Alejo Lorén: “No me gusta la Comedia y nunca me ha gustado el Rock”

 

Todos conocemos a  Alejo Lorén. Más o menos todos sabemos que se ha dedicado al cine. Pero muy pocos saben las interioridades de esa dedicación a la que prácticamente ha dedicado toda su vida. Alejo es un tipo afable y hablador que, al principio, rechazaba ser entrevistado pero que me consta que se lo ha pasado muy bien hablando de lo que más le gusta: el cine. 

 

¿Cómo surgió lo de dedicarte al cine? Siempre me gustó el cine, desde pequeño. Con una cámara de 8 mm de mi padre, en los sesenta, ya rodé una pequeña película con argumento. Se llamaba “El primer deseo” e iba de un niño que pedía a los Reyes Magos un pájaro. Aún no había ido a la escuela de cine, e improvisé todo el proceso; desde la elección del actor, que ahora creo que es albañil, al plan de rodaje, que no sabía lo que era. Todavía la conservo.

Supongo que era muy normal que un niño de tu generación sintiera fascinación por el cine. Sí, claro. Era la distracción principal: ir al cine, a las sesiones dobles y continuas, más tarde a los Cine Clubes… O leer «Fotogramas», luego «Film Ideal» y «Nuestro cine»

¿Qué películas recuerdas especialmente de aquella época? Recuerdo dos principalmente, que vi en el cine Goya. Una es “Los 400 golpes” de Truffaut y la otra “Los chicos” de Marco Ferreri. Hay otras, por supuesto. “Ultimatum a la Tierra” o “Corazón de piedra”

Esta última no la conozco. Creo que es de Alemania del Este. Es como un cuento, pero que me daba mucho miedo. En general, me sigue gustando el cine clásico. “Sed de Mal” de Orson Welles o “Psicosis” de Hitchcock.

¿Cuándo y cómo decides convertir esa afición tan generacional en una vocación profesional? En general yo era, y soy, muy tímido y para dedicarse al cine hay que ser muy echado «p’alante». Me valoraba poco y había que tener más autoestima y empuje y valor. La timidez te corta las alas en general. Para entrar en la Escuela Oficial de Cinematografía había que tener veintiún años cumplidos. Era muy dura, salían cuatro o cinco por curso. Los exámenes de entrada eran largos y muy inteligentes. Me presenté varias veces. La última vez llegué hasta el último examen pero me suspendió Borau. Me tendió una astuta trampa, pues me preguntó: «¿Qué nariz llevaba Orson Welles en “Una historia inmortal”? y como no supe responderle, recuerdo que dijo: “pues parece que tiene usted muy mala memoria visual”. No fui espabilado. No presenté ninguno de mis trabajos. Tampoco había que hacerlo, pero otros lo hacían. Tenía uno que se llamaba “Sor Felicidad” que podía haber presentado, y debía haberlo hecho. En esa convocatoria, entraron dos de Zaragoza: Mariano Baselga, y José Luis Rodríguez Puértolas, el primero creo que acabó dedicándose a la publicidad, y el segundo fue el creador en España del «docudrama», con  aquel programa tan famoso en televisión durante los setenta que se llamó  “Vivir cada Día”.

Lo recuerdo perfectamente. Era cojonudo. Fue un programa muy importante. Un género que acercaba la realidad al espectador. Con muchas posibles trampas, eso sí. Si hubiera entrado en la Escuela no sé muy bien lo que habría pasado con mi vida. El problema, como te he dicho, es que para dedicarse al cine además de valer y de tener esa personalidad arrolladora de la que hablaba, también había que saber manejar los pasillos. Las relaciones públicas eran muy importantes y, en ese sentido, era muy difícil para alguien que venía de provincias encontrar a gente que pudiera introducirte en aquel mundo. Había un notario en Caspe, Santiago Hermosilla Alonso, que era primo de José Luis Dibildos Alonso…

