«The Next Day». Y Bowie descendió a la Tierra.

El pasado 8 de Enero, fecha del 66 cumpleaños de David Robert Jones, saltaban todas las alarmas con la noticia de un nuevo disco de David Bowie tras diez años de silencio. Tras los problemas de salud que interrumpieron su última gira en 2003, parecía que el extraterrestre había pasado a ocupar un lugar en el limbo de las leyendas retiradas. Las pocas noticias sobre el icono del art-rock tenían que ver con su pasión por el arte y el coleccionismo, o con esporádicas apariciones en apoyo de alguna causa o nueva banda que llamaba su atención, como sucediera con Arcade Fire a mediados de la década. Año tras año se acumulaban reediciones de sus álbumes y publicaciones sobre su vida y obra, al tiempo que sus éxitos eran una y otra vez aprovechados por la industria publicitaria para mayor beneficio de ISO, la empresa que gestiona sus rentas. Nada hacía pensar en nuevos trabajos discográficos. Y de repente, en la época de lo global, de las redes sociales, de lo instantáneo y los rumores, Bowie sorprendía a propios y extraños al anunciar que llevaba dos años trabajando junto al productor Tony Visconti y músicos como el guitarrista Earl Slick en The Next Day. ¿Jugada maestra, celos, pose y secretismo de artista, hábil maniobra de despiste, estratagema de mercadotecnia puramente comercial? Con Bowie nunca se sabe. Eso sí, una vez más ha demostrado su capacidad para ir por delante, al percibir que en la era de la información, el silencio es igual a poder.

El adelanto del primer sencillo, “Where Are We Now?”, se sumaba a este impacto inicial, levantando las primeras suspicacias, recelos y opiniones enfrentadas. Bowie se presentaba con una lánguida, lenta y melancólica composición de tintes autobiográficos y un emotivo final in crescendo, que pese a su lírica sobre el paso del paso del tiempo y las alusiones a su etapa berlinesa, era incapaz de cubrir expectativas. Ahora, la sorpresa llegaría con “The Stars (Are Out Tonight)”, el segundo avance, y un tema tejido con mimbres de la producción enérgica y radiante de Let’s Dance, que retomaba el viejo tema de la alienación de la fama y de la estrella ante el espejo. Y que además, venía acompañado de un atractivo vídeo donde Bowie, junto a otro icono andrógino como Tilda Swinton, muestra a las celebridades con atributos de dioses griegos – como él mismo ha declarado –, y coquetea tanto con su pasado, como con la ambigüedad sexual: es de notar, por ejemplo, el parecido físico y estético de la cantante de la banda del vídeo con el Bowie de mitad de los setenta, o la joven pareja que dobla al matrimonio interpretado por Bowie-Swinton.

La escucha completa del disco revelaría finalmente su regreso a la tierra en clave de rock, con el trabajo más potente en años, y cierta voluntad de continuidad y conciliación con sus obras de finales de los setenta, en particular “Heroes” y Scary Monsters. La misma carátula es inequívoca, al reutilizar la misma de “Heroes”, con los únicos añadidos de un cuadro blanco superpuesto con el nuevo título y una tachadura sobre el nombre original. Tampoco deja lugar a dudas el armazón central del álbum. “The Next Day” abre el disco rotundamente, con Bowie increpando en un contexto textual apocalíptico que está aquí, que todavía está vivo, rodeado en lo musical de cadencias y armonías que recuerdan en unas ocasiones a “Diamond Dogs”, y en otras a las atmósferas guitarreras de “Beauty and The Beast”. “Valentine’s Day” por su parte, una de las joyas de este trabajo a mi juicio, conecta con el Bowie de principios de los setenta en su estructura folk-rock. Y unas pistas más adelante, “(You Will) Set the World On Fire” irrumpe con un zapatazo de rock de garaje que suena en parte a Tin Machine, para convertirse en otra de las grandes canciones del disco, como es también el monumental, épico y grandilocuente himno ceremonial “You Feel So Lonely You Can Die”, en el que el artista inglés exhibe una capacidad vocal intacta.

Junto a los anteriores, habría que destacar cortes como “Dirty Boys”, tema de toque canalla y guitarra rítmica seca y chirriante, acompañada del brillante saxo barítono de Steven Elson – cuya recuperación es una de las bazas fuertes de este trabajo, como se aprecia asimismo en “Boss Of Me”. O la grata sorpresa de “Love Is Lost”, que combina sombríos y largos acordes de órgano y guitarras sobre una áspera y sincopada base rítmica, con un melódico e hipnótico estribillo, trasladándonos irremediablemente hacia la trilogía de Berlín – al igual que la instrumental y extraña “Plan”, añadida en los bonus extras. Por no hablar del cierre del álbum, “Heat”, una desolada canción que algunos críticos han asociado a la influencia de Scott Walker, y en la que Bowie retorna sobre sus conflictos de identidad, consecuencia final del derribo posmoderno de las fronteras entre realidad y ficción, y que Bowie ha encarnado en su carrera como nadie.

Ahora bien ¿estamos ante un disco nostálgico, o retro? No. Más bien parece un repaso de la carrera de Bowie desde el presente, y una muestra más de su innata capacidad para combinar y mezclar influencias y referencias tanto a sí mismo, como a sus fuentes habituales desde los sesenta, si bien con un sonido rabiosamente actual: de hecho, incluso tenemos ecos de su reverenciado Jacques Brel en la melódica “So She”. Esta misma ambición, sin embargo, conduce al disco a palidecer un tanto en su parte central, con la inserción de temas más experimentales en la órbita de sus últimas obras. Hablamos de títulos como “If You Can See Me” y su veloz ritmo de funk-jazz, o la prescindible a mi parecer “Dancing Out In Space”. Y sin embargo, estas aparentes debilidades se sostienen en su parte poética, teñida de tristeza y negrura, de un tono cuasi lúgubre, pleno de referencias a la muerte, el asesinato, los bajos fondos, la oscuridad… No es nada nuevo en Bowie (véase Aladdin Sane); pero si en otros tiempos procedía de una postura estética glam, o de su exploración y preocupación por la locura, ahora es fruto de reflexiones más serenas y pausadas sobre el presente. Así, si en “Valentine’s Day” nos descubre un esquelético asesino de corazón helado, en alusión a las matanzas escolares de EEUU, “I’d Rather Be High” y “How Does the Grass Grow?” – sobre esa hierba que crece en los cementerios –, destilan pesadumbre ante las trágicas consecuencias de la guerra.

En definitiva, The Next Day en un gran disco, con un Bowie a la altura de las expectativas, lo cual se puede decir de muy pocos músicos de su generación. Se trata además de un trabajo reconocible en su trayectoria, trufado de algunas de sus mejores señas de identidad: los coros, las guitarras cortantes, el saxo R&B, la variedad de registros e imposturas vocales, su maestría para construir melodías sobre cualquier tipo de base, la mezcla de influencias… Y aunque tiene algún punto débil, y no es una obra maestra revolucionaria –sería pedir demasiado, creo yo–, hay que agradecer al londinense su vigorosa reaparición, en lugar de haber optado por abrazar la última novedad con aires de vanguardia. Es cierto que Bowie podía haberse retirado de la música hace años convertido en mito, en objeto de estudio y exposiciones retrospectivas como la que actualmente acoge el Victoria & Albert Museum. No habría pasado nada. Pero bueno, a nadie amarga un dulce. Y The Next Day lo es.

Óscar Adell Ralfas

Escucha el disco completo en Spotify aquí: David Bowie – The Next Day

 

David Bowie's The Next Day

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