto hacia la futura alcaldesa, justo es admitir que su experiencia al frente de cargos públicos no llega a dos años, y que, ni siquiera, se postuló ante los caspolinos como candidata a la alcaldía, ocupando el segundo puesto en la lista que encabezaba el hoy ausente, Néstor Fontoba. Que nadie me malinterprete. No cuestiono su legitimidad ni pongo en tela de juicio sus capacidades para el cargo pero, repito, tanto su bisoñez política como la falta de liderazgo dentro de su propia formación como el escaso apoyo electoral recibido son circunstancias que inevitablemente lastrarán su paso por la alcaldía. Tiempo al tiempo.

Probablemente la moción de censura sería percibida como más adecuada a los fines que dice perseguir, si la alcaldía recayese en quien hubiese obtenido más votos y pudiese acreditar experiencia en cargos similares. Los caspolinos, obviamente, darán por bueno su resultado pero difícilmente llegarán a interiorizar que la mejor alternativa a esa situación de “ingobernabilidad municipal” y esa “paralización de la gestión política” a las que se alude en el expositivo de la propia moción cesarán cuando gobierne una persona con menos de dos años de experiencia política que es, además, la número dos de la tercera lista electoral en votos y que, para semejante papelón, habrá de apoyarse en un compañero de partido con menos de seis meses de experiencia en el cargo, en un partido, el PAR, que, al inicio de la presente, suscribió un pacto de legislatura con el PSOE y en una veterana y aguerrida agrupación de electores, el CPC, que gobernó en coalición con el PSOE la pasada legislatura haciéndole la cama al PAR, cuyo líder es zorro viejo y que es de esperar que en el reparto de la pieza cobrada se reservará las áreas más jugosas. Repito, la moción es democráticamente legítima pero difícilmente entendible.

¿Por qué el PP ha cosechado tradicionalmente tan malos resultados en una plaza en la que ha obtenido buenos porcentajes en todas las demás pugnas electorales? En 2011  obtenía su mejor resultado histórico en muchos años, 731 votos, un 15,79%. Justo es reconocer el mérito que en todo ello tuvo el trabajo de Néstor Fontoba. Y hablo de mérito cuando debiera hablar de fracaso. Pero no, si tenemos en cuenta que esos exiguos 731 votos significaban doblar los 353 de 2007 y los 313 de 2003. Los datos nos ilustran todavía más si extrapolamos la comparación a los resultados autonómicos celebrados ese mismo día. 1.337 votos, un 30,53%. Es decir, la mitad de los caspolinos que introdujeron una papeleta del PP en la urna de las elecciones autonómicas prefirió a otro partido en las municipales.

Extendamos el análisis también a la formación que, históricamente, mejores resultados ha cosechado en Caspe. En 2011, el PSOE obtenía similares niveles de voto en las municipales (1.507 votos, 34,4%) que en las autonómicas (1.476, 33,71%) Se dirá que la crisis también castigó al PSOE en el que siempre se consideró uno de sus feudos. La crisis explica la caída en el voto autonómico pero no en el municipal que, en realidad, se mantenía con respecto a las elecciones de 2007 (1.603 votos, 33,37%). Lo realmente destacable es que, por primera vez en muchos años, el PSOE igualaba sus resultados municipales con los de las elecciones autonómicas o legislativas. En 2007, obtuvo 2.119 votos (un 44,5%) en las autonómicas, es decir, 516 caspolinos querían que Marcelino Iglesias fuera Presidente de Aragón pero no que Teresa Francín fuera su alcaldesa, el 24,35% de los votantes socialistas. Algo parecido a lo ocurrido en 2003, cuando 1.659 caspolinos votaron al PSOE en las municipales (un 33,77% de los votantes totales) mientras que un año después, en 2004, eran 2.329 (47,18%) los que lo hacían en las generales. 670 caspolinos que votaban al PSOE en las legislativas no confiaban en él para su ayuntamiento, el 28,76% de los caspolinos que querían un presidente del Gobierno socialista no querían a un alcalde de ese mismo partido.

Se dirá que el voto local tiene en cuenta otros factores además de la orientación ideológica pero este argumento se debilita cuando son los dos partidos nacionales los afectados. En el caso del PP parece clara su histórica incapacidad para presentar listas mínimamente aceptables. Al menos hasta la llegada de Néstor Fontoba. La dificultad para elaborar listas afecta a todos los partidos aunque en Caspe el problema parezca agravarse. Analizando las presentadas por las distintas formaciones locales en 2011 lo único que a uno se le ocurría era desear que nadie ganase. Ser alcalde o concejal en una ciudad con un presupuesto de más de nueve millones de euros exige algo más que voluntarismo. Es duro decirlo, pero sin preparación no hay buenos políticos.

