Caspe, primero de mayo de 1937. A setenta y cinco años de un homenaje y un bombardeo.

El 25 de Julio de 1936 las milicias anarquistas venidas de Cataluña consiguen, con la ayuda de muchos caspolinos, tomar Caspe. A partir de esa fecha, y durante poco más de un año, la vieja Ciudad del Compromiso se convertirá en la capital del Aragón leal y en sede del mítico Consejo de Defensa de Aragón. Nueve meses después, Caspe es un lugar muy diferente de aquel pueblo cohesionado y pacífico que recogía sus cosechas y se preparaba para las fiestas cuando las guarniciones de África decidieron sublevarse contra el legítimo Gobierno de la República. Muchos caspolinos habían muerto de forma violenta o habían tenido que marcharse precipitadamente. Otros muchos se encontraban en el frente. La mayoría había tenido que aprender a la fuerza lo que eran la violencia y el miedo o a decir adiós a sus patrimonios y enseres. Por el contrario, varios miles de forasteros se habían establecido en Caspe llegados de Cataluña o huidos de la zona franquista. Casi veinte mil vecinos llegó a tener la ciudad. Los cafés y los bares, las plazas y las calles hervían con la presencia de aquellos nuevos vecinos. Periodistas, funcionarios, milicianos, policías, espías, abogados, generales anarquistas, escritores, políticos republicanos, enfermeras, médicos o artistas se mezclaban con la población autóctona y con simples civiles que, huyendo de la represión de la zona nacional, buscaban en Caspe refugio o una simple parada en su largo camino hacia Barcelona o Francia.

Pero la llegada de mayo trajo un frío estremecimiento a la frágil paz ciudadana.  Mientras caspolinos y visitantes se afanaban en preparar el flamante Teatro Goya para escenificar un homenaje al pueblo de Méjico al que iba a asistir el poeta León Felipe, en Barcelona, en la sede de Telefónica, se decidía la suerte del proceso revolucionario iniciado en julio de 1936. En Sevilla, el General Queipo de Llano, en una de sus célebres alocuciones radiofónicas, dirigía sus amenazas contra una pequeña ciudad bajoaragonesa a la que se ofrecía a regalarle fuegos artificiales. Lo ocurrido en Barcelona marcaría el destino de Caspe y la llegada, tres meses después, de Lister para demantelar, manu militari, el casi adolescente Consejo de Aragón. Los exabruptos de Queipo de Llano servirían de guía para las escuadras de aviones que bombardearon a conciencia Caspe en aquel fin de semana tan largo.

La Vanguardia. Edición de 4 de mayo de 1937. Detalle de una fotografía de una casa destruida durante el bombardeo.

Lo cierto es que aquella fecha quedó grabada en la memoria de cientos de caspolinos como la del descubrimiento de un horror ignorado hasta la fecha. Si bien ya a mediados de febrero un avión había irrumpido en el cielo caspolino dejando caer sus bombas en el barrio del Muro y provocando la muerte de varias personas, el bombardeo del primero de mayo se encuadraba en una estrategia diferente que adelantaba lo que habría de convertirse en adelante en práctica habitual en todos los conflictos bélicos: los ataques a la población civil mediante el bombardeo de ciudades. La madrugada del 1 de mayo, a eso de las tres, seis bombarderos y unos diez cazas de apoyo, peinaron el cielo de Caspe arrojando bombas de cincuenta, cien y trescientos kilos, muchas de ellas incendiarias, durante más de media hora. Murieron siete personas y más de veinte resultaron heridas de importancia. Muchas casas fueron destruidas. Apenas cinco días antes había sido bombardeada la población vizcaína de Gernika por la Legión Cóndor en uno de los sucesos más famosos, y brutales, de la Guerra Civil. Lo de Caspe no era, pues, un hecho aislado. Franco quería hacer una demostración de su fuerza para extender el terror entre sus enemigos. Los alemanes y los italianos tenían la vista puesta mucho más lejos: querían probar el poder de su armamento antes de lanzarse a la conquista del mundo. Caspe fue una más de las muchas víctimas de aquel delirio.

