El canal maldito (La Colomina)

Pues como si de una maldición se tratase, el canal de Colomina, o Corominas todavía no riega ninguna de las hectáreas que debería regar. Sin ser un experto en el tema, algo me suena mal en todo el asunto: el canal, que se proyectó como compensación al desastre que supuso el embalse de Mequinenza, tuvo como primera constatación de su maldición, el que, una vez construido, jamás llegó a llevar agua. Sea por defecto de trazado, sea por engaño en los materiales que se usaron en su construcción, el caso es que era impracticable. Pasaron los días, pasaron los años y en el imaginario colectivo caspolino empezó a enquistarse una reivindicación teñida de irredentismo: nada podía ser bueno en el agro caspolino sin el añorado canal que debía compensar las tierras anegadas por el embalse. Siguieron pasando los tiempos y llegaron las nuevas técnicas agrícolas, que algunos se negaron a poner en práctica, esperando el canal que soñaban, y de tanto soñar con un terreno de leche y miel, empezaron a perder el tren de la agricultura moderna.

Para cuando algunos ya despertaron de la pesadilla en que se convirtió el bonito sueño, y se sumaron a los tiempos modernos, llega la noticia que por fin se va a construir el llorado canal. Para entonces, las hectáreas que regaban los nuevos regadíos de los PEBEAS, superaban en mucho a las que humedecerían las aguas esperadas tantos años. Aún así, el sueño empieza a encarnarse y tomar forma: el canal, a cielo abierto (este artículo podría haberse titulado “abierto en canal”) empieza a poderse ver por su sitio, magnífico, bello, una veta de vida que se desliza por la tierra seca y agrietada que espera su agua de mayo. Craso error, algún fallo de diseño (¡otra vez! que manda huevos) deja una parte del terreno a irrigar a una cota que hace impracticable la llegada del agua y vuelve a constatarse la maldición: ahora ya está hecho el canal, pero hay que elevar en algunos puntos el agua, y construir balsas para poder regar. Todo el trabajo tirado por la borda. Todos los caudales invertidos no han servido para casi nada: si usted pasea por el trazado del nuevo canal, lo verá seco y como abandonado, el sueño ha vuelto a ser pesadilla. Y así estamos. Esperando…

Aparte del desastre que supone el dispendio del dinero público y del efecto estético (siempre es bonito pasear al lado de un canal, siempre que lleve agua, claro) los deseos y anhelos de los agricultores han sido traicionados una vez más. Aún así, nos preguntamos: ¿era necesario un canal a cielo abierto?, hoy ya no se hacen así, se entierra una tubería, y con la presión, el agua llega hasta donde sea menester, y hasta donde las leyes de la física digan, pero ya se podría regar, y seguramente a un coste menor. Y la pregunta del millón ¿son tan necesarias esas hectáreas para el campo caspolino? Francamente, no lo parece. Ustedes dirán….

Manuel Bordallo.

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