Paz Benavente Serrano: “Cabriante es uno de los países que mi hijo Jaime inventó. El país de las cabras”.

Leí acerca de una pareja de alcañizanos que habían perdido a su hijo de forma trágica y habían decidido promover un concurso para jóvenes violonchelistas en su honor. Leí acerca de ese hijo. Con apenas doce años se atrevía con escritores brutales, tocaba un par de instrumentos y tenía un extraordinario instinto para el mundo del arte, del que era ya un verdadero experto. Pero había más. Jaime Dobato Benavente era inventor. No hubiera prolongado mi interés por él si sus inventos hubieran sido cosas útiles, artefactos prácticos, sustancias necesarias para la vida cotidiana. Pero el joven Jaime era un inventor de los buenos, de los que crean ideas irrealizables, conceptos inapropiados o países que no vienen en los mapas. Inmediatamente sentí la necesidad de saber más acerca de él. No me costó contactar con Paz y ni siquiera tuve que convencerla de nada, me limité a aceptar su invitación. Un sábado por la tarde me recibió en su casa junto a su esposo, Vicente, y su hija, Ana. Hablamos durante horas. De Jaime, del concurso, del documental, de Caspe y Alcañiz, de Stefan Zweig e Irene Nemirowsky, de viajes, de su vida sin Jaime. Este es el extracto de aquella larga conversación.

 (Nota: No es que solo hablase Paz pero sí fue quien más lo hizo. Para facilitar la transcripción de la entrevista, la considero como única interlocutora aunque tanto Vicente como Ana participaron también)

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¿Cuánto hace que murió vuestro hijo? Casi cinco años ya. Murió el dos de agosto del 2009. Tenía entonces doce años.

No me apetece hablar de un hecho que forzosamente os tiene que traer pésimos recuerdos pero parece inevitable preguntar por las circunstancias de su muerte. No tenemos problema en hablar de ello. Desde hace más de veinte años tenemos caballos, ahora mismo seis, y cada sábado y cada domingo salimos de paseo por el campo con ellos. Nos gustan mucho. Aquel día salimos con los caballos en una de esas excursiones tan habituales y en el paraje que aquí llamamos «La Badina”, nuestro hijo cayó del caballo en una zanja y murió casi instantáneamente.

Una de las muchas cosas que me interesó de vuestra historia fue ese carácter tan extraordinario de vuestro hijo, sus aficiones, el hecho de que, siendo solo un niño, fuera ya un apasionado de tantas y tantas cosas… Yo siempre digo que Jaime era una especie de extraterrestre. Desde muy pequeño tuvo siempre un comportamiento totalmente inusual. Aprendió a leer él solo. Apenas con cinco años cumplidos se convirtió en un ávido lector de enciclopedias de arte y asimiló todo lo que contenían convirtiéndose en un verdadero experto. Se lo sabía todo. Con cinco años conocía a todos los pintores. Tenía una retentiva prodigiosa, nunca se olvidaba de nada. Recuerdo que una vez le mostraron una pintura italiana que aparecía en un libro y dijo: yo diría que es una obra desconocida de Piero della Francesca. Al pie de foto venía el nombre del cuadro y del pintor, que era un discípulo de Piero della Francesca. Con cinco años corregía a su hermana acerca de Monet y Manet. También le encantaba la geografía, se conocía todos los países del mundo, con sus capitales, con sus habitantes. Una vez Ana estaba hablando con una amiga y, por hacer la broma, le dijo que le preguntase a Jaime el nombre de todos los países de África. Él le contestó que si quería que se los dijese por orden alfabético u ordenados de Norte a Sur…

Inventaba países imaginarios. Sí. Jaime había dividido toda nuestra casa en espacios imaginarios con nombres de países, ciudades y pueblos que él inventaba. Te ibas a sentar en el sofá y te decía: “Cuidado, que vas a sentarte sobre tal país”. De hecho, Cabriante es uno de esos países, el país de las cabras.

