En el siglo pasado, con el desarrollo paulatino de sociedades auto-denominadas a sí mismas desarrolladas, comenzó a extenderse la idea de que la música y/o cualquier otra disciplina dentro del mundo del arte están tan sólo el alcance de unos pocos, los cuales deben contar con unas cualidades extraordinarias. El progreso de las llamadas sociedades avanzadas y la puesta en marcha de metodologías y estructuras pseudo-educativas favoreció que se generalizasen proyectos de educación pertenecientes a sistemas democráticos defensores de una idea según la cual, sólo es correcto un
desarrollo homogéneo en cuanto a lo personal y preciso en relación a la técnica. Ello condujo a que el único baremo de medida de un músico fuese la profesionalización, los conservatorios, olvidándose por completo de todo el abanico de posibilidades ociosas, educativas y sociales que ofrece la música e ignorando el placer de hacer música.

En un sentido más amplio quizás sea éste uno de los problemas principales no sólo dentro de la música, sino en el propio sistema educativo y por lo tanto de la sociedad: inculcar al tejido social una feroz competencia sin anteponer ni diferenciar los deseos del sujeto a la hora de decidir cómo y de qué manera quiere disfrutar de la música. Esta afirmación, en su fin último, no debe dar lugar a errores ya que cada cosa tiene su sitio.
Ahora bien, el conflicto no sólo radica en que olvidamos diferenciar continente y contenido entre la persona que se plantea alcanzar un virtuosismo o aquél que quiere hacer de la música un compañero en su vida, sino que dentro de cada opción, todavía hoy, en pleno siglo XXI, tanto las metodologías como las formas no han conseguido adaptarse a la realidad social de su propio tiempo. Algo difícil de explicar para quien pueda seguir pensando que la música sólo es música, o tan sólo en última instancia un oficio.

No debemos olvidar que el ser humano se construyó a sí mismo en lo que a ideas, pensamientos y emociones se refiere, convirtiéndose por lo tanto en un requisito fundamental el desarrollo y la potencialización del ser, es decir, la adaptación del yo al medio y viceversa.

Pedro Aparicio Beltrán

 

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