Por diversas razones, durante aquel fin de semana, Caspe adquirió un protagonismo que solo en parte deseaba. Los medios de comunicación nacionales cubrieron tanto el bombardeo como el homenaje a Méjico. La euforia de los participantes en el festejo se mezcló con el dolor de los que perdieron vidas y hogares. Después, nada. Tan solo el amargo e íntimo recuerdo de quienes se vieron obligados a vivirlo y el olvido colectivo por parte de la ciudad que durante apenas veinticuatro horas se convirtió en escenario principal de una contienda en la que se anticiparon muchas de las amenazas que durante todo el resto del siglo habrían de sacudir a millones de personas en todo el mundo. Setenta y cinco años después queremos recordarlo todo y a todos y también a quienes, antes que nosotros, quisieron recordarlo también.

 Jesús Cirac

Portada del diario barcelonés La Vanguardia. Edición de 4 de mayo de 1937.

 Un Adolescente en la Retaguardia. Plácido Mª Gil Imirizaldu. Ediciones Encuentro. 2006. Páginas 113-115.

Al día siguiente era el 1 de mayo de 1937 y se temía que la aviación franquista nos diera algún susto. No era infrecuente y yo, que ya tenía experiencia en varios bombardeos a la ciudad, llevaba el miedo en el cuerpo. Creo que no penetraba hasta el alma. Todos esperaban aquel día con cierto recelo. También es cierto que la fecha era en sí todo un símbolo: el día universal de la reivindicación del mundo del trabajo. Además había en la ciudad bastante movimiento de hombres de guerra. Por otra parte, me constaba, por un joven forastero, familiar de Paca que a veces solía dormir conmigo, que había un fuerte polvorín. Pero todo eso no parecía motivar un bombardeo sobre la ciudad…

…Sin hacer ruido, abrí nuestra habitación y vi que, efectivamente, Santiago estaba en la cama. No encendí la luz porque reflejaría al exterior y estaba prohibido por razones de seguridad. Me puse el pijama y Santiago me dijo: ¿No se oyen por ahí ruidos de la aviación? Me asomé al balcón y no se oía nada. Le dije: No se oye nada. Además no han sonado las sirenas de alarma. Me fui a la cama que estaba un metro separada de la de Santiago, y me encontré en ella al pequeño Julio que se había metido y dormía encogidito. En esta que suenan las sirenas a todo meter. El peligro es inminente y hay que correr. Cerré el balcón y encendí la luz.

Santiago se vistió rápido y fue a la habitación de Antoñita, que siempre que oía las sirenas se nos mareaba. Me dijo: Coge tú a Julio y los bajamos al refugio a los dos. En el sótano de la casa se había hecho un refugio grande, como ya dije. Me puse los zapatos y protegí el cuello con una bufanda. Cogí a Julio medio despierto, lo cubrí con una manta y los dejamos en el refugio, que se hallaba casi lleno de personas, pues tenía entrada por la calle.

Ya se oía el zumbido de los aviones alemanes que llamábamos “yunkers” y Santiago y yo decidimos correr fuera de la ciudad, hacia los huertos del río Guadalope. Veíamos perfectamente las luces de los grandes aviones bombarderos y sobre ellos las escuadrillas de cazas que los protegían. Nos metimos en un huerto, bastante separados de la ciudad, y los aviones no dejaban de dar vueltas, pues no localizan la ciudad, sumida en la oscuridad. Metidos los dos en una acequia seca de regadío, contemplábamos todo, y pronto la aviación franquista lanzó unas bengalas para localizar bien la ciudad y se inició el bombardeo. El ruido de la aviación, el ladrar de los perros, las sirenas que no cesaban y pronto el estallido de las enormes bombas, formó un cuadro aterrorizador, que nos tenía abrazados y sobrecogidos. Se lanzaron, además, bombas incendiarias, cuyos fogonazos parecían salir del infierno. Santiago me dijo que seguramente ya habrían salido los valientes chicos, pilotos del campo de Caspe, donde había varias escuadrillas de caza, todos pequeños “chatos” rusos, pero pilotados por españoles, incluso había un joven navarro al que conocí en el Casino. Estos se levantaban verticalmente, pero solían ser impotentes ante los fiats italianos de los nacionales. Hubo un momento en que algún trozo de metralla cayó cerca de nosotros. La escena se prolongó bastante tiempo y terminó bajando los rápidos fiats italianos a tirotear a las pobres gentes que huían por los caminos. Aquello era indignante y no se podía menos que maldecir tanta crueldad sobre la población civil.