Equipo de rodaje de "La leyenda del alcalde de Zalamea". Mario Camus, director, Carmen Pajeo, script, Adolfo Aristarain, con un megafono, Alejo Lorén y, agachado y sin camisa, Manolo Marinero
Equipo de rodaje de «La leyenda del alcalde de Zalamea». Mario Camus, director, Carmen Pajeo, script, Adolfo Aristarain, con un megafono, Alejo Lorén y, agachado y sin camisa, Manolo Marinero

El marido de Laura Valenzuela. …Exacto. Dibildos era productor y un gran guionista y pensé que por ahí podría establecer contacto con el cine profesional, pero su primo no llegó a presentármelo nunca; sin embargo si me habló de otra persona relacionada con Caspe que también trabajaba en el cine. Se trataba de Rosa, una chica de Caspe que había trabajado en la productora del director, guionista y productor Ignacio F. Iquino, en Barcelona. Rosa estaba casada con Manuel Amigo, que era jefe de producción. A través de ellos puede entrar como meritorio, o aprendiz, en mi primera película, “La leyenda del Alcalde de Zalamea”, que dirigía Mario Camus para Televisión Española y en la que actuaban Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Teresa Rabal, Charo López y muchos más conocidos actores del momento. Manolo Marinero, que era crítico de la revista Film Ideal, era coguionista, y sin embargo también iba en la película como meritorio, fue mi compañero de fatigas durante aquel verano caluroso de 1972 en Garrovillas, Cáceres. En esa película era ayudante de dirección Adolfo Aristarain. Recuerdo que me propuso hacer de doble de acción de Teresa Rabal en la escena en que la raptaban a caballo. ¡Y quién se iba a negar, si era mi jefe! Antes de ello no había montado en mi vida, al menos al galope.

¿Cuánto duró tu época de meritorio? Otras dos películas: “Furtivos” de Borau y “La casa sin fronteras” de Pedro Olea. Después, con tres películas como meritorio, ya pasabas a auxiliar de dirección. Tres más, y ya pasabas a “script”, que es quien se encarga de lo que se llama en el cine «continuidad». Como no se ruedan las escenas en el orden en que luego las vemos, el script, o la script, pues solía ser una mujer, tiene que encargarse de que las cosas y las personas estén, sean y actúen en el mismo lugar, y de la misma forma en un plano y en el contiguo, para lograr la coherencia visual, la «continuidad» de una imagen con otra en la secuencia. Cuando hice este primer meritoriaje ya me había licenciado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, pero desaparecida la Escuela Oficial de Cinematografía montaron la Facultad de Ciencias de la Información y me matriculé en la primera promoción, en la que, entre otros, fui compañero de Fernando Trueba.

¿Terminaste la carrera? Sí, vivía en Madrid, primero en una habitación alquilada por Cuatro Caminos y luego en un apartamento del barrio de la Concepción, y lo que quería era seguir haciendo películas. Y así estuve trabajando con el director catalán Joaquín Coll Espona, en títulos de lo más peregrino, como «El fascista, la beata y su hija desvirgada”, «Los casados y la menor» o «Las camareras». También con Miguel Madrid en «La eróticas vacaciones de Stella y en «Bacanal en directo». En esas películas en unas fui auxiliar y en otras ayudante de dirección. Como puedes ver por los títulos, era cine de los años del destape. Un erotismo burdo y de sal gruesa, por lo general, bastante mal hecho, aunque Coll Espona era un buen maestro para aprender a rodar lo imprescindible y que se pudiera montar la película. Luego trabajé también con Raul Artigot, un operador mitad aragonés mitad asturiano, que hizo «Cabo de Vara», película en la que tuve una pequeña intervención como actor: daba un beso.