También pintaba… Empezó a dibujar muy pronto, con mucha personalidad, nada virtuoso pero con una imaginación desbordante. Hacía unos fotomontajes muy muy divertidos…

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Y tenía gustos literarios adultos. Leía a Bukowski y a Robert Crumb… lecturas muy poco infantiles. Yo le decía: en el colegio no se te ocurra decir que lees a Bukowski. “La senda del perdedor» y todas esas novelas tan salvajes… lo que pasa es que Bukowski no deja de ser un escritor muy grande. Le gustaba mucho la literatura norteamericana contemporánea. Con Crumb le decía a su padre: “Papá, no deberías dejarme leer esto”. Pero hacíamos la vista gorda porque Jaime era casi un adulto. Se expresaba como un adulto, razonaba como un adulto, podías mantener con él conversaciones muy sofisticadas, de adulto.

¿Vosotros sois lectores habituales? Sí, claro. Todos esos libros estaban en casa a su alcance. Era lógico que él los leyera.

¿Cómo era su relación con los demás niños de su edad? Parece difícil pensar que pudiera encontrar en sus compañeros complicidad para todos esos gustos tan poco habituales, por desgracia, hoy en día. Jaime era capaz de salir al recreo del cole con un libro de Max Ernst y, claro, eso no era muy habitual. Yo creo que no encajaba del todo con sus compañeros, lo que pasa es que era tan listo que supo hacerse un sitio en ese mundo infantil que, en realidad, no era el suyo. Él tenía mucha personalidad y no encajaba con los de su edad pero también era muy bueno y eso le hacía llevarse bien con la gente en general.

¿Tenía ya alguna vocación profesional definida? ¿Había algo a lo que quería dedicarse cuando fuera  mayor? Bueno, quería ser arquitecto, o actor… pero no tenía un criterio definido porque aún era muy joven. Le gustaba mucho la arquitectura, conocía todos los órdenes arquitectónicos. Yo creo que lo suyo era el arte en general. Yo pensaba que acabaría siendo director del Prado o del Reina Sofía porque el arte era lo que más le gustaba y en lo que más destacaba con mucha diferencia. Su mayor pasión era viajar para ir a museos o a exposiciones temporales que le interesaran especialmente. Hemos viajado muchísimo con él de museo en museo. También para ver edificios de arquitectura contemporánea que era algo que le encantaba, aunque él estaba mucho más volcado en la pintura. Todavía hoy mantenemos la costumbre de viajar con el arte como hilo conductor.

¿Había antecedentes artísticos en la familia? Yo estudié en la Escuela de Artes de Zaragoza y soy ceramista. Y soy una gran aficionada al arte también.

O sea, que le venía de ti. Sí, seguramente.

Yo también tengo hijos y ni siquiera se me ocurre imaginar lo que puede llegar a doler una pérdida como la vuestra. Prefiero no jugar a eso. Lo increíble es que vosotros, lejos de parapetaros en el dolor, habéis convertido el recuerdo de vuestro hijo en una especie de motor familiar a través de una experiencia cuando menos poco común. ¿Cómo surge la idea del certamen? La reacción fue inmediata y surgió del propio entorno familiar. Como era de esperar, nuestras familias se volcaron en nosotros y, apenas un mes después del accidente de Jaime, mi hermano José Antonio nos comentó que había leído que algunas familias, al sufrir una pérdida como la nuestra, lo que habían hecho era intentar superarlo por medio de asociaciones o actividades que fomentaran el recuerdo de ese ser querido a través de las aficiones que tuviera en vida. A los siete años Jaime empezó a tocar el violoncelo y el piano a los diez, en el Conservatorio de Alcañiz. Tocaba bien e incluso componía cosillas. Se nos ocurrió organizar algún tipo de certamen con el nombre de Jaime en relación al mundo de la plástica o de relatos literarios, algunas de las pasiones de Jaime mientras vivió. Hablé con Nuria Gañet que era la profesora de chelo de Jaime en el Conservatorio y a ella se le ocurrió que una buena forma de recordar a Jaime sería organizar un certamen juvenil de chelo porque en España no había ninguno específicamente dirigido a niños o adolescentes. Y nos pareció una idea excelente.

