A vueltas con el Castillo del Compromiso.

 

La Celebración del Sexto Centenario del Compromiso es lo peor que le podía ocurrir al Castillo de Caspe. La Acrópolis sobre la que se asientan sus ruinas es, por sus dimensiones, ubicación e importancia histórica y patrimonial, el elemento axial del casco urbano caspolino. A diferencia de otros conjuntos monumentales, enriscados o alejados icónicamente de su entorno, lo que le hace especial es su integración física en el espacio ciudadano, su continuidad con respecto a una trama de edificios, calles y plazas en los que durante siglos se ha desarrollado la vida de sus habitantes. Esa interconexión con el resto de la vida local es lo que lo diferencia de otros miles de castillos que jalonan la geografía española y para cuya restauración no existirían fondos suficientes sobre la capa de la Tierra. Solo la defensa de esa especialidad puede justificar invertir fondos públicos en sufragar su recuperación. Solo si esa Acrópolis, hoy degradada, olvidada y maltratada, se reincorpora al espacio público de los caspolinos merecerá la pena gastar un euro en ello.

La ferviente movilización de la opinión pública caspolina ha convertido el tema en un amplio consenso local que, como no podía ser de otra manera, también los políticos han incorporado a su discurso. Por fin, todos los ámbitos de la sociedad civil han llegado a coincidir en algo pero a ninguno de sus elementos se le ha ocurrido pensar que la tarea pueda resultar excesivamente compleja y que, con toda seguridad, harán falta mucho más que buena voluntad y dineros para acometerla con éxito. Lo primero que se hace imprescindible es un plan. Un Plan General de Ordenación Urbana minucioso en la catalogación, estudio y ordenación de la Acrópolis como totalidad. Un plan de uso. ¿Qué haremos con ese pedazo de castillo cuando lo tengamos acabado? ¿Será un beneficio económico para todos o una nueva y onerosa carga? Y por último, un plan “estético”. Como “elemento axial” de nuestra identidad urbana, deberemos tener clarísimo como queremos que sea, su apariencia, su lustre. ¿Queremos almenas, fosos y torres de asedio o espacios mínimos, contemporáneos y austeros? ¿Queremos hormigón y cristal o sillares envejecidos?

De momento lo único que parece que tenemos es prisa por inaugurar obras. Y en el camino nos hemos olvidado de varios daños irreparables causados, precisamente, por carecer de planes. En los últimos años hemos descacharrado tumbas romanas, amagado con retirar símbolos fascistas, actualizado brillantes actuaciones realizadas en los años veinte, reedificado muros en ubicaciones probablemente inventadas, arrasado plazoletas típicas, instalado rejas, restaurado capillas, colocado estatuas en lugares inverosímiles. La consecuencia es haber convertido nuestro principal elemento patrimonial en un pastiche en el que se superponen actuaciones más o menos afortunadas pero absolutamente incoherentes entre sí. Lo más sencillo, lo más sensato, lo primero que tendríamos que haber hecho es contar con un Plan Director actualizado, en condiciones; un levantamiento topográfico de la Acrópolis que la contemplase como ente único y un estudio detallado de sus perfiles arqueológicos. Solo sabiendo qué queremos conseguir, podremos llegar a conseguir algo. Hoy lo único que tenemos es un parche, discutido y discutible, que inaugurar dentro de tres meses. De ahí a tener un castillo….buff.

Jesús Cirac

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies