Los cien mil hijos de San Willy Toledo.

Hay que reconocer que estuvimos finos. Apenas tres días después de la gran cagada, un humilde blog local se hacía con una exclusiva casi planetaria. En realidad era lo esperado. Guillermo, “Willy”, Toledo no iba a retractarse. La ocasión no iba a servir para tender puentes con esos miles de patrióticos devotos de la Pilarica que, como un solo hombre, clamaban venganza ante la enésima ofensa del lenguaraz rojeras. Pero a nosotros nos vino bien. En un par de días más de cien mil lectores nos visitaron. Nunca habíamos disfrutado de una avalancha similar. Y es justo reconocer que, al menos en parte, se lo debemos a Libertad Digital, el blog del gran Federico Jiménez Losantos, que en las últimas semanas ha tenido a bien publicitar algunos de nuestros contenidos y a cuyos responsables no sabemos si tirar de las orejas o cubrir de abrazos. Hasta en “El Cascabel al gato” de 13TV nos citaron. Quien nos iba a decir a nosotros, tan progres, que también la Conferencia Episcopal iba a echarnos una mano.

La festividad del 12 de octubre se ha convertido en un cenagoso campo de batalla ideológico. Mucho antes de que el mensaje de Willy Toledo lo inundase todo como un escatológico tsunami, en mi muro de Facebook ya no cabían más banderas españolas al viento ni más condenas del genocidio. Las citas de Pérez Reverte y los selfies de la cabra de la Legión se fundían con los retuits de Ada Colau y las fotos de indígenas con frases de Eduardo Galeano al pie. Lo de todos los años. Debemos ser el único país de nuestro entorno que mantiene abiertos debates tan inútiles y obsoletos. Y eso es indicativo de algo importante: Millones de españoles todavía son incapaces de ponerse de acuerdo acerca de lo que les une y, sin embargo, están totalmente de acuerdo en lo que les separa.

A mi, y a muchos, ese debate no me motiva lo más mínimo. Tengo claras las conclusiones y no pierdo ni un segundo en desbrozar la fenomenología de mi españolidad. Tampoco me asusta escuchar una blasfemia. En ese sentido las declaraciones de Willy Toledo me dejaron bastante frío. Si quería epatar, conmigo lo tenía chungo. Pero lo tuvo fácil con miles de probos ciudadanos, muchos de los cuales pensaron que la mejor forma de defender su patriotismo herido era inundar la red con desafíos medievales, insultos y bravatas barriobajeras. Puede que Toledo se pasara varios pueblos pero, al menos, admitía ser un titiritero, un bufón, y en ese contexto su ofensa adquiría cierta coherencia. La cosa resulta más difícil de encajar cuando muchos de los dignos españoles zaheridos por sus palabras recurrían al lenguaje patibulario y soez o directamente a la amenaza. Yo creo que Toledo se equivocó, que meó fuera de tiesto, que no necesitaba tanto despliegue para demostrarnos de lo que es capaz. Y también creo que casi todas las reacciones a sus palabras que yo pude leer, descendían a los mismos abismos de estulticia a los que él había descendido (especialmente en el caso del grupo municipal del PP en el Ayuntamiento zaragozano pidiendo que se le declarara persona non grata). Toledo era una gran actor de comedia, quizá el mejor del país en su momento, pero eligió tirar por la borda su exitosa carrera para poder representar un personaje mil veces interpretado antes, el del progre resabiado y redicho. Seguramente se equivocó. Pero al menos ha sido honrado y se ha pagado sus gastos. Allá él.

Estamos en lo de siempre: temas importantes debatidos con argumentos infantiles, heridas históricas todavía no cerradas defendidas a base de mamporros y regüeldos. Los españoles no solo seguimos discutiendo asuntos (la identidad nacional, el modelo territorial…) que otros países dieron por definitivamente cerrados en el sigo XIX sino que, lo que es todavía peor, encomendamos la elaboración de los argumentarios a auténticos profesionales del tozolonerismo. Aceptemos que Willy Toledo es uno de ellos pero, entonces, seamos lo suficientemente honestos para admitir que no es el único. Si nos atenemos a lo que indica ese termómetro social llamado Facebook comprobaremos que los líderes de opinión de nuestra querida España se llaman Frank de la Jungla, Risto Mejide, Esperanza Aguirre o Arturo Pérez Reverte y, lo que es peor, que son cientos de miles los españoles que les siguen y digieren sus pobres argumentos de cuñado con verdadera devoción intelectual. Si elevamos el nivel y acudimos a los programas de debate televisivos, donde se supone que solo juegan los profesionales, la cosa no mejorará. Marhuenda, Rojo, Inda, Rahola, Rodríguez, Carmona. Ubicuos y plomizos profesionales del tozolonerismo.

Vírgenes del Pilar y días de la Hispanidad aparte, reconozco que yo sí me siento bastante español. No sé muy bien en qué baso ese impulso pero no puedo negar su existencia. A ojos de muchos quizás ello me convierta en un facha redomado. Me reconforta saber que otros tantos interpretarán mi desafección por las vírgenes y las banderas como la prueba irrefutable de mi odio a la Patria. Suelen ser las cosas pequeñas las que poseen sentido y en ellas suelo basar mis sentimientos de pertenencia a un colectivo que muchos llaman nación pero yo prefiero llamar país. Hace apenas diez días un chaval de mi pueblo presentaba en Madrid un documental sobre el filósofo Gustavo Bueno. Cuarenta o cincuenta años atrás, ese chaval se habría dedicado al campo o, con un poco de suerte, se hubiera colocado en una oficina de administrativo o contable (para entrar fijo en una Caja hubiera hecho falta un pedigrí ideológico del que su familia carece) pero hoy, con esfuerzos y precariedad, puede dedicarse profesionalmente a menesteres que, en otras épocas, estaban vedados a la gente de su extracción social. En España sigue habiendo cosas muy feas, cosas que me horrorizan y que me hacen desear haber nacido muy muy lejos. Pero también ocurren otras que me hacen sentir a gusto con lo que me rodea y que me permiten mantener vivo el sueño de que quizá algún día puedan llegar a convertirse en categoría general. Supongo que eso es para mí ser español: vivir en un país con gente interesante y unas posibilidades infinitas pero en el que toda la visibilidad se la reparten varios cientos de miles de tontainas.

Jesús Cirac

images

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies