Caspe,18 de octubre de 1937. Se cumplen 75 años del bombardeo más sangriento (I)

Es muda. Pero si pudiera hablar contaría muchas cosas. Nos diría que lleva en el mismo lugar más de siete décadas, pues la colocaron unos meses antes de comenzar la Guerra Civil y ahí sigue. Solo es una pieza más de una buena casa de Caspe, frente al lugar que entonces llamaban el Surtidor y ahora se llama, oficialmente, plaza Madre Ferrán. Aunque es bien conocida por los caspolinos como plaza “de los rojos”.

Si tuviera voz nos hablaría de la actividad que, día a día, se desplegaba, antaño, allí. De los animales abrevando, de las gentes llenando los cántaros, de los niños jugando junto a la fuente, de las conversaciones de los vecinos, de la vida.

Si tuviera alma nos explicaría que estuvo a punto de ocurrir una catástrofe mucho mayor, pues en la parte trasera de la casa de la que ella forma parte, en los generosos establos de la familia Moliner, se almacenó durante meses una ingente cantidad de bombas de todos los calibres. Afortunadamente, en octubre los proyectiles ya se habían trasladado al polvorín de El Vado.

Si pudiera gritar lo haría para decir bien alto que a la hora de la siesta del 18 de octubre de 1937, la aviación italiana sembró la parte alta de Caspe de muerte y destrucción. Ella lo sabe bien.

Pero la vieja canal que desagua sobre la acera la escasa lluvia que cae en el tejado de los Moliner todo lo que puede hacer es recordarnos, a su manera, que aquel día fue algo más que un mal sueño. Ella, 75 años después, sigue mostrando que, cada vez que el agua recorre su interior, las heridas producidas por la metralla dejan escapar el líquido elemento del mismo modo que se escapó la vida de los once civiles que murieron en aquella fatídica tarde.

Ella se sentirá satisfecha si la próxima vez que usted pasea por la avenida Joaquín Costa le dirige una mirada curiosa. Como la puerta mellada y la fachada, también herida por los mortíferos trozos de metal, se mantiene firme. Solo pide que, alguna vez, cuando camine por el lugar, cuando observe a las gentes tomando un refresco plácidamente en las terrazas, mire la plaza con otros ojos y recuerde lo que ella lleva 75 años sin poder olvidar.

 Amadeo Barceló

 

El testimonio más detallado de lo ocurrido aquel día fatídico para la historia de Caspe es el de Joaquín Dolader Gracia, “Mamés”, por aquel entonces un niño inquieto para el que el bombardeo fue, además de un hecho trágico, una gran aventura de la que nunca pudo olvidarse. Muchos años después, al escribir sus memorias, no pudo evitar dedicarle algunas páginas, que hoy constituyen un magnífico documento de la barbarie (Mamés. Un recorrido por el siglo XX a través de la historia de una familia y las costumbres de un pueblo. Joaquín Dolader Gracia. Caspe, 1998. Edición a cargo de la familia del autor, pp. 58-60.)

“En este mes de octubre, en Caspe ya caía alguna escarcha y fastidiaba las hortalizas del verano que todavía quedaban en el campo, como pimientos, berenjenas, tomates, etc.; (…)

“(…) me pareció oír un rumor muy conocido; observé mejor y, efectivamente, era la aviación nacional en su formación habitual en uve, de tres en tres, con dirección al pueblo doce pavas, come les llamábamos nosotros. Yo estaba en un bancal, y él en otro. “Abuelo -le dije-, aviación fascista”. “¿Qué sabes tú? –me contestó. Y a continuación, empezó a temblar la tierra. “¡Échate en la regadera!” –me gritó-, al tiempo que él hacía lo mismo. Solo hicieron una pasada en la dirección que llevaban y, luego, desaparecieron. Luego vimos que el pueblo estaba bien tocado, porque el humo y el polvo lo cubrían todo. Cargamos la mula con todo lo que teníamos, y a casa a ver la catástrofe. Desde el campo hasta la carretera hay unos 100 m. y, cuando llegamos, nos extrañó que todo estuviera normal y tranquilo. Por el cruce de la vía venía un grupo de mujeres del pueblo; preguntamos, pero no sabían nada en concreto. Llegamos al portal del Coso, cogimos las Peñetas hasta la Balsa y la cosa estaba más fea; las cunetas de la carretera de Maella, por la puerta de la fábrica de harina, bajaban llenas de sangre; unos olmos muy grandes que había desde allí hasta la casa de mi abuelo estaban medio deshechos con las ramas por la carretera; los hilos de la luz, también por el suelo; en el aire, olor a azufre; y todo cubierto de polvo, que la mula resoplaba y no había forma de hacerla andar; los guardias de asalto, que eran la policía oficial del Estado, se movían por todas partes poniendo orden, ayudando y socorriendo a todos, que buena falta hacía.