Al cesar el bombardeo, ya clareando el día, regresamos a la ciudad. Debí andar tan despistado que entonces me di cuenta que en vez de bufanda había cogido los calzoncillos… La mañana estaba fresca, y yo vestido de pijama. Pasamos por casa, y vimos que nada había pasado en la familia. Nos vestimos y fuimos a dar una vuelta por la población. ¡Es impresionante! Todavía se ven cadáveres sin recoger, incluso he visto el brazo suelto de un niño. Han sido muchas las victimas; más heridos que muertos.

Paco me dijo que cerraríamos tres días el Casino en señal de luto.

En la plaza del Compromiso hay una bomba que no estalló, y es un poco más alta que yo, que debía medir ya como 1,70.

Santiago tuvo que ir al campo de aviación, y yo me quedé en casa de Paco, y salimos a ver los destrozos. Muchas casas eran viejas y de poca resistencia, por lo que una bomba deja varias en ruinas. Bajamos a un hospital que está pegado a la estación de ferrocarril, y creo que tenía adherida una iglesia con torre. Había muchos heridos, y entre ellos fuimos a ver una chica de unos 18 años, amiga de la familia, que había sufrido una herida en la pierna izquierda, y se hallaba bien atendida, aunque sufría mucho. Paco era incapaz de contemplar esas escenas, y nos retiramos pronto.

Plácido Mª Gil Imirizaldu

(Monje benedictino que, con quince años, pasó la guerra refugiado en Caspe)

  

Vista aerea del bombardeo de Caspe del 18 de octubre de 1937

Asesinos en el aire.

Las guerras, los enfrentamientos entre comunidades, no han dejado de ser una constante en la historia de la Humanidad. Y también ha sido normal que en ellos se utilizara cualquier tipo de herramienta que pudiera proporcionar ventaja sobre el enemigo, ya fuera el fuego griego, la catapulta, la pólvora o el cañón.

Lo novedoso en las guerras del siglo XX fue el uso de un plano distinto que hasta ese momento no se podía utilizar: el aéreo. Poco tiempo después de que los hermanos Wright inventaran el avión, ya se usó para disparar y arrojar armas mortíferas sobre el enemigo desde el aire. Desde ese momento hasta el desarrollo de un avión más grande que pudiera cargar cuantas más bombas, mejor, había un pequeño paso. Así surgió el avión bombardero, encargado de llevar la muerte y la destrucción a cientos de kilómetros de distancia. El concepto de la guerra había cambiado.

Ya nadie estaba a salvo. Aunque no estuvieras en el frente de batalla, te podía llegar la muerte. Y esto se experimentó sobradamente en la Guerra Civil española. Bombardeos como los de Guernica, Barcelona, Madrid, Alicante, Durango o Alcañiz, son sólo unos ejemplos.

Los bombardeos llevados a cabo contra las tropas, materiales, suministros, instalaciones militares, fábricas, o cualquier objetivo militar ya sea en el frente o en la retaguardia, pueden ser considerados como acciones de la propia guerra, aunque puedan conllevar muertes ahora llamadas colaterales.  Por mucho que nos pesen, pueden ser entendibles.

Pero cuando el objetivo es la retaguardia sin más, cuando la orden que se les da a los pilotos de los bombarderos es la de “Pueblo de Caspe” o “Pueblo de Alcañiz”, deja de ser una acción bélica más para pasar a ser un asesinato colectivo.  Cuando no hay un enemigo o diana concreta y el que da la orden y el que la ejecuta saben que en ese pueblo viven seres humanos y que el hecho de arrojar las bombas tiene la clara consecuencia de destrucción y de herir y de matar, no hay duda de que están cometiendo un acto punible de asesinato.

