Ayer domingo cientos de caspolinos interrumpieron su comida festiva y corrieron a asomarse a las ventanas de sus casas. Habían escuchado gritos en árabe llegando desde la calle. La sorpresa que se llevaron fue mayúscula: largas filas de hombres vestidos de verde ocupaban el centro de la ciudad acarreando pancartas escritas en árabe. Y no, no se trataba de guardias civiles. Tampoco era una manifestación de ecologistas celebrando el acuerdo vinculante parisino contra el cambio climático. Decenas de musulmanes suníes, barbudos seguidores de Mahoma, se manifestaban gritando por las principales calles de Caspe.
El asunto no es pecata minuta. Debemos retrotraernos casi mil años para encontrar un acontecimiento similar en territorio caspolino. Desde mediados del siglo XII, los musulmanes no habían celebrado una manifestación pública religiosa en Caspe.
A las cuatro de la tarde el grupo municipal PSOE colgaba un mensaje en su facebook:
«Se esta celebrando una procesión por las calles de Caspe llevada a cabo por musulmanes paquistaníes donde celebran el nacimiento del profeta Mohamed. Es la primera vez que se celebra en Aragón pero en otras comunidades autónomas ya la venían celebrando y es normal este evento. Es una procesión para la que tienen autorización y tanto Policía como Guardia Civil están al tanto de la misma».
Uno de nuestros compañeros de la redacción agitadora habló con varios organizadores del acto. La asociación Dawat-e-islami «spain» fue la organizadora del evento con motivo del aniversario del nacimiento del profeta Mohamed. Aunque tradicionalmente se celebra el día 24 de diciembre, el consistorio local no les concedió el permiso necesario para hacerlo tal día y decidieron adelantarlo. Al parecer, la comunidad marroquí de Caspe también fue invitada, pero solo acudió una pequeña representación. Algunas pancartas explicaban en castellano el motivo de la manifestación religiosa. En otra se leía «Islam es Paz».
De un lado, y por más que a muchos les cueste entenderlo, esto demuestra que España es un país civilizado, tolerante, regido por el Estado de Derecho, digno del siglo XXI. Si los cristianos pueden celebrar por las calles la muerte de su profeta cada Semana Santa, el mismo derecho tienen los musulmanes residentes en España a hacer lo propio con el nacimiento del suyo. La calle, el espacio público, es de todos. Si se cumple con la ley, nadie puede ponerle puertas y decidir quien y quien no puede utilizarlo. Los practicantes de la religión mayoritaria y también los de las religiones minoritarias.
Por otro lado, si España es hoy un país civilizado, tolerante y regido por el Estado de Derecho, no se debe a una predisposición genética o a una prolongada tradición histórica de libertades, civismo y respeto a la tolerancia. Nuestro pasado reciente no es, desde luego, modélico. Hemos tenido que pasar lo nuestro para llegar a disfrutar de un país en el que cualquiera puede vivir en libertad. Derechos civiles que hoy nos parecen indiscutibles eran prohibidos hace apenas cuarenta años, libertades tan básicas que hoy nadie valora de una forma especial estaban proscritas con la connivencia de los representantes del Dios cristiano en la Tierra. Para que hoy cualquiera pueda utilizar la calle muchos tuvieron que luchar, sufrir penas de cárcel e, incluso, morir. Es nuestra obligación velar para que nadie pueda colarnos mensajes que de una u otra forma ataquen la forma de vida que, entre todos, hemos elegido llevar. Tolerancia, igualdad de género, democracia, derechos de las mujeres, laicismo, libertad de credo. Aceptemos a los nuevos manifestantes pero mantengamos los ojos abiertos para evitar que nuestra tolerancia pueda abrir rendijas por las que se acaben colando aquellos viejos tiempos que tanto nos ha costado superar.