Es un hecho que los jóvenes “pasan” de la política. Lo raro es que no lo hagan. De los siete suscriptores de la moción de censura, tres pasan largamente de los cincuenta años, dos de ellos tienen más de sesenta, y solo dos andan por debajo de los cuarenta.  ¿Podemos confiar en que a alguien le resulten atractivos la discusión talibánica y el enfrentamiento constante omnipresentes en la vida municipal caspolina? ¿Van a percibir los jóvenes posibilidades de hacer algo verdaderamente útil por su ciudad en el seno de estructuras absolutamente jerarquizadas y férreamente dirigidas por personas de las que les separa un abismo generacional? La prioridad de las fuerzas políticas locales debería ser ampliar sus bases entre los sectores mejor preparados de la sociedad, con especial atención en los más jóvenes. No es difícil. Las nuevas generaciones han dejado de lado muchos de los defectos que de siempre lastraron a las viejas y son muchos los caspolinos jóvenes bien preparados. Lo que ocurre es que hacer esto requiere mucho trabajo y mucha humildad y obliga a que, previamente, exista un discurso, un mensaje, con el que enganchar a la audiencia.

Aparentemente los caspolinos estamos muy politizados pero, en realidad, nunca hablamos de política. De lo que hablamos es de mitos, de conjuras, de conspiraciones. Culpamos, exigimos, nos lamentamos pero rara es la vez en la que argumentamos, proponemos o razonamos. La culpa siempre es del otro. De Sagarra y su pasado, de Mariano y sus tentáculos (a Florencio de momento solo le reprochan su filiación, señal de que todavía no se ha consolidado como líder local), de Alastuey y sus emonumentos. La culpa nunca es nuestra, para eso tenemos a los políticos, para que se la coman ellos. Si no fuera por los políticos que “gangrenan al pueblo”, Caspe sería hoy la “cuarta ciudad de Aragón” ocupando “el lugar que por historia y tradición se merece” ¿Con una peña que realmente se cree semejantes memeces qué haría usted si quisiera dedicarse a la política? ¿Currarse un programa lleno de cifras y estudios? ¿Intentar identificar los problemas para proponer las soluciones adecuadas? Claro que no. Le bastaría con dar la carnaza que se le demanda y esperar a que picasen los peces.

El verdadero problema de la política local caspolina es la falta de ideas y de programas. En un municipio que destina más de cuatro millones de euros a gastos de personal, con un territorio casi inabarcable, con un tercio de su población de origen extranjero, con un flamante polígono industrial desoladoramente vacío, con un casco histórico cada día más próximo a convertirse en un gueto, con un Plan General de Ordenación Urbana de larguísima tramitación y ampliamente contestado, con problemas de orden público, con una falta de criterio evidente en materia de patrimonio, con un sector industrial absolutamente dependiente de la permanencia de dos grandes empresas, con una situación financiera complicada, con todo eso, a nuestros políticos de lo que les gusta hablarnos es de la promoción turística, del Sexto Centenario, de los turistas que vendrán a rezarle a la Vera Cruz, de nuestro grandioso pasado y nuestro glorioso destino. En eso es en lo único en lo que coinciden todos los partidos locales y así llevan desde que tengo recuerdo.

La moción saldrá adelante y el PSOE pasará a la oposición. Es lo que toca. En 2015 habrá nuevas elecciones. Suficiente tiempo como para ver si la coalición PP-PAR-CPC acaba bien y no como muchos imaginamos. En esos dos años al PSOE caspolino lo que le toca es aplicarse, abrirse, olvidarse de las chorradas y diseñar el Caspe del futuro. Tendrá que pensar qué destino darle al Polígono industrial, como soslayar los desastrosos efectos de la reforma de la Administración local que prepara el PP garantizando los servicios básicos a todos los caspolinos. Tendrá que enterrar el rollo del turismo, la Vera Cruz y los museos. Lo que le toca no es quejarse ni manifestarse. Estamos en política, y esto funciona así. Ahora lo que le toca es pensar mucho, trabajar mucho, salir a explicarse a la gente, incorporar caras nuevas y conseguir que esa amplia mayoría de caspolinos votantes de opciones de centro-izquierda considere a la agrupación local del PSOE como digna de su confianza. Todo depende de ellos, o hacen bien los deberes o la política municipal caspolina seguirá siendo un desastre.

 (Los entrecomillados son citas textuales de algunas de las perlas periodísticas que he podido leer en el Guadalope).

Jesús Cirac

Ayuntamiento de Caspe

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