Cuando más nos íbamos acercando a casa, más abundante era la sangre y todavía más, cuando estábamos a la altura de la calle Valimaña, se acercó un guardia y dice: “¡Pero a dónde van ustedes, por aquí es imposible!”, y mi abuelo con aparente serenidad dice: “Voy a mi casa, si es que la tengo”. ¿A dónde es?”, volvió a preguntar. Y mi abuelo: “Junto a la de los tratantes”. Y entonces el guardia fue abriendo camino (…).

“Sin descargar a la mula lo primero que hicimos fue buscar a la abuela, pues a la casa con todo lo grande que era no le había pasado nada, solo que estaba llena de polvo y de trozos de carne humana y de caballos. Al no encontrar a mi abuela en casa, salimos corriendo a la calle. En el bancal seguía habiendo mucha gente y algunos guardias. “Es una señora muerta que nadie conoce”, dijo un guardia (…) estaba irreconocible, pues casi de mitad del cuerpo para arriba estaba deshecha pero, por las sayas que llevaba, vio que no era. (…) sentado sobre medio saco de cebada, rodeado también de gente, había otro muerto: tampoco era muy reconocible, pero era un hombre. Seguimos buscando, pero cada vez era más difícil.

En todas estas vueltas y revueltas, caímos en la cuenta de que ni estaba el surtidor, ni la fuente. Las bombas acertaron tan de lleno, cuando estaban abrevando los caballos, que el espectáculo que ofrecía era horroroso. Tocaron al pueblo en cuatro puntos: en la plaza, chafaron el Teatro Principal y algunas casas de la calle Rosario y de la calle Baja; en el portal de Valencia, bastantes casas; en la calle Morera y en el huerto de los franciscanos, otra vez; y en la plaza de la Matea, también chafaron un buen número de casas (…).

“El surtidor tendría unos 7 metros de diámetro, y en el momento del bombardeo estaba lleno de gente, un soldado para cada dos caballos, más los que iban entrando y saliendo hasta terminar la abrevada, aparte de la galera del Palomero que pasaba por allí con tres mulas, pero el carretero se tiró al suelo y se salvó. Todo lo demás chafado. Incluso dos chicos de mi tiempo, con sus mulas, también quedaron allí (…) el tío Ninglo y el tío Fuino discutían por los trozos de las piernas y brazos que les parecían que eran de sus hijos, pues también habían ido con las mulas al abrevadero. Desde luego aquello era impresionante. Nosotros, después de recorrer toda la plaza reconociendo a los muertos que estaban como más enteros, que eran muy pocos, pudimos comprobar que mi abuela no estaba entre ellos (…)”

 

Fotografía aérea del casco urbano de Caspe tomada desde el interior de uno de los aviones que participaron en el bombardeo del 18 de octubre de 1937. Pueden apreciarse claramente las explosiones de las bombas.

