Sucedía apenas hace un año. Podemos había pasado en diez meses de nacer como partido a situarse como el primero en intención directa de voto según varias encuestas, incluida la del CIS. La indignación que llevó a las plazas a cientos de miles de personas en el 15-M o que nutrió las mareas y marchas por la dignidad podía traducirse por fin en cambio político. Se hablaba de acabar con la “casta” que había parasitado el país y había propuestas de democratización de raíz que recogían las demandas de los movimientos sociales. Los analistas anunciaban un “seísmo sin precedentes” ante la irrupción incontenible de los actores, formas y significados de la “nueva política”. En un diario comoEl País podía leerse hace trece meses que podía “saltar por los aires el tablero electoral” y se auguraba todo “un fin de ciclo en la política española”.

Un año después, ¿qué hay de ello? No es cambio menor la ruptura del bipartidismo de PP y PSOE, que duraba ya tres décadas, o que en su lugar haya previsiones de hasta cuatro formaciones mayoritarias. Tampoco lo es que hayan entrado en varios partidos algunas prácticas de democracia interna. Y desde luego, Podemos ha abierto una vía de agua en el sistema política por el que, para bien o para mal, se cuelan otras formaciones y reivindicaciones. Pero no está claro que eso suponga un fin de ciclo. Por un lado, están las previsiones sobre los resultados electorales del próximo 20-D, que no parecen precisamente las de un cambio revolucionario. Por otro, en el viaje de unos y otros hacia el centro y la socialdemocracia, en esas zonas se ha creado un auténtico overbooking y parecen haber quedado en segundo plano algunas cuestiones que marcan diferencias como el pago de la deuda o la forma y jefatura del Estado.

Y luego está la sospecha de que los medios de comunicación, que han favorecido la emergencia de nuevos partidos, convierten a la vez la política en espectáculo. Para aspirar al poder, tanto o más que tener ideas y programas, parece obligado ir a programas de televisión y allí bailar, cocinar, cantar y mostrarse muy cercano. Si se puede, conviene además ser joven, guapo, tener labia y lucir bien camisa y corbata en los debates televisados (eso o mandar a una sustituta). La cosa tiene mérito. Un tan exigente casting para candidato no lo pasaría cualquiera. Pero si el objetivo es mejorar la sociedad, no sé si la mercadotecnia es suficiente ni el mejor camino. Los medios, nunca mejor dicho, pueden comerse a los fines.

José Luis Ledesma

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