¿Era fácil vivir del cine en aquella época? Cuando trabajabas, ganabas más que en otras cosas, pero al no tener continuidad, era muy muy difícil. Cada película era un volver a empezar. La gente del cine vivía por lo general muy humildemente. Había que tener mucha suerte para enlazar una película con otra. Sindicalmente pertenecíamos al mismo grupo que los toreros, banderilleros y picadores, al «Régimen Especial de Artistas», y se cotizaba en la Seguridad Social por días trabajados, así que cuando hacías de actor, si era un pequeño papel, podías estar en una película importante, pero cotizar sólo un par de días. Fíjate lo que cuesta entonces lograr años de cotización. Además era muy frecuente que no  te dieran de alta. Yo en algunas películas figuro en los títulos de crédito como Loren Alejo. Y estoy casi seguro ahora de que lo hacían porque no me daban de alta y, claro, nunca podía reclamar ningún Loren Alejo, pues no existía. Y la televisión, en la que las plantillas eran fijas, iba por otro lado que el cine. Yo, por entonces, años 70, empecé con los cortos.

Caray con la viejecita. 03
1983. Rodaje de «Caray con la viejecita». Alejo Lorén consulta el guión con Agustín Rodríguez.

¿Cuántos llegaste a rodar? El primero de argumento se titulaba “El otro Luís” y se me ocurrió viendo una película de Visconti. Había dos personajes, uno era un homosexual y el otro un «chapero», con una voz en off que era la de Simón Andreu. Luego rodé otros. “Caray con la viejecita” con María Luisa Ponte y José Luis Alonso. “Plata. Plata, Plata”, que es un documental sobre el Café Cantante El Plata del Tubo de Zaragoza. Luego, ya cuando registré la marca «Caspe Films hice  “Caspe de Sol a Sol» y «El Mar de Aragón», además de producir con otros directores tres cortos de argumento más.

Los de Caspe los recuerdo muy bien. Recuerdo verte rodarlos durante unas fiestas de Agosto a mediados de los ochenta. Tenía el video, además. Sí. Gustaron mucho en Caspe, como era de esperar. Y nunca olvidaré el estreno en el Teatro Goya, con la sala a rebosar, tanto que se volvió a utilizar el llamado «gallinero», aunque estaba lleno de polvo, pues llevaba años cerrado porque con las butacas había suficiente para la gente que solía ir al cine. Hice también trabajos publicitarios como «La semana del oro»; una película institucional, «Esta tierra…» por encargo de la D.G.A. en sus principios, cuando aún no estaba en el Pignatelli;  un documental sociológico, «Zaragoza, Casco viejo», sobre esa parte de la Ciudad, por encargo del Ayuntamiento de Zaragoza. Y también con Caspe Films, una «Historia de Aragón» en cinco capítulos.

Has citado antes también “Sor Felicidad”. Sí. La rodé en el 71 o el 72. Duraba más de media hora y era una historia del descubrimiento del sexo confundido con el amor. Una pasada: una monja enferma que logra curarse después de que un ladrón se cuele en su celda. Quise continuar con la experiencia del Cine Independiente de Zaragoza, que habíamos comenzado con «El lobby contra el cordero». Aún hice otra cosa como cine independiente, muy corta, por lo que le puse un título muy largo: «La muerte fatal del último descendiente de los godos a mano de un niño moro, perverso» Con Mariano Anós como godo y Vicente Pascual Rodrigo como niño moro perverso.