En su monografía sobre los aeródromos militares en Caspe durante la Guerra Civil, “El verano de los halcones” (Centro de Estudios Comarcales del Bajo Aragón-Caspe, 2008, páginas 107 y 108) José Manuel Guiu Lasheras refiere de esta manera el bombardeo:

“La Aviazione Legionaria bombardea Caspe a las 16:05 del lunes 18 de octubre, arrojando sobre la ciudad 72 bombas de 52 kilos (4,5 toneladas) y causando oficialmente 11 muertos y un número indeterminado de heridos. Teóricamente el objetivo es militar, una concentración de tropas que están preparadas para salir hacia el frente, pero ese ataque, tenido por los caspolinos como el más destructivo de toda la guerra, tuvo carácter indiscriminado. En cualquier caso parece que hubo un cambio sobre el plan de ataque inicial. En la orden figura a máquina que el objetivo es el aeródromo, pero la frase está tachada y corregida a mano con la indicación “Paese di Caspe” (Pueblo de Caspe)(…)

(… ) Los aviones italianos que sobrevolaron la población de sur a norte, sorprendieron a una unidad de Caballería mientras abrevaban las monturas en la balsa de la Plaza del Surtidor, un lugar muy concurrido también por carreteros y labradores que daban allí de beber a sus animales de tiro. El efecto de las explosiones fue aterrador. Los restos humanos y de los caballos descuartizados por la metralla quedaron esparcidos por todas partes, incluso en los tejados de los edificios más próximos y colgando de las ramas de los árboles. Una bomba dio de lleno en la balsa y el agua, enrojecida por la sangre, corría por la carretera.”

aviones SM-81 en pleno bombardeo

Terminemos con los testimonios enfrentados de dos contemporáneos, dos personas que, desde bandos distintos, padecieron los efectos de la guerra tanto en su persona como en la de sus familiares. Uno estaba en Caspe el 18 de octubre. El otro no. En relación al tono de ambos escritos, mejor extraigan ustedes sus propias conclusiones.

En Los héroes y mártires de Caspe” (Imprenta Octavio Félez, 1938, página 81) el canónigo caspolino Sebastián Cirac Estopañán se referirá a los bombardeos de la aviación franquista sobre Caspe en los siguientes términos: “Es la media noche del primero de mayo de 937. Los marxistas celebran en Caspe con orgías y bailes escandalosos la fiesta del trabajo. De improviso aparecen unos aviones sobre la ciudad y lanzan algunas bombas dispersando a los bacanales aterrados. La fiesta roja del trabajo se convierte en tragedia de pánico. Poco más de seis meses después, el día 18 de octubre, la aviación nacional bombardea y ametralla en Caspe una concentración de caballería e infantería, que en camiones debía ser trasladada al frente de Aragón. Durante los días 6, 7 y 13 de marzo de 1938, toca la sirena de alarma lúgubremente sin cesar, mientras los aviones de España destruyen y aniquilan las concentraciones y objetivos militares de los rojos.”

Así recuerda, por contra, Braulio Serrano, fundador de CNT en Caspe, en su autobiografía “Memorias de un hombre cualquiera (Centro de Estudios Comarcales del Bajo Aragón-Caspe, 2007, páginas 227 y 228) la significación y el ambiente que rodeó a los bombardeos que sacudieron Caspe. “(…) Aquel desplazamiento, como el de muchos otros habitantes de Caspe, se debió a que el pueblo había sufrido bombardeos, injustificados al no existir ningún objetivo militar, que habían causado numerosas víctimas entre la población civil. Ésta huyó del peligro que significaba vivir en la ciudad contra la que se habían proferido amenazas por el general Queipo de Llano desde Radio Sevilla, insultando a la “Republiquita de Caspe”, fueron sus palabras, a la que cualquier día habría que dar una lección, siempre según las declaraciones del famoso charlatán (…) Al generalizarse a todo lo ancho de la España republicana aquellos bombardeos contra la población civil indefensa que obedecían a un plan bien determinado de quebrantar la moral de la retaguardia, se despertó una oleada de protestas en el mundo entero. Es verdad que sin ningún resultado favorable para los republicanos. Pero los bombardeos no fueron ni más ni menos que el anticipo de lo que ocurriría después en toda Europa a la que Hitler y Mussolini le impondrían lo que se dio en llamar la guerra total de la que nosotros, los españoles republicanos, los rojos, fuimos los primeros en sufrir los abominables experimentos y que Caspe, pequeña ciudad de la provincia de Zaragoza, tuvo el triste privilegio de ser la primera que en el Aragón republicano sufrió aquella terrible prueba.”

Jesús Cirac

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies