Manuel Vilas: “Lou Reed es imposible aquí en España y con eso ya está todo dicho”

 

 

En las películas de Woody Allen los encuentros entre sus personajes se producen en sitios lógicos: en la consulta del psicoanalista, en una galería de arte, en la Opera, en recoletas librerías de viejo, en la inauguración de una exposición de arte africano, en la biblioteca de la universidad, en tiendas de productos bio, en el teatro viendo una obra experimental. Pero “Z” no es Nueva York ni el Actur el Upper West Side. Ni siquiera la República Independiente de Torrero llega a ser Brooklyn o Queens. Si Manolo Vilas viviera en Nueva York bastaría con salir a correr por Central Park para encontrarle abrazado a una de esas ardillas domesticadas llorando a moco tendido por Lou Reed o atravesando a toda hostia Madison Avenue con su Audi cien trucado. Pero estamos en “Z” y esta ciudad tiene sus propias reglas. Aquí los poetas tienen que confundirse con la piel grasienta de los edificios y, aunque se acicalen y se cambien regularmente de muda, no consiguen evitar ser portadores de ese olor a col rancia que lo impregna casi todo. Manolo Vilas, el poeta laureado, el novelista alocado y visionario, el Gran Vilas, ha conseguido fabricarse su propio hábitat entre las ruinas apocalípticas de “Z” y solo allí es posible buscarlo: H&M, IKEA, Grancasa, la parada del tranvía… rincones de “Z” que no salen en las postales ni en los libros y a los que ningún otro poeta se atrevería a cantar, lugares cargados de significado poético en los que yo siempre me lo encuentro. 

Quedo con Manolo no para hablar de sus muchos premios como poeta sino para hurgar en su última novela, “El luminoso regalo”, y en sus conversaciones con el Altísimo, “Listen to me”, publicadas en un libro, para recordar a Lou Reed y reivindicar la cultura popular, para imaginar el país en el que nos gustaría vivir y contemplar toda la magnificencia de “Z” desde lo alto de una torre.

Después de leer tu última novela, “El luminoso regalo”, casi lo único que se me ocurre es preguntarte por el tamaño de tu austeriana y metaliteraria polla pero creo que será mejor empezar por “Listen to me”, el libro que andas presentando estos días. A priori, pocas cosas se intuyen más alejadas del universo poético que Facebook. Si hablamos de torres de marfil, de cuartuchos abuhardillados o de litros de absenta la cosa encaja, ¿Pero Facebook? Me gusta mucho Facebook. Yo lo uso en plan festivo y alocado. Dialogo con Dios. Él habla conmigo y yo le escucho y también le contesto. Facebook es como la vida. Ves lo que la gente cuelga y enseguida sabes cómo es esa persona. Si le va bien, mal, si tiene vanidad o es generoso, enseguida lo ves, si es pomposo o paranoico. Hay gente que usa Facebook para maltratar el mundo y eso me da por culo. A mí me gusta porque es el espejo del alma y puedo ver muchas cosas ahí.

¿Es Facebook una versión posmoderna y posindustrial de los espejos del callejón del gato? Facebook es como el espejo de Luces de Bohemia. Facebook es literatura, por eso me interesa. Muchos lectores me envían mensajes privados. Me mandan la hostia de mensajes. No puedo entenderlos ni atenderlos a todos.

¿Qué te hace pensar que un tipo como Dios querría hablar contigo? Dios sigue siendo la idea más grande que ha imaginado el ser humano. Me apetecía dialogar con esa idea majestuosa y enorme. Convierto a Dios en un personaje del siglo XXI con pulsiones tarantinianas. Es un ser macarra, mal hablado, pero inteligente. Ese es el Dios que me he inventado. Lo increíble es que ha triunfado en las redes sociales, hay más gente hablando con Dios ahora mismo. He creado tendencia.

Has puesto al día el viejo misticismo español, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, eres el continuador de su obra. No, no. Mi Dios está muy alejado del misticismo. Está entre Woody Allen y Tarantino. Es un descojono, es una catarata de comedia, es un Dios comediante.

¿Ha sido bien recibido el libro? Llevo varias semanas de promoción con él y me está sorprendiendo la buena acogida que está teniendo. Se ha editado en una editorial pequeña porque no era ni novela ni libro de poemas, no era un libro canónico, pero a la gente le está encantando.

