Facebook, información y mercancía

Hemos sabido hace poco que EE.UU. pidió a Facebook, Microsoft y Google datos sobre decenas de miles de usuarios, y ahora resulta que también Skype ha abierto sus puertas a las agencias de seguridad americanas. Es lógico que pueda indignar, pero ¿debería sorprendernos?

Los nuevos dispositivos de comunicación han cambiado el mundo en poco tiempo. Solo hace quince años que el teléfono móvil y el e-mail empezaron a generalizarse, y no hace ni diez que Facebook fue creado. Hoy parecen imprescindibles y me pregunto si la mayor parte de nosotras y nosotros podríamos vivir como lo hacemos sin ellos.

Pero no es oro todo lo que reluce. Veamos por ejemplo Facebook. Ahí están los recelos que generan sus cláusulas de privacidad y la cesión de información a gobiernos y grandes compañías. Se dice también que invita a una exposición relacional y a una trivialización comunicativa que devienen a menudo en pornografía emocional. Hoy la ventana indiscreta de verdad o los agujeros en las paredes de las duchas de las chicas se quedan en una broma infantil frente a lo que se puede ver, y se muestra sin tapujos, a través de las pantallas de ordenadores, tabletas y móviles.

Y está asimismo la sospecha de que Facebook y en general las redes sociales reproducen un modo de ver el mundo ligado a los grandes intereses económicos. No hace falta compartir esa sospecha, que podrán vincular a teorías conspiranoicas, pero les invito a dedicarle unos segundos de reflexión. No es solo por sus grandes accionistas, entre ellos en el caso de Facebook nada menos que Goldman Sachs, fundaciones ultraliberales y lobbies vinculados a las grandes empresas de vigilancia tecnológica. Ocurre además que Facebook traduce a las relaciones sociales el individualismo, inmediatez y perpetua sustitución de bienes que definen la política y economía actuales. Simboliza la plasticidad del capitalismo, que asimila y extrae millonarios beneficios incluso de espacios abiertos a su crítica. E introduce a mil millones de personas en un gigantesco y opaco dispositivo virtual que organiza por nosotros la información con algoritmos y parámetros que los usuarios no pueden cambiar, pero sí los anunciantes que pagan para destacar sus mensajes. La cara oscura de la democracia del espacio virtual.

Sería ridículo criticar la existencia y uso de plataformas como Facebook. Es incalculable lo que han aportado y aportan para crear espacios de diálogo y compartir información al margen de los canales tradicionales. Por un lado, en un ámbito amplio. Por ejemplo, las acciones del movimiento antiglobalización desde Seattle habrían sido impensables sin el correo electrónico, e imposibles las protestas contra el Gobierno de Aznar tras los atentados de Atocha de 2004 sin los cientos de miles de mensajes sms que las convocaron, o el 15-M o la “primavera árabe” sin las redes sociales. Y, por otro, en la esfera de lo individual, en el de cada una y uno de nosotros. Al margen de periódicos, radios y televisiones, tenemos ahora un caudal virtualmente infinito de información a nuestra disposición, y no solo eso sino que además podemos crear esa información. Todo eso es cierto. Pero, dicho lo cual, no estaría de más recordar que en esta sociedad nada es gratis. Que la información se controla y vende. Y que si, como en Facebook, se nos dice que “registrarse es gratis”, entonces tal vez es que la mercancía sea en cierto modo… el propio usuario.

José Luis Ledesma

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