Nuestros ojos nos engañan

Maurits Cornelius Escher (1898-1972).

Todos conocemos ese tipo de obras artísticas conocidas como trampantojos, su nombre lo dice todo. Normalmente suelen ser decorativas, y mediante el uso de la sombra y la perspectiva crean el efecto de relieve tan característico en ellas. Sobre todo se usaba en los siglos XVII y XVIII, y en nuestros días han vuelto para decorar muros y tapias en las ciudades y pueblos de todo el mundo, creando espacios vistosos donde había desolación y vacío. Entre estas dos épocas tan disímiles, encontramos al verdadero genio del trampantojo: Maurits Cornelius Escher.

Su padre era ingeniero hidráulico, y estaba empeñado en que el hijo fuese arquitecto, pero el niño Cornelius no era buen estudiante, ni siquiera en Arte sacaba buenas notas. El padre era de la opinión que su hijo debería recibir una formación científica sólida para ejercer después la profesión de arquitecto ( no se le escapaba el talento artístico del joven). En 1919 Escher comenzó sus estudios en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem. Pero poco más tarde, abandonaría los estudios. Su profesor en la asignatura de artes gráficas, Samuel Jesserun de Mesquita ( con ese nombre es evidente su origen judío, portugués, para más señas) pudo comprobar que el talento del joven Cornelius estaba mas en el campo del arte decorativo que en el de la arquitectura. Su padre dio consentimiento a regañadientes, y el muchacho cambió de asignaturas, convirtiéndose de Mesquita en su principal maestro. Ya tenemos a Escher con sus estudios acabados, y sin saber muy bien que hacer ni en que campo desarrollar su talento, comienza a viajar por Italia y España (donde quedará fascinado por los azulejos de la Alhambra), viajes a pie y con mochila, precursor de generaciones posteriores, dibujando sin parar paisajes. En un momento dado llega a un acuerdo un tanto estrambótico con una compañía naviera, y a cambio de grabados de barcos y puertos, viaja por todo el Mediterráneo. Se casa, tiene tres hijos, y dificultades económicas sin tregua, pues su arte no es reconocido, y sobrevive gracias al dinero paterno. Hasta muy avanzados los años 60, sus ventas de litografías no fueron suficiente, pero a partir de esos años, poco a poco, y sobre todo entre la gente joven, empieza a ser reconocido, y sus ventas empiezan a aumentar. El resto, como se dice ahora, es historia. Pero hasta hace pocos años era raro el caso de coleccionistas que hubiesen mostrado interés en los grabados de Escher. No se le reconocía como artista. Los críticos de arte no sabían como valorar su obra, así que, sencillamente, lo ignoraron. También esto ha ido cambiando. Ya es un Artista. Bueno, mejor para todos.

Escher, que es algo marciano, no se plantea los temas de sus dibujos como cualquier dibujante o pintor al uso, para él esto es secundario. La simetría y las estructuras matemáticas, la continuidad y el infinito fueron su obsesión. Sobre todo no dejó de inquietarle el problema consustancial de la pintura: la reproducción de objetos tridimensionales sobre una superficie bidimensional. Sorprende el hecho de que Escher continuara su camino sin que le afectara el juicio de la crítica. Sus trabajos se vendían mal, los críticos no le hacían caso. Incluso dentro de su círculo de amistades y conocido0s contaba con pocos admiradores. No obstante, él continuó plasmando en sus dibujos los temas que para él se habían vuelto una obsesión. Su obra es en alto grado “intelectual” y en mínimo “literaria”, en el sentido de que Escher no dibuja cosas que se podrían formular verbalmente, y menos aún que requieran de un texto para ser comprendidas.

Sus obras se pueden dividir en grupos según el empeño matemático que las inspiran: la estructura del espacio con paisajes imposibles, ciclos de formas que se extienden al infinito, metamorfosis varias, y sobre todo la constatación de que se puede engañar a los ojos del hombre, que se pueden dibujar formas imposibles que parecen creíbles, en definitiva un juego, un juego cuya contemplación nos produce asombro y placer, asombro porque nos las creemos, aún sabiendo que son mentira y placer por la perfección en su ejecución. Pocos dibujantes tan perfectos como el bueno de Cornelius, pocos se arriesgan tanto, pocos tan evocadores…Al decir más arriba que era marciano, no lo decía por decir. En sus propias palabras lo pueden ver: “Mi obra nada tiene que ver con los hombres, tampoco con la psicología. La realidad me es ajena; mi obra nada tiene que ver con ella. Se muy bien que está mal decir esto. Se que uno está obligado a poner su grano de arena para que las cosas marchen por buen camino. Pero la humanidad no me interesa. Tengo en torno mío un gran jardín para mantenerme a resguardo de toda esa gente. Pero esta misma gente penetra en mis pensamientos y me pregunta:¿ Qué significa ese gran jardín? Desde luego tienen razón, pero el caso es que no puedo trabajar tan pronto como me doy cuenta de que están ahí. Soy una persona tímida, y me resulta difícil tratar con desconocidos. Nunca encontré placer en salir por ahí…necesito estar solo con mi trabajo. No soporto que alguien pase por delante de mi ventana. Huyo de los ruidos y el ajetreo. Soy incapaz de hacer un retrato. Un tipo que posa delante de mí-¡ qué cosa más molesta¡ No creo que mi conducta sea precisamente fraternal, y tampoco creo demasiado en la compasión mutua – excepto en el caso de los verdaderamente buenos; pero estos nunca hablan de ello…” 

Estas declaraciones proceden de una entrevista que le hizo la revista Het Vri Nederland, y está recogida en el libro dedicado a Escher que publicó la editorial Taschen, especializada en arte. Libro que firma Bruno Ernst .    

                                             Manuel Bordallo.

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