¿También eres activo en otras redes, como Twitter, por ejemplo? No, no. No me quedaría tiempo para nada. Solo Facebook.

¿Es el tuyo el primer libro editado con reflexiones creadas expresamente para ser difundidas a través de las redes sociales y en concreto Facebook? En España creo que sí.

Usas las redes sociales y te atreves hasta a publicar tus diálogos en Facebook en un libro pero lo cierto es que su irrupción es vista con pesimismo. Parece que se impone un nuevo paradigma cultural y que muchas cosas están amenazadas, entre otras los libros… Está claro que hay razones para el pesimismo pero yo estoy harto de eso porque mientras me esfuerzo en ser pesimista la vida pasa y se va y ahí te quedas con tu pesimismo. Un amigo me contó que un día discutió con Bolaño acerca de si durante el franquismo se podía ser feliz. Bolaño decía que no y mi amigo le decía que sí. Hay crisis pero soy feliz o lo intento, por lo menos, lo que no haré será excusarme con ello para ser infeliz. Ese cambio paradigmático no me agobia en absoluto. Estoy cansado de las quejas. Lo que mola es hacer cosas. La gente lo que tiene que hacer es ponerse ya a hacer cosas y quejarse menos. Este es un país cruel, poco tolerante, hay que profundizar en la Democracia. En España no hay respeto por la cultura y eso es lo más grave de todo. Da igual si hay redes sociales o libros de papel, lo que tiene que haber es cultura. ¿Sirve de algo un país sin cultura? La cultura civiliza, hace feliz a la gente. Creo en el poder civilizador de la literatura, la música, el arte. Cuanto más civilizados seamos más cosas querremos hacer y mejor nos irá. Los discursos negativos me dan pena.

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Dices que la cultura civiliza. Casi la conviertes en una droga suministradora de paz y armonía social pero la impresión que uno tiene en relación a la fábrica donde se produce esa cultura es que en ella no reina precisamente la paz y la armonía sino el golpe bajo y el culto al ego ¿Es el ambiente literario tan cutre como se ve desde fuera? La verdad es que es muy barriobajero. Yo he visto cosas muy desagradables. Una de las cosas que más valoro es la tolerancia y en ese mundo he visto formas de intolerancia que me han dejado temblando. He visto a gente en situaciones en las que, si hubieran tenido una pistola a mano, la hubiera usado. Es curioso, pero cuando un periódico nos llama para recomendar una novela, un ensayo o un libro de poemas, nunca recomendamos la novela, el ensayo o el libro de poemas de otro escritor español, nunca el de otro colega. Eso es sintomático. Yo jamás hablo mal de nadie. Todos me parecen bien. Y si alguno no me gusta, paso. De hecho, por sistema, pienso siempre mal de los compañeros que me empiezan a hablar mal de otros compañeros.

Acuchillar al colega… Eso es bueno. Cuando te acuchillan es que ya eres alguien. Mira a Javier Marías, al que le dicen de todo y que, para mí, es uno de los más grandes de este planeta. Eso en otros países no ocurre. En Francia, en Estados Unidos… Aquí sí. En el mundo de la literatura hay muchos egos.

¿Y a qué se debe? Es un problema capitalista. Algunos creen que no hay sitio para todos y eso es comprensible porque lo que uno quiere es vender sus libros. Para ser escritor necesitas lectores, gente que te lea y no te conozca de nada y te diga que un libro tuyo le ha cambiado la vida y a ser posible que viva a miles de kilómetros de ti. Eso es ser escritor. Que veinticinco colegas tuyos te jaleen no te convierte en escritor.

¿Es ese tu caso? Tengo lectores fieles. Hay gente, y me ruboriza enormemente hablar de ellos, que me ha dicho que sus vidas han cambiado después de leer uno de mis libros. Entiendo que Pynchon o Salinger no quieran salir de casa, que prefieran vivir lejos de todo. Ellos tienen miles de esos lectores. En España tienes que salir constantemente de casa o te mueres de hambre. En España solo uno o dos pueden permitirse no hacer bolos, que es de lo que vive en realidad un escritor. En realidad nunca se ha vivido de la literatura, al menos hasta los setenta, con la Democracia el oficio se profesionaliza y hay gente que empieza a vivir de ello. Pero todo eso se ha venido abajo con la crisis. Cada vez hay menos bolos y están peor pagados. Antes pagaban seiscientos euros por un bolo y ahora solo doscientos cincuenta. La crisis ha acabado con el sector cultural y les ha venido muy bien que eso ocurra.