Ahora que se reivindica tanto la figura de José Antonio Maenza y su película “El lobby contra el cordero” conviene recordar que tú participaste en ella. Sí, y no sólo yo, sino también mi madre, mi hermana y la mujer del portero de la casa en Zaragoza… Fue en 1968 y 1969. Fui su ayudante de dirección y operador en algunas escenas. También se utilizó mi casa como escenario de rodaje y como sala de montaje. Fue una película que no llegó a ser nunca más que una «copia de trabajo», nunca hubo lo que se llama «copia standard» con imagen y sonido óptico. En Madrid, y en todos los sitios donde se pasaba, se proyectaba el material que está destinado nada más que a la moviola. Aun así, en Madrid sorprendió mucho. Allí la vieron gente como Augusto Martínez Torres, Diego Galán  o  Vicente Molina Foix, al que impacto tanto que nunca olvidó la figura de Maenza, y hace un par de años la utilizó como personaje en su novela «El abrecartas». Maenza tenía una personalidad muy compleja, que fascinaba a casi todos los que lo conocían. Por ejemplo, a Pere Portabella que fue, a la larga, gracias a quien se conservó ese material. Maenza era mi amigo, vino a Caspe varias veces, y en todos sitios dejaba recuerdo, bueno o malo. Era una persona muy complicada. Recuerdo que durante la Semana Santa de 1968, y atraídos porque Luis Buñuel estaba ese año en su pueblo, fuimos a Calanda a rodar unas secuencias de «El lobby contra el cordero» y la lio, sin hacer nada, por cierto, a veces son otros los que provocan, pero fue tan gorda que le echaron del pueblo de malas maneras y acabó procesado por el Tribunal del Orden Público que acabó sobreseyendo la causa. Curiosamente ese incidente de Calanda 1968 acabó en las páginas de un libro que Max Aub dedicó a Buñuel, por lo que se ha difundido mucho.

Desconocía que habías participado en tantos rodajes y, en algunos casos, de tanta entidad. ¿Qué te impidió saltar a la dirección de un largometraje? No sé. Es muy difícil. Yo no he sido una persona hábil en el sentido que antes te comentaba. Incluso cometí errores en ese sentido.

¿Cuáles? Pues mira, como anécdota: recuerdo que en una entrevista que me hicieron en «Aragón Exprés» coincidiendo con la explosión de aquello que se llamó “nueva comedia madrileña” opiné que no me gustaba la comedia, y esa frase “No me gusta la comedia”  acabó siendo el titular con gran tamaño de letra. Supongo que no me ayudó mucho de cara a los profesionales de la producción del momento.

En realidad, creo que tenías bastante razón. A mí no me gusta nada la comedia española. Veo hoy aquellas «pelis» tan madrileñas, tan aparentemente espontáneas y desinhibidas y no me hacen ni puñetera gracia. Ni siquiera salvo a vacas sagradas como Berlanga que tiene un par de buenos títulos pero que, en general, me parece sobrevalorado. A mí sí que me gusta Berlanga. El Verdugo o Plácido, por ejemplo, me parecen muy buenas. Hay un prejuicio en general contra el cine español. Parece una moda. Yo creo que hay mucho cine español muy interesante. En los cincuenta, por ejemplo. Y creo que ese cine ha sido maltratado por asociarlo excesivamente con el Régimen. Se generó una industria con buenos profesionales y eso fue algo muy bueno para la profesión. Hubo incluso extranjeros que se afincaron en España huyendo de la guerra europea y de la persecución contra los judíos. Me refiero a Ladislao Wajda…

Me acuerdo de una película suya que vi de pequeño y que era me encantó. Iba de un asesino de niños al que al final identificaban por la matrícula del coche y un dibujo infantil… “El cebo” se llama. Es buenísima e inquietante. Pero no olvides tampoco de Vadja otros títulos importantes como «Marcelino Pan y Vino», que tuvo una repercusión internacional muy grande, o «Mi tío Jacinto» o «Un ángel pasó por Brooklyn».

Estoy de acuerdo... Berlanga, apoyado sobre todo en los guiones de Azcona, representa un poco esa tendencia del cine español de querer copiar o seguir cierta tradición del cine italiano, en el sentido de reflejar lo que ocurre en la calle con fidelidad. Lo importante era que en España llegamos a tener una industria potente del cine que se ha denostado por franquista, pero en ese periodo se pudieron hacer cosas como las primeras películas de Bardem, o las del italiano afincado en Madrid, Marco Ferreri, o el mismo Nieves Conde y su visión social falangista.  Dejando de lado la consideración del momento político que se vivía, al fin y al cabo había una industria que la Transición o los años previos del «destape» no consiguieron superar en creatividad ni en calidad técnica, que sí existió en años anteriores con el cine en blanco y negro y operadores como Mariné, Aguayo, Laraya, etc… algunos de los cuales aprendieron fotografía en Alemania o con operadores de esa nacionalidad. Hasta la aparición de Luis Cuadrado el cine en color español era deleznable y temáticamente sólo estaba el esnobismo de la llamada «escuela de Barcelona» o Carlos Saura, que fue el «santón» de los años 70.

