Un mañana, en el AVE a Madrid, me puse a contar corbatas. En mi vagón había 58 personas, entre ellas 39 varones. 15 la llevaban. Miré en los otros coches de clase turista y los porcentajes eran parecidos. Fui a clase preferente y conté casi tantos cuellos masculinos con nudos de seda como sin ellos. Asomé el morro por la clase club e imaginen. Aun más de lo mismo. No abundaban los pañuelos palestinos.

Esa misma semana, la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) presentaba su estudio sobre la Alta Velocidad en España. La deja muy mal parada. Según él, económicamente el AVE es una ruina. El eje más usado, Madrid-Barcelona, costó 10.000 millones y en 50 años solo se recuperará el 45% de ellos. En los otros tres ejes, no llegará ni al 10%. El coste de oportunidades es tan alto que sería mucho mejor usar tanto dinero público en otras líneas de inversión. Pero tampoco socialmente es rentable. Se supone que iba a vertebrar el territorio, quitar tráfico de las carreteras y reducir distancias, pero lo hace solo en parte. Según el informe, su único éxito real es trasvasar viajeros del avión al tren. La conclusión del informe es contundente: el AVE no es rentable y no hay que construir ni un kilómetro más.

Y luego, aunque el estudio no lo dice así, está el precio de sus logros. Es el súmmum de la rapidez y comodidad, sí, pero ¿para quién? Lo es, por un lado, para quienes van de una gran ciudad a otra. El modo que tiene el AVE de “vertebrar” el país es engordar grandes centros urbanos y abandonar todo lo que hay en medio. Y lo es, por otro lado, solo para quienes se pueden permitir sus altos precios. De hecho son precios inferiores a su coste real, que es aun mayor. Subvencionamos un tren exclusivo. Pero no lo suficiente como para democratizar su uso. Sus altas tarifas echan de él a la mayoría de la gente. Otras más bajas lo llenarían, permitirían que su uso llegara a cualquiera, y hasta quizá estimularían la creación y actividad de pequeñas empresas. Pues no.

En el tren de vuelta, seguían abundando las corbatas. Al llegar a Zaragoza, me dio por ver la terminal de autobuses. En solo 50 metros, el paisanaje era muy distinto. Había jóvenes, familias, inmigrantes, mochileros…, justo lo que no se veía en el AVE. Llegó un bus de Madrid y me fijé en quienes bajaban. Lo mismo. Y ni un solo traje. Iba a concluir que en el transporte hay diferencias de clase y que las corbatas no van en autobús, cuando vi al menos una. Era la del conductor.

José Luis Ledesma

AVE foto

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