Me resulta un tanto absurdo hablar de esto con la crisis humanitaria que asola ahora mismo las puertas de la vieja Europa. Pero tampoco me gusta romper promesas y aseguré a unos amigos que hablaría de este tema en mi primera columna agitadora de la temporada. Así que vamos con ello.

Las fiestas de Caspe, como la de la mayor parte de nuestros pueblos, se caracterizan por su alegría, por la hospitalidad de sus gentes o por las tradiciones inveteradas. En Caspe una de ellas es celebrar muchos de los actos tarde, muy tarde en algunas ocasiones. En muchos otros lugares los conciertos son a las 9 de la noche, a las 10, pero aquí, que somos sitio distinto, como pronto los organizamos a la 1 de la madrugada. Y con la disco móvil que viene después se nos hacen las 7 de la mañana. Bien para muchos como los más jóvenes o para los que tienen vacaciones. Pero también mal para otros, como los vecinos de la Plaza o el Pabellón -aquí no duerme ni Dios durante 5 días- o para los que como tienen que trabajar al día siguiente, se ven obligados a privarse de muchos actos nocturnos. Un problema de difícil solución, desde luego. Al fin y al cabo son solo unos días, de acuerdo. Pero no me negarán que encender los fuegos artificiales el último día a la 1 y media de la madrugada, y que acto seguido empiece un concierto cuando muchos caspolinos tienen que trabajar a las 6 de la mañana de ese mismo día -ya no son fiestas-, es un tanto paradójico. Tengo la sensación de que mantenemos las costumbres de hace 30 años cuando la ciudad ha cambiado en muchos sentidos. Les invito a que reflexionen sobre el asunto.

Pero mi preocupación esencial respecto a las fiestas patronales es otra y voy a mojarme aun sabiendo de ante mano que algunos de ustedes no van a estar de acuerdo con mi opinión (si así es, les invito a que nos envíen su postura por escrito y la publicaremos). Pero lo cierto es que cada vez somos más los que pensamos que tenemos que hacer algo al respecto porque el asunto se nos ha ido de las manos.

Analizando el tradicional bando que desde la alcaldía se hace público unos días antes de las fiestas, me resulta chocante leer el deseo de nuestro actual alcalde -al igual que los anteriores- apelando a que nuestra ciudad sea «modelo de limpieza, orden y apacible convivir». Vuelvo a sorprenderme al comprobar un segundo propósito: los caspolinos debemos abstenernos de lanzar cualquier producto «que moleste a los ciudadanos e impida disfrutar en armonía». Convivir, armonía… buenas intenciones pero nada más. Me pregunto qué pensará alguien que nos visite por primera vez, lea el bando en los días previos a las fiestas, y luego sea testigo de lo que pasa a todas horas con los petardos. No entenderá nada.

En mi opinión los petardos son como poco un coñazo, impiden dormir la siesta o tomarse el vermut tranquilamente (estuve dos días en la plaza al mediodía y fue un pequeño tormento). Pero hay algo que me parece mucho más grave: hay muchos niños -y también algún adulto- que tienen verdadero pánico a los petardos, lo cual les impide salir a la calle durante casi todas las fiestas. Nuestros hijos, nuestros convecinos más jóvenes (ojo, yo también he sido petardero) tienen derecho a divertirse. Incluso nosotros a estar tranquilos mientras nuestros hijos tiran y tiran. Pero no pensemos solo en nosotros, sino que acordémonos de aquellos a los que molestamos con nuestra acción, complicidad o indiferencia. Eso no es ni convivencia ni armonía. Por si no se habían dado cuenta, lo del horario de 18 a 21 horas es de chiste: no se cumple en absoluto. A cualquier hora, en cualquier lugar del casco urbano, podemos comprobar cómo el ruido de la detonación de un petardo acaba con la tranquilidad de los vecinos.

Aquí, nos guste o no, ya estamos acostumbrados. Pero pienso en quienes nos visitan. El turismo interior gana enteros; la gente busca pasarlo bien en las fiestas, pero no olvidemos que también viene a los pueblos soñando con la tranquilidad, con alejarse de las aglomeraciones… y de los ruidos. Y lo que nosotros les ofrecemos es una auténtica orgía de molestia y sobresalto durante cinco días con sus cinco noches.

En El Agitador esta temporada nos hemos propuesto, al hablar de lo que no nos gusta, ir más allá y proponer soluciones: no soy amigo de las prohibiciones tajantes, pero creo que tenemos que cortar por lo sano y, o bien reducir a un único día de fiestas el permiso para lanzar petardos (algo así como el «día del petardo») o mejor aún, sacarlos de la población durante todas las fiestas (pienso en una zona alejada de la población, sin viviendas cercanas y con unas mínimas medidas de seguridad). Como ya he dicho lo del horario restringido no funciona y, aún funcionando, tampoco creo que sea la solución porque buena parte de los principales actos de las fiestas se celebran por la tarde (carrozas, cachivaches…), y precisamente a esas horas hay libre albedrío de petardos. No hay forma de ver los actos en paz. Como ejemplo, el concierto del viernes (segundo día de fiestas, 20 horas) de órgano y flauta travesera fue más bien un certamen del petardo, porque desde el interior de la Colegiata se escuchaban constantemente las detonaciones e impedía seguir el concierto con normalidad.

Solo son un par de ideas. Estoy seguro de que pueden barajarse otras. Tenemos casi un año por delante para buscar soluciones porque creo firmemente que tenemos un problema. Solo hace falta reconocerlo y plantarle cara.

Amadeo Barceló

Petardos bando

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