Un viaje hacia el Convento de San Juan de Caspe

Donde hoy se erige el Colegio Compromiso, junto a la Iglesia de Santa María y el Castillo del Compromiso o de la Bailía, hubo hasta no hace muchos años un flamante convento perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén.

Hoy publicamos una fotografía desconocida tomada desde el ferrocarril a principios del siglo XX, realizada por el alemán Otto Wunderlich. En ella se aprecia la fisonomía de la vertiente este de Caspe hace casi 100 años. Junto a sus casas, asoman las ruinas de lo que fueron un poderoso castillo y un no menos potente cenobio de frailes hospitalarios.

El convento sanjuanista, la tercera de las edificaciones que pertenecieron a la Orden en el monte Gurugú de Caspe, sigue siendo a fecha de hoy un gran desconocido. A continuación, a través de las líneas siguientes, vamos a acercarnos hasta la historia de este monumental edificio que desapareció totalmente en 1929.

Sabemos que en el lugar hubo en su momento un palacio musulmán que perteneció a la familia Sesé. En el año 1394, Don Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén y Rodas (el título se completaría con «Malta» años después) con gran vinculación con Caspe, lo compró por 60.000 sueldos jaqueses y fundó en él un cenobio sanjuanista que completó la imponente terna que formaron, durante siglos, el Castillo de la Bailía, la Iglesia de Santa María y el Convento.

¿Cómo era aquel edificio conventual? A través de varios antiguos trabajos y de la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional, podemos aproximarnos hasta él.

Mariano Valimaña, en sus Anales de Caspe datados del siglo XIX y basados en antiquísimos documentos que se conservaban en la Iglesia de Santa María hasta 1936hablaba de  tres puertas públicas de la Iglesia, a las que habría que sumar (hacia 1800) una privada, «propia y peculiar del convento de San Juan, desde donde, después de bajar más de 50 escaleras en dos tramos, se introducen por un paso que hay debajo de los graneros del Convento en un subterráneo pequeño, al fin del cual hay una puerta pequeña, que cae a la capilla privilegiada en el rincón que forman el altar nuevo de los Dolores, y el sepulcro de Señor Heredia» (según Guitart Aparicio,  el paso de la iglesia al convento se podría situar en la actual sacristía baja).

Primer alto en el camino: había un paso subterráneo que comunicaba el Convento y la Iglesia.

Al parecer, este paso no existía en 1449, y los frailes se lamentaban del peligro de acudir a la parroquial a decir las horas nocturnas, «considerando los escándalos, robos, muertes y violencias acontecidas en dicha villa».  Pero en el siglo XVIII ya se habla del arco o paso desde el convento.

Según otro autor caspolino, Mariano Uriol, existía en el convento un registro en el cual se anotaban asuntos importantes, como la donación de propiedades, términos y objetos por Heredia al Convento en la fecha de su fundación. Este libro se conocía como el Lumen Domus o Gran Libro del Convento de los Sanjuanistas.

El convento no solo era un gran edificio religioso de la Orden. El centro poseía una serie de derechos sobre Caspe y otros lugares como Jatiel, lugar que fue asignado al convento por Heredia en 1394. En la zona conocida como Mochales o Bailío, junto al antiguo cauce del Guadalope, parece ser que los frailes poseían un terreno que utilizaban como huerto privado. Allí, todavía puede verse una cruz de Malta propia de la Orden en el dintel de uno de los edificios.

¿Cómo era el convento?

A través de un documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, en el que se narra la visita del Castellán de Amposta (la autoridad «regional» de la Orden),  Don Martín de Ferreira,  el 19 de mayo de 1605, podemos aproximarnos al interior del edificio conventual (respetamos la escritura original):

«El dtho Monasterio y Convento de Caspe, que llamado convocado congregado, y ajuntado el Capítulo de los Señores Prior, Frailes y Religiosos del Convento, y Monasterio del Señor San Juan de la dtha Villa de Caspe en la capilla del Smo Crucifixo, y San Juan Baptista donde otras bezes para tales, y semejantes actos, que los infratos, se suele, y acostumbra congregar y ajuntar por visitamiento (…)».

Según este legajo, el convento a principios del siglo XVIII está habitado por el Prior y diez frailes más.

La visita del Castellán comenzó por la capilla de San Juan; en ella había dos altares:

«(…) el uno de un Xpo de Bulto, y otro de Pincel (¿pintado?) con la invocación del señor San Juan Baptista (…). Dentro de la capilla el Castellán halló una cofradía de la Veracruz «instituyda en la ditha capilla y en ella hay cofradres los Religiosos y otros seglares». Además de un órgano pequeño, en la capilla se custodiaban estas reliquias: «una espina de nuestro Señor, unos cabellos de Santa Clara, una cruz de Plata sobredorada con el Lignum Cruzis, un hueso y una reliquia de San Cristóbal, un hueso de San Blas, otras reliquias de las santas Isabel, Águeda y Apolonia, la cabeza de Santa Sofía, una cabeza de una de las once mil Vírgenes, otras reliquias pequeñas de diferentes santos y una Veracruz pequeña de plata».

La importancia de las reliquias en aquel tiempo era crucial. En un tiempo en el que el prestigio de las iglesias se medía por el número de reliquias que albergaban, y las gentes recorrían medio mundo para venerarlas, se llegó incluso al extremo del robo entre edificios religiosos.