Y al que dio la orden y al que la cumplió, se les debe llamar por su nombre: asesinos. Lo que sucedió en Caspe durante el primero de mayo de hace setenta y cinco años, fue un bombardeo, sí, pero también un acto de violencia voluntaria y gratuita, que no perseguía objetivo militar alguno. ¿Acaso se le puede considerar de otra manera?

José María Maldonado

(Doctor en Historia. Autor de “Aragón bajo las bombas” y “Alcañiz, 1938: El bombardeo olvidado”)

Baterías antiaéreas ubicadas en un tejado de Caspe en 1937

 Los “Hechos de mayo” de 1937. De Barcelona a Caspe.

Es una de las muchas paradojas que destila la Guerra Civil española. La misma coyuntura que hizo posible la revolución que estalló en verano de 1936 es lo que lastró su recorrido y forzó su derrota. Todo lo que ocurrió aquel estío en la zona republicana solo fue posible en el marco de un Estado colapsado. Los militares sublevados lo dinamitaron, y las fuerzas revolucionarias que los derrotaron en media España acabaron de dejarlo inane. Solo así pudieron surgir experiencias radicales, y a veces únicas en la historia, como las colectividades, los comités revolucionarios y desde luego el Consejo de Aragón.

Pero, con el paso del tiempo, aquello se fue convirtiendo en una guerra. Y la llegada de armas y técnicos de Italia, Alemania y la URSS transformaría esa guerra doméstica en una guerra total que causaba destrucciones y movilizaba recursos militares y humanos nunca vistos por aquí. Así las cosas, y frente al poderoso ejército levantado por Franco, el esfuerzo bélico ya no podía afrontarse a golpe de entusiasmo y milicias improvisadas. Era preciso un mínimo de centralización en la marcha política y militar de la lucha. Algunos lo interpretaron como la necesidad de acabar con toda iniciativa que cuestionara la reconstrucción de un fuerte y respetable Estado republicano.

La batalla ya se venía fraguando desde finales de 1936. Al iniciarse mayo del 37, se habían dado ya muchos pasos en la dirección de desarticular los espacios de poder revolucionarios, y algunos choques con quienes los defendían. Con la yesca presta a arder, la chispa fue una provocación en Barcelona que desató los famosos fets de Maig. La ciudad se llenó de barricadas, y la sangre antifascista corrió a manos antifascistas. El balance fue más de 200 víctimas, y varias decenas más en el resto de Cataluña, y a punto estuvo de extenderse a Aragón por las unidades cenetistas y del POUM que amagaron con abandonar sus posiciones para ir a pegar tiros en Barcelona. El principal resultado fue la relegación de la CNT y el final de sus estructuras de poder.

Desde entonces, se sabía en Caspe que el siguiente objetivo sería el Consejo de Aragón. En esta región se empezó a pedir su disolución sin ambages y, como viera George Orwell al volver del frente, la revolución se extinguía y reaparecían las corbatas y sombreros burgueses. Si el verano anterior llegaba desde el este el vendaval igualitario, ahora venían de allá noticias sobre su derrota. El Consejo no podía resistir solo. Apenas tres meses después, en agosto, era disuelto y caían con él un sinfín de comités y colectividades.

José Luis Ledesma

(Profesor de la Universidad de Zaragoza. Autor de “Los días de llamas de la Revolución”)

La Vanguardia. 4 de mayo de 1937

Noviembre de 2007. La Asociación de Amigos del Castillo descubre una placa en el Teatro Goya en recuerdo del Homenaje del Gobierno de la República a Méjico y la presencia de León Felipe el primero de mayo de 1937.