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¿Teníais alguna experiencia en organizar concursos juveniles de violonchelo? (risas) Por supuesto que no. Éramos totalmente novatos. Sacamos las bases de otros concursos similares. Tuvimos que trabajar muchísimo.

A diferencia del mundo anglosajón, en España el mecenazgo no es algo muy habitual, mucho menos en cuestiones culturales. Lo vuestro es un mecenazgo en toda regla y además en una actividad muy minoritaria como es la música llamémosle “clásica” o “culta”. Para más inri la lleváis adelante en el mundo rural… puestos a romper, rompéis todos los esquemas. Supongo que las instituciones se habrán volcado con vosotros. Desde la primera edición nos han financiado la Diputación Provincial y la Comarca. El Ayuntamiento de Alcañiz nos cede las instalaciones. Vamos ya a por la quinta edición del certamen y con la crisis las ayudas han decaído bastante.

Un evento de estas características tendrá importantes gastos. Sí. Hay que pagar al jurado, que está formado por músicos y profesores conocidos a nivel nacional e internacional, a los pianistas, premios… Los organizadores del certamen trabajamos durante todo el año y además nos cuesta dinero.

¿Cómo os financiáis? Constituimos una asociación cultural que se llama Cabriante y que ahora cuenta con doscientos setenta y siete socios. Cada uno de ellos realiza una aportación anual de diez euros. Lo demás nos toca ponerlo a nosotros.

¿Está garantizada su continuidad? Por nuestra parte, sí. Haremos lo que sea para seguir adelante con ello. Solo pararemos el día en que ya no haya inscripciones…

¿Puede ocurrir eso? Claro que sí. El violonchelo no es un instrumento tan popular como la guitarra o el piano y hay menos niños y jóvenes que lo toquen. Estamos agotando la veta de los violonchelistas españoles. Todos han pasado ya por Alcañiz y los buenos han ganado. Cada año, al publicar la convocatoria, estamos expectantes: a ver cuántos se apuntan este año… y eso a pesar de ser el más prestigioso en este mundillo.

¿Cuántos participantes suelen concurrir? Ya el primer año fue muy bien y se apuntó un montón de gente. La respuesta siempre ha sido muy buena. Este último año se apuntaron unos treinta. Más no se puede.

¿Cómo discurre el concurso? Este es un concurso muy diferente a otros, primero porque es muy especializado y va dirigido específicamente a niños. Tiene un toque muy humano, yo creo que porque Jaime está detrás de todo. El clima es muy familiar, la gente charla y lo pasa bien. La inauguración tiene lugar en el Parador. Nosotros regalamos el jamón y la gente se paga la consumición. Hay que echar a la gente a las doce de la noche para ir a la cama porque si no seguirían allí horas y horas.

Supongo que ese éxito tiene que ver con vuestra implicación personal. No podemos permitirnos fallos o desidias. Estamos muy encima de las cosas, con una dedicación total. Padre, madre, hermana, familiares. Hay mucho trabajo que hacer. Para nosotros esto es muy importante. Es una fiesta en honor de Jaime en la que él está presente. Lo sorprendente es que, a pesar de nuestro desconocimiento inicial, las cosas han salido muy bien desde el primer día.

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¿Cómo obtenéis la difusión necesaria? Fundamentalmente a base de mails y a través de la web. Hacemos un mailing a todos los conservatorios de música del país. Los profesores nos envían a sus mejores alumnos.

¿Cuál es la procedencia de los concursantes? Vienen de toda España en general. Aunque de donde más vienen es de Madrid. De Zaragoza no vienen muchos y lo extraño es que de Cataluña sólo haya venido uno, que es de origen belga.

No me lo puedo creer. Pues créetelo porque es la verdad.

No hemos hablado del jurado, ¿está formado por gente de prestigio? Sí. Ese es uno de los aspectos más destacados. Hemos conseguido que a Alcañiz hayan venido los violonchelistas más relevantes del panorama nacional e internacional, como Suzana Stefanovich, que es violonchelista solista de la Orquesta de RTVE, la portuguesa María de Macedo o el alemán Peter Thiemann, que forma parte de la fundación Barenboim-Said y enseña música a niños palestinos en Ramallah. Igualmente contamos en la primera edición, con la asistencia del músico bajoaragonés José Peris Lacasa, en calidad de presidente del jurado.

Y ahora vais a por un documental. Sí, nos hace mucha ilusión y creemos que es una buena oportunidad para dar a conocer el proyecto. Ana conocía a los directores, Nico Aguerre y Edgar de Melo. Ellos empezaron a interesarse por el mundo de los caballos y con esa intención contactaron con nosotros. Cuando conocieron el certamen y lo que había detrás quisieron implicarse con un documental. Se integraron en nuestra vida, se alojaron en casa y, sobre todo, les llamó mucho la atención el tema de los países imaginarios de Jaime. Nosotros les dimos absoluta libertad para que se metieran dentro de nuestras vidas. Nos parece que es un buen testimonio de lo que hacemos. Fíjate que en principio iba a ser simplemente un corto pero se ha convertido en un largo. Creo que dura unos setenta minutos.

¿No habéis tenido ocasión de verlo? Todavía no. Ellos han escrito el guion y han liderado todo el proceso sin que nosotros hayamos interferido en su trabajo. Verlo será una sorpresa para nosotros.

¿Hay material de Jaime en el documental? Sí. Les facilitamos videos de Jaime. Él mismo se grababa tocando el piano. Les hemos facilitado dibujos de Jaime que, según nos han dicho, han animado. También han compuesto una banda sonora original. Les dimos todo tipo de material para que dispusieran de él como quisieran.

¿Cuál será la vida de ese documental? Sabemos que están en fase de producción y que muy pronto lo tendrán listo. Nos han dicho que piensan presentarlo en Documenta Madrid y en otros festivales de cine. A nosotros nos encantaría poder estrenarlo en el Teatro de Alcañiz.

Siempre terminamos las entrevistas pidiéndole al entrevistado que nos recomiende un libro, una peli y un disco. En este caso, creo que lo procedente es conocer las recomendaciones que nos haría Jaime. A Jaime le gustaba todo y con mucha intensidad. De libros, creo que te recomendaría “A sangre fría” de Truman Capote o algo de Paul Auster, cuando murió estaba leyendo “El palacio de la luna”. En cuanto a cine le encantó “El día de la bestia” de Alex de la Iglesia. También le gustaban algunas biografías. Vimos «Hilary y Jackie», sobre la vida de Jacqueline Du Pré, la genial violonchelista, esposa de Daniel Barenboim y recuerdo que le gustó mucho. En música, Shakira y los Beatles. La última semana habíamos estado escuchando el “No volveré a ser joven” de Gil de Biedma cantado por Loquillo, aconsejado por mí.

No quiero resultar cursi pero a lo largo de la conversación que mantuve con Ana, Paz y Vicente ocurrió algo que consiguió conmoverme. Mientras respondía a la pregunta con la que siempre cerramos nuestras entrevistas, Paz se levantó de la mesa y desapareció durante unos segundos para volver con el libro que Jaime estaba leyendo aquel verano fatídico. “El palacio de la luna” es la primera novela de Paul Auster que yo leí hace más de veinte años y es todavía mi favorita de ese autor. La compré en la librería “El Globo” de Caspe. Después he leído otras muchas novelas de Auster pero ninguna me ha gustado tanto. Cuando la leí no era tan crío como Jaime pero, desde luego, era más joven que ahora. También más impresionable. Recuerdo que la acabé de una larga sentada durante un viaje en tren desde Tarragona a Zaragoza y que luego se la recomendé a varios colegas. Pero lo que me conmovió no fue esa coincidencia más o menos probable. Paz me tendió el libro y pude abrirlo por la misma página que Jaime había señalado con un marca páginas. Seguramente pensaba retomarlo aquella misma tarde, después de su excursión. Tenía solo doce años, no llevaba ni la mitad del libro y todavía no había llegado a lo mejor de la historia.  

 Jesús Cirac

  

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