¿No te crees entonces esa horterada de que la crisis es en realidad una excelente oportunidad para lo que sea? Claro que no. Nos dijeron que éramos la hostia, que vivíamos en un país de primera pero no, no lo somos, no vivimos en un país de primera. En Heraldo dejaron de pagarme por mis columnas y yo dejé de escribir. Era muy poco lo que pagaban pero era algo. Hoy en Occidente todo es crepuscular.

Probablemente eso tenga algo que ver con cómo les va a muchas de las industrias culturales de este país y concretamente al Heraldo que lleva camino de convertirse en el referente máximo de la insignificancia. Un periódico que admite colaboraciones sin pagarlas no se quiere a sí mismo. Incumple la primera ley del capitalismo. Vivimos en el capitalismo. Seamos coherentes. Quieren que vivamos en el capitalismo sin estar sujetos a sus leyes fundamentales. No respetar el trabajo intelectual es algo nauseabundo. Es como no pagarle al fontanero que ha estado seis horas mirándote las cañerías. Otra vez Bolaño. Un amigo universitario llamó a Bolaño para un bolo, por aquel entonces Bolaño curraba en un camping. Bolaño pidió pasta y el amigo le dijo que no había pasta. Bolaño le insultó. Con el tiempo el amigo lo entendió. Solo se respeta lo que se paga. No se generan estructuras de respeto a la cultura sino se paga por ella. La gente que lleva años escribiendo, o lo que sea, debe poder vivir de ello. La gente se alegra de esta situación porque cree que el escritor es un maleante y un vago. No saben que en ello se ventila el destino del país. El escritor debe ser profesional. Debe poder vivir solo de escribir.

¿Tú ya lo has conseguido? Todavía no, pero aspiro a ello. Creo en la tradición americana del profesional. El escritor dominguero, no creo en él. Es una figura deplorable, cutre y casposa. Creo en la preparación para ser escritor. No en la Universidad pero sí en escuelas de creación literaria. Para ser escritor sirve más un taller de literatura que pasarse meses estudiando el tema de la honra en el Poema del Mío Cid.

Hombre, estás siendo demasiado duro con ese juicio sumarísimo a los “escritores domingueros”… Yo he sido escritor dominguero, no pasa nada. Además en estos momentos la profesionalización resulta casi imposible.

¿Y entonces? Yo lucho por ser escritor profesional. No tengo vacaciones. Paso el día leyendo, escribiendo, trabajando duramente para ser lo que quiero ser. El concepto occidental de vacaciones no vale para los escritores.

¿Lees mucho? En realidad no leo, robo. Veo a qué escritor puedo robar sin dejar huellas y me lanzo a ello, como todos los escritores han hecho siempre. Paso muchas horas delante del ordenador intentado buscar algo, siempre con la caña echada.

¿Cómo estructura alguien que además escribe esa necesidad de leer? ¿Cómo se organiza? ¿Se divierte leyendo? Leo de forma obsesiva y caótica. Me obsesiono con algo y no lo dejo aunque, claro, si escribo, leo menos. En general el escritor no es un lector normal. Leo sobre todo novela pero estoy totalmente informado de todas las novedades en poesía. Estoy al día de lo que va saliendo pero leo en función de lo que estoy buscando en cada momento. Leo para encontrar soluciones a problemas que se me plantean con lo que estoy escribiendo. Es una lectura interesada y no por placer. Soy como un albañil que mira cómo trabajan otros albañiles. Hace muchos años que no leo por placer. El placer me lo da encontrar en un libro lo que ando buscando. Cuando escribo un libro estoy obsesionado con lo que escribo, con el problema vital que me plantea. Vida y literatura van unidas.

¿No distingues entre ambas? No. Ese el problema de un escritor. Parece un tópico pero ocurre así. Es un proceso no festivo o alegre, te vuelve medio loco. Es un tema cervantino.