El primero de Mayo de 1937 las fuerzas del Consejo Regional de Defensa de Aragón celebraron en Caspe un homenaje a Méjico en agradecimiento por la ayuda prestada a la España republicana durante la Guerra Civil. Al acto, que tuvo lugar en el Teatro Goya, acudieron, como representante del Embajador de Méjico en España, el primer secretario de la embajada, el poeta Jesús Sansón Flores; el agregado militar, Coronel Roberto Calvo Ramírez y los “compañeros” Madero, en representación de las Juventudes Mejicanas, y Gamboa, esta última en representación de la Mujeres Mejicanas. Asistieron además numerosas personalidades del mundo de la cultura, entre las que destacó el poeta León Felipe. El acto comenzó a las siete de la tarde y arrancó con la proyección del film “Joaquín Murrieta”, sobre el bandido mejicano del mismo nombre, a la que siguió un concierto de guitarra y de jota y la lectura por parte de León Felipe de su poema “Canto al hombre heroico”. Cerró el acto el primer secretario de la embajada con la lectura de una carta del embajador de Méjico

70 años después, en aquel mismo teatro que pisó el poeta, durante  las “Jornadas sobre el Consejo de Aragón” organizadas por el Centro de Estudios Comarcales los días 9 y 10 de noviembre de 2007, la Asociación de Amigos del Castillo del Compromiso tuvo el honor de descubrir una placa conmemorativa en su recuerdo. El acto homenaje se celebró en el marco de dichas jornadas, en las que también se proyectó el documental “Remember Spain” y se presentaron dos libros sobre la historia reciente de la localidad: Consejo de defensa y movimiento colectivista de Aragón. 1936 – 1939 de Antonio Gambau y Memorias de un hombre cualquiera de Braulio Serrano Capuj, editados ambos por Rafael Burillo Gil y Jesús Cirac Febas, respectivamente. La encargada de descubrir la placa conmemorativa fue la propia hija de Braulio Serrano, Luz Serrano.

Es en esa pétrea losa, colocada a la entrada del Teatro caspolino a la vista de todos, donde quedaron grabadas las palabras con las que el poeta, ya inmortal, inició su intervención en aquel agitado 1 de Mayo: Españoles, españoles revolucionarios, españoles de la España legítima…

David Bonastre

Placa colocada por la Asociación de Amigos del Castillo en el hall del Teatro Goya

Españoles, españoles revolucionarios, españoles de la España legítima,

que lleva en sus manos el mensaje genuino de la raza, para colocarle humildemente en el cuadro armo­nioso de la Historia Universal de mañana, y jun­to al esfuerzo generoso de todos los pueblos del mundo…

escuchad:

Ahí están —miradlos—.

Andan por Valencia,

están en la retaguardia de Madrid

y en la retaguardia de Barcelona también.

Están en todas las retaguardias. Son los comités, los partidillos, las banderías, los Sindicatos,

los guerrilleros de la retaguardia ciudadana. Ahí los tenéis

Abrazados a su botín reciente, guardándole.

Es la insignia de los fascistas.

Una medalla ensangrentada de la Virgen.

Muy poca cosa.

Pero ¿qué tenéis vosotros que es una más?

Pueblo español revolucionario, ¡estás solo! ¡Solo!

Sin un símbolo.

Sin emblema místico donde se condense el sacrificio y la disciplina.

Sin un emblema donde se hagan bloque macizo y único de todos tus esfuerzos y todos tus sueños de re­dención.

.. .¡Vamos a la muerte!

Éste es nuestro lema.

¡A la muerte!

¡Gritad,

gritad todos!

Tú, el pregonero y el speaker echad bandos,

encended las esquinas con letras rojas que anuncien esta sola proclama: ¡Vamos a la muerte!

Vosotros los comisarios, los capitanes de la censura,

envainad vuestra espada,

guardad vuestro lápiz rojo

y abrid a este grifo las puertas del viento:

¡Vamos a la muerte!

Que lo oigan todos. Todos.

Los que trafican con el silencio

y los que trafican con las insignias…

…Hay dos vientos que sacuden furiosos a los hombres de España.

El viento dramático de los grandes destinos que arras­tra a los héroes a la victoria o a la muerte,

y la ráfaga de pánicos incontrolables que se lleva la carne muerta y podrida de los naufragios a las pla­yas de la cobardía y del silencio.

Hay dos vientos, ¿no los oís?

Hay dos vientos, españoles.

El uno va a la Historia.

El otro va al silencio. El uno va a la épica, el otro a la vergüenza…

 León Felipe

Gracias a Salvador Melguizo por las fotos y a Joaquín Cirac por el texto del poema de León Felipe

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