¿Es Pedro Almodóvar, al fin y al cabo un producto de la Transición, la culminación de esa tendencia que atribuyes a Berlanga? Está claro que Almodóvar es lo que es y eso no puede negarse pero yo creo que se quedará «manierista», por no decir antiguo, muy pronto. Creo que, en general, se le perdonan cosas que a otros directores no se les perdonarían.

¿A Eloy de la Iglesia, por ejemplo? Conocí bien a Eloy. Me lo presentó Antonio Artero, que era de Jaca, y ya era amigo. Me citó en su casa, junto a Pedro Olea y Eloy de la Iglesia, para presentármelos. A Eloy le gustaba meterme en sus películas. Me llegó a decir  que había comprobado que las películas en las que salía le funcionaban bien. Ya ves que  para él no era un actor sino un amuleto, je je. Actué por eso en varias de sus películas. Tengo un pequeño papel en “El Diputado”, donde salgo llevando una bandeja con cocaína que, en realidad era bicarbonato. También en “Miedo a salir de noche”, de 1979, en la que hago de empleado de banca junto a José Sacristán, Antonio Gamero y Paco Porras. Era una película en la que reflexionaba acerca de todo aquel miedo a la inseguridad ciudadana que había durante la Transición. Al estreno vino hasta el ministro del Interior del momento, que creo era Barrionuevo.

Fotograma de El Diputado. Alejo Lorén y José Luis Alonso. 1978.
Fotograma de El Diputado. Alejo Lorén y José Luis Alonso. 1978.

¿Cómo era Eloy de la Iglesia? Eloy era un tío valiente y listo. No se cortaba ante nada. Hasta de los GAL habló. Intentó hacer un cine social pegado a la realidad que vivía el país. Creo que su cine está mejor considerado ahora que entonces. La izquierda lo tachó de oportunista. Excepto un sector muy determinado, en torno a la revista “Contracampo», la crítica lo marginaba.

Yo me acuerdo de El Pico, que fue superfamosa en mi adolescencia y que a mí no me gustaba ni ver. Formalmente Eloy era bastante zafio, reiterativo y efectista, pero sus películas mamaban de una realidad que nadie tocaba ni en el cine ni en nada. Ese puede ser su valor principal, el testimonial. Pero además conectaba con el gran público pero sin las concesiones facilonas de un «Torrente», por ejemplo. Salgo en “El Pico”, y también en la segunda parte, haciendo de funcionario de prisiones. De esas películas aún recibo recaudaciones simbólicas, porque un papel tan pequeño no da dinero, por los pases en hoteles o en canales de televisión.

Eso es algo que siempre me pregunto, ¿los directores de cine viven realmente de su trabajo? Me parece casi imposible en un país como este. La mayoría malamente. Ya te he dicho que esta es una profesión muy complicada. Cuando comienzan, muchos de ellos tienen familias que les apoyan económicamente, luego o viven de hacer publicidad, que es más rentable, o se montan un negocio alternativo, o malviven de los derechos de autor. Y el cine es una labor de equipo, en el cine se trabaja de muchas cosas. Yo he hecho de muchas cosas en el mundo del cine: script, ayudante de dirección, jefe de producción, incluso he redactado guiones para un ministerio, el de Sanidad, para unos cortos didácticos que no se hicieron al haber un cambio de ministro.

¿Por ejemplo? Trabaje de ayudante de dirección en “Réquiem por un campesino español” de Francesc Betriu. Éramos dos. Fue una gran experiencia. Trabajaban muchos actores famosos. Antonio Ferrandis, Yayo Calvo, Terele Pávez… Y Antonio Banderas, que venía de rodar “Laberinto de Pasiones” con Almodóvar. También trabajé como jefe de producción en la primera película de José Luis Guerín, el de “En construcción”, que se llamó “Los motivos de Berta”. Lo conocí en el Festival de Huesca. Me quiso contratar para hacer sonido directo y yo le dije que no me contratara porque de eso yo no tenía ni idea. Fue un rodaje muy interesante. Podríamos decir que es una película de las que se llaman «de culto».

Gente muy conocida. He trabajado con todos los marginales del cine español. Aparte de Maenza y Eloy de la Iglesia, con Antonio Artero en «Yo creo que…»,  con Luciano Berriatúa en “El Buscón”, Paulino Viota en «Con uñas y dientes» o Adolfo Arrieta en «Merlin».

Y tampoco puede desdeñarse tu faceta como actor, aunque sea en papeles modestos… He aparecido en seis o siete películas con papel. Además de en «los picos» y «miedo…» citados, en “Cabo de vara” de Raul Artigot, con Ramiro Oliveros y Alfredo Mayo, en “Con uñas y dientes” de Paulino Viota. Y también en cortos con papeles más largos como “Oh qué muerte más dulce”, de Nicéforo Ortiz. Habré participado como actor en una veintena de proyectos. Y también en un Estudio 1 de Televisión Española en el papel de Octavio en «Calígula», también con Eloy de la Iglesia.

O tu intervención en vídeos musicales… Si, también participe en la grabación de «video-clips» de cantantes tan diversos como «Los del Rio», Rocío Dúrcal, Diango, Duo Pimpinela, el mexicano Emmanuel o Rocío Jurado. Y llegué a hacer de director artístico de alguno de ellos, dirigidos por Julio Wizuete.

También tuviste productora. Sí, “Caspe Films”. Con el hice al menos seis cosas, documentales o cortos. Estuve a punto de producir un largo de Adolfo Arrieta, “Merlín”. Arrieta ha hecho casi todas sus películas en Francia, dentro del cine independiente. Era amigo de Marguerite Duras y muy reconocido intelectualmente. Empecé la producción de «Merlín» buscando subvenciones, pero lo dejé por desavenencias con él, pues su manera de trabajar era bastante heterodoxa y en cine, en producción, es mucho mejor tener métodos claros e incluso estereotipados. En el último Festival de Huesca me invitaron, precisamente, para entregarle el premio de honor a Adolfo. Fue un reencuentro muy cordial y satisfactorio.

Llegaste hasta a conocer personalmente a Don Luis Buñuel. Sí, además de verlo en Calanda la Semana Santa del accidentado rodaje del “Lobby”, dos años más tarde, en 1970, cuando el rodaje de “Tristana”, fue Buñuel a Calanda con Fernando Rey. De ese año tengo una anécdota muy curiosa. Yo me hospedada en la casa del calandino don Manuel Sauras, que fue Juez en Caspe y estaba casado con Pilar Herrera, y cuya madre era muy amiga de la madre de Buñuel, incluso puede que parientas. Por ello Buñuel mantenía buena relación con Sauras y como la casa del director estaba en muy mal estado, también se hospedaba en esa casa. No fue, pues, difícil coincidir con Buñuel, que  se llegó a sentar con un grupo de personas que le estábamos esperando. Pero en esto que llegó don Manuel y se lo llevó diciendo «vamos Luis, que estos chicos te estarán molestando», quizá acordándose de lo ocurrido dos años antes con Maenza. Frustrado aquel encuentro, se me ofreció otro, esta vez de la mano también de don Manuel Sauras que estaba presentando a Buñuel a un grupo de seminaristas de Alcorisa. Me puse en la cola de los seminaristas y Sauras se los iba presentando con la coletilla «un seminarista de Alcorisa». Al llegar mi turno, Don Manuel se vio obligado a decir: «Este no es seminarista» a lo que Buñuel, mirándome,  respondió con sorna: “Hombre, este sigue el recto camino” Luego le hicieron una entrevista para la revista del seminario y recuerdo que le preguntaron sobre la vigencia del surrealismo. Su respuesta fue: «el surrealismo ya no existe, es una cosa ya pasada».