Siguiendo con la visita del Castellán, sabemos que el prior tenía 100 escudos en vestuario y cada fraile 50. El médico, las medicinas y el sustento diario entrarían dentro de los derechos de los conventuales. Había prior y sacristán, quien se ocuparía tanto de administrar sacramentos como del cuidado de los enfermos de la casa. Las normas también dictaban que se debía contar con diez escribientes, aunque solo se hallaban en el convento dos escolares. El cenobio contaba con amasador, cocinero, portero, hortelano y tres mozos de mulas para la administración de la labranza.

Tenía el edificio sus correspondientes reposte (despensa) y refiterio (comedor, receptorio) del que se decía que era algo grande y en el que se contaban tres mesas finas de nogal y otra más para los criados; un aparador, nueve manteles, seis enjuagamanos y una vacina (palangana) de alambre…En la bodega había doce cubas y un tino, un cubo grande, dos trujales y unas escaleras; no hay vino en toda la bodega, a pesar de que señalan que las cubas están todas buenas y sirvientes.

Guardarropa, masadera, archivo, caballeriza, granero, librería…y las dependencias privadas de los frailes, los aposentos, que al parecer, destacaban por la gran cantidad de camastros que tenían, habiendo casos de hasta cinco por aposento. La razón de esta abundancia de camas podría encontrarse en la extensa red de hospedaje en sus centros, siendo habitual dar cobijo a los miembros de la Orden que se hallaban de paso (la Bailía de Caspe fue uno de los centros más importantes dentro de la Castellanía de Amposta).

A través de otro documento del AHN, sabemos de un pleito mantenido entre beneficiados y sanjuanistas en 1772; de él se extractan algunos datos interesantes: el Convento tendría un oratorio o sala capitular, donde nunca se enterró a nadie por estar sobre la bodega; el espacio que ocupaba este oratorio era «de cincuenta palmos de largo y veinticino de Ancho», sin sacristía, ni coro, ni lugar para ello. La iglesia del edificio mantenía dos altares todavía en este año.

Siguiendo con este legajo sabemos que los religiosos no comían en sus cuartos en los principios de la vida conventual, pero sí lo hacían a finales del siglo XVIII, siempre respetando ciertos días del año en los que comen en comunidad, en el refitorio. El convento mantenía por aquel entonces 10 criados, con sus salarios, carne, pan, vino y demás comestibles.

A finales del siglo XVIII los conventuales son ya solo ocho, incluyendo al Prior. Dice el documento que no pueden ser menos de ocho jamás «abiéndose de proveer las vacantes en el termino de seis meses del fallecimiento de cada una (…)». La comida de los frailes eran «quatro caízes de trigo, 4 arrobas de Azeite, 52 cantaros de vino por cada un año, i un real de plata cada día con las Berduras, y frutas, que se reparten diariamente. Con cuyo establecimiento confirmado por el Gran Maestre como consta de su Bula concedida en 18 de Febrero de 1717″.

Fernández de Heredia seguía presente más de 300 años después. Al parecer, continuaban obedeciéndose los estatutos fundacionales del cenobio puesto que, en la fundación del Convento, se ordenaba que «a lo menos una vez al dia, después de comer se dijere por el Prior y Frailes en la Capilla de dicho Convento el Psalmo de Profundis, con una Oracion especial por el Alma del fundador»

En el manuscrtio que nos habla de aquella visita al Convento, lo mejor se dejó para el final, cuando se hizo referencia a una denuncia por supuestos comportamientos indecorosos de dos frailes y un menor. Se decía de ellos que se habían descuidado del habito, profesión y religión, y que se empleaban «con soltura en ilicitos, y deshonestos tratos de carnalidad en mucho daño de sus conciencias, peligro de sus Almas deshonra y escandalo del Pueblo, assi por ser contrario ejercicio de lo que la Religión requiere como por ser mas publico de lo que sea menester, que proveisese lo necesario para evitar todo esto en otra manera (…)».

Seriamente dañado durante la Guerra de la Independencia, el inmueble fue reedificado en forma de siete casas a mediados del siglo XIX. Las guerras carlistas acabaron definitivamente con él y, sobre sus ruinas, se edificó el Colegio Compromiso (entonces se llamó Grupo Escolar) que fue inaugurado en 1929.

Cuentan los viejos del lugar que, las bodegas del Convento, permanecen intactas bajo el patio del recreo, esperando que, algún día, sean devueltas a la luz.

Convento

La fotografía proviene del Archivo Wunderlich, realizada entre 1920 y 1928.  

Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico

Amadeo Barceló

BIBLIOGRAFÍA:

Barceló Gresa, Amadeo; La Orden de San Juan de Jerusalén en Caspe y Comarca durante la Edad Media (introducción a su estudio), Comarca Bajo Aragón Caspe-Baix Aragó Caspe, Caspe, 2007.

Guitart Aparicio, Cristobal; La Colegiata de Santa María la Mayor y el Castillo del Compromiso de Caspe, GCC, Caspe, 1974.

Pellicer Catalán, Manuel; Panorama histórico-arqueológico de Caspe en el Bajo Aragón, Colección Historias Municipales 2, CECBAC, Caspe, 2004.

Uriol Altemir, Mariano; Las Ruinas del Castillo. El Compromiso de Caspe, Leyenda Histórica. Caspe, 1878. p 40.

Valimaña Abella, Mariano; Anales de Caspe, GCC, Caspe, 1988.

ARCHIVOS:

AHN OOMM Carpeta 606 Y legajos 8220 y 8221.

 

 

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