Ramón y Cajal y La Muela: de cipreses y aparcamientos

En Caspe, como en cualquier otro sitio, pocos son los que se muestran indiferentes ante los cambios que se van produciendo en la fisonomía urbana. Las renovadas farolas, las nuevas baldosas, el hecho de eliminar elementos que nos han acompañado durante años y sustituirlos por otros, suscitan opiniones muy diferentes. Y muchas veces claramente enfrentadas. Un ejemplo claro es la plaza Ramón y Cajal. El Ayuntamiento ha planteado una remodelación a fondo de la plaza aprovechando que, por fin, se va a cumplir con la Ley de la Memoria Histórica eliminando la inscripción franquista situada en la base de la imponente columna que ocupa el centro del jardín. Por el momento se han talado varios cipreses (según se dice estaban enfermos y había que hacerlo sí o sí) y ahora se plantea qué hacer con el propio monolito y la cruz que lo corona. Se propone sustituir el monumento actual por una estatua de don Santiago Ramón y Cajal, haciendo honor al nombre de la plaza. Y, como no podía ser de otra manera, han surgido opiniones de todo tipo en torno al destino del monumento y la supresión de los árboles.

Dejando al margen mis preferencias estéticas, me preocupa mucho más otro asunto. Los espacios públicos urbanos deben ser pensados para el público que es quien los utiliza y da sentido. Más que el goce visual, valoro que las reformas urbanas tengan en cuenta la practicidad. En este sentido, leí días atrás en el blog de la Asociación de Amigos del Castillo -el artículo lo firmaba la asociación- un comentario a propósito de la grata noticia de la eliminación del cableado aéreo de la ermita de San Indalecio. Además de celebrar el soterrado del cable de la ermita (alegría que comparto), el comentario iba más allá. Copio:

“Y ahora viene la segunda parte del asunto. Entendemos que resulta muy cómodo poder aparcar en la puerta de tu casa, o a cuatro pasos, pero creemos que los vecinos deberían entender que no viven en la Plaza Aragón, sino en La Muela. Y si a todos nos gusta pasear por un Albarracín o Alquezar libre de coches en su Casco Antiguo, deberíamos sacrificar un poco de nuestro confort para que vecinos y turistas (que alguno viene de vez en cuando) disfrutara igual que nosotros cuando vamos a esos pueblos”

Si solo pensamos en el paseante, local o foráneo, un casco antiguo sin vehículos es algo muy grato a la vista aunque la comparación entre La Muela y Albarracín o Alquezar resulte más que forzada. Pero, claro, en el casco antiguo de Caspe, como en casi todos, también vive gente. Y esa gente tiene la mala costumbre de usar el coche para sus desplazamientos. Porque, nos guste o no, nuestro estilo de vida necesita del coche. Y todo el que no tiene un garaje en su bajera, como es muy normal, busca aparcar cerca de casa. Eliminar aparcamientos en los barrios del centro no resulta tan sencillo, porque los que quedan cerca son mayoritariamente en zona azul. Si se lo ponemos difícil a los habitantes de los barrios históricos como La Muela lo que vamos a conseguir es que cada vez menos ciudadanos quieran vivir en ellos. Es cuestión de pura lógica y también de la larga experiencia acumulada en degradación urbana que han vivido muchas de nuestras ciudades en las últimas décadas. Luego lo que haremos será quejarnos de lo despoblados que están nuestros cascos urbanos, de las bolsas de pobreza que se van formando en ellos, del abandono. O lamentaremos que cuando se acabe la generación de vecinos más mayores, solo habitarán el casco los inmigrantes (algo que ya casi es una realidad).

Me parecería maravilloso un casco antiguo sin coches, pero no encuentro la forma de conseguirlo sin perturbar las vidas de sus habitantes. Está bien soñar con paraísos urbanos pero habrá que dar a sus vecinos la posibilidad de aparcar el coche no demasiado lejos de sus casas. Si nos cargamos los aparcamientos, habrá que proponer alternativas razonables para los vecinos. Sin olvidar a la gente que quiere ir de compras al centro. Y ojo que en Caspe ya somos especialistas en hacerlo mal: se suprimieron los aparcamientos de la calle Mayor y la plaza de la Virgen, sin plantear zonas de aparcamiento alternativas.

En ese sentido, fue triste perder el edificio del Círculo Católico, pero, ya puestos, me pareció una buena idea habilitarlo como aparcamiento con el que facilitar la vida diaria a los vecinos, y las compras o gestiones para todos en el centro de Caspe. Creo que ese es el modelo. Pensar en un centro histórico limpio, restaurado, con plazas y puntos de encuentro agradables, pero también con zonas de aparcamiento estratégicamente repartidas para que vivir en el centro de nuestra pequeña ciudad, o ir de compras, resulte práctico. Imaginar un destino mejor para edificios y calles pero no olvidar las vidas de quienes los habitan o frecuentan. Amemos a las piedras pero no menos a las personas. Lo contrario nos lleva a convertir el casco antiguo de Caspe en un pintoresco desierto. O lo que es peor, en un hermoso e indeseable gueto.

Amadeo Barceló

La Muela 2016

 

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