a-Con Luis Buñuel

Desde fuera, uno ve tu profesión como algo libre, bohemio, muy próximo a la vida golfa, divertida en fin.  ¿Es cierta esa imagen? No creas que es un mundo golfo. He trabajado con actrices, como María Isbert, de misa diaria. El cine es un trabajo muy variado, conoces sitios diferentes, a gente a la que tratas muy intensamente durante un tiempo y a la que dejas de ver para reencontrarla meses o años después en otro proyecto distinto. Es muy divertido. Hoy, quizá, la profesión haya cambiado. Las nuevas generaciones han cambiado, y con ellas, sobre todo, los aspectos técnicos, en los que ha habido evidentes avances, como la ayuda instrumental del vídeo o de los teléfonos móviles, aún recuerdo cuando era un lujo llevar Walkie Talkies, o las «cabezas calientes» y los nuevos soportes para las cámaras. Pero la mecánica del rodaje sigue siendo la misma y universal.

Hablemos de otro aspecto de tu vida por el que, quizá, muchos lectores te conozcan mejor. Llevas muchos años como colaborador del periódico “La Comarca”. Empecé a colaborar cuando la visita de los Reyes a Caspe. Quise grabarla en video pero el Ayuntamiento no me autorizó, me dijeron que los pases eran limitados, supongo que por motivos de seguridad, y no tuvieron uno disponible para mí. No estuve en Caspe durante la visita pero la seguí por radio y televisión y preparé un reportaje sobre cómo se reflejó la visita en los medios nacionales. Entré a colaborar en el periódico, nunca en plantilla, cuando Juanjo Morales era director y yo hacía casi de redactor. Recuerdo que en aquella redacción que se instaló en Caspe, Raimundo Cubeles me llamaba «el temporero». Ya luego, Camino Ibarz me ofreció la columna semanal y ahí sigo. Escribir, como todo lo que se hace reiteradamente, acaba creando hábito. Hay toda una teoría acerca de lo que es una columna y creo que he acabado adaptándome a ella, a mi manera.

Tiene mucho mérito. Yo, si tuviera que reprocharte algo, tan solo te reprocharía la tibieza con la que afrontas muchos de los temas. Parece imposible que te alteres. Por algo la titulé «De cal y de arena». Soy escéptico para todo en general. Para la religión, la política… He estado rodeado siempre de personas «con ideas muy claras» y más exaltadas que las mías, con auténticos «creyentes» rojazos, muchos de ellos en la órbita del PCE. Soy un tío menos apasionado, más tranquilo y contemporizador, y todo lo pongo en duda. Para algunos debo resultar relamido, para otros, abogado del diablo. Qué le vamos a hacer…

Terminemos con las clásicas recomendaciones de El Agitador. ¿Película, libro y música?

Exacto. En cine no estoy muy al día, pero veo cine actual. Aun así, me quedo con “Los olvidados” de Buñuel y “Los 400 golpes” de Truffaut. En cuanto a libros me suelen gustar las biografías y los ensayos. Ando ahora con la de Juan Valera de Carmen Bravo Villasante. La novela en general la veo como más «divertimento», menos interesante. Y en música, el “Concerto per flautino” de Vivaldi siempre me estremece, y cosas de Mozart o Bach o de Federico Mendelssohn Bartholdy me llenan de felicidad. Nunca me ha gustado el rock.

 

Jesús Cirac

 Alejo

 

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