¿Es por eso que Manolo Vilas se ha convertido en un personaje recurrente en toda tu obra? Exacto. Tengo la necesidad de que todo sea real. Eso me emparenta con la vida, es un indicio de realidad que, además, me ayuda a establecer una complicidad muy fuerte con el lector. La literatura es energía para vivir y también erotismo. Los grandes escritores han sido grandes folladores.

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¿Cómo los personajes, no solo el protagonista, de tu última novela “El luminoso regalo”? En esa novela puse el dedo en la llaga acerca de un tema que parece superado por las sociedades democráticas occidentales pero que en realidad no lo está: las pulsiones sexuales en las sociedades posindustriales. Existe una erótica del capitalismo, la depredación sexual como adquisición de cuerpos y su exhibición.

¿Ha tenido buen recorrido comercial? Sí, se va vendiendo. Tiene lectores, reseñas en medios nacionales. Está teniendo el recorrido que en España tiene una novela literaria.

El tratamiento que en ella das al sexo es totalmente salvaje. Un tema tan habitualmente escondido bajo montañas de prejuicios y tabúes es mostrado en tu novela no ya desde una perspectiva realista sino hiperrealista. Es tal el baño de sexo que el lector recibe en “El luminoso regalo” que ni siquiera llega a contemplarlo como fuente de excitación o deseo. Yo, concretamente, me he descojonado de risa como hacía tiempo que no lo hacía. Hay gente que se ha mosqueado conmigo. Me han acusado de ofrecer una visión machista del sexo, de hablar solo del sexo en masculino y es verdad que la versión masculina del sexo es más atávica y grosera. Utilizado en un chiste, el recurso al sexo está bien, es aceptado pacíficamente, pero en una novela de cuatrocientas páginas intimida. Pero la novela tiene un giro existencial y se aventura una visión existencialista del sexo: la parte más importante del hombre es el erotismo. Más que el Logos importa el Eros. En este siglo XXI, Eros va ganando el pulso. En épocas racionalistas quizás no, pero vivimos en una época hedonista. Hay una relación profunda de la vida con Eros, es una fuerza de ligazón entre las cosas. El rock and roll, por ejemplo, también es erotismo. Nuestro sentido erótico actual viene del rock de los sesenta, Elvis, Beatles, Rolling Stones…

Esa es otra de las características de tu obra, el rock, y en general, la cultura pop campan a sus anchas por todo lo que escribes. Creo que ello te ha permitido conectar con lectores jóvenes para los que esa cultura es una parte esencial de sus vidas y a la vez te ha ayudado a poner un pie fuera de un colectivo, el de los escritores españoles, que a estas alturas de la película sigue babeando ante la llamada “alta cultura”. Recuerdo que con trece años un amigo me dejó el “Rock and roll animal” de Lou Reed. En ese momento se produjo un cambio trascendental en mi vida. En la Universidad me dijeron que el pop no era cultura, que la cultura eran solo Bach y Calderón de la Barca. Pero yo tenía clarísimo que el rock y el pop eran mi cultura. Durante mucho tiempo, con otros escritores, oculté mi amor por el pop hasta que me di cuenta de que Bach y las “Variaciones Goldberg” me la sudaban un montón. Se ha insultado a mi mundo cultural desde el propio mundo de la cultura. Dylan y la Velvet son tan trascendentales en mi vida como Hegel, Marx o Freud. Ese desdén por la cultura pop es muy fuerte aquí. Elvis cambió el mundo tanto como Freud.

¿Cuál es el balance de esa confrontación entre “alta cultura” y “cultura pop” a estas alturas de siglo? La alta cultura es arqueología pura. Tiene los días contados. La única cultura viva es el pop. Meter a treinta mil tíos en un estadio a escuchar música, eso es cultura. El gran momento de la literatura fue el siglo XIX. Para entender a Elvis no hacía falta haber leído a Shakespeare. Ningún intelectual del siglo XX ha cambiado tanto la realidad como Elvis. Y eso es algo que muchos quieren ignorar.

Aceptar la victoria del pop sobre los viejos paradigmas culturales del XIX o principios del XX supone, necesariamente, aceptar la victoria del mundo anglosajón, y en concreto de los Estados Unidos de América, sobre el viejo continente. Y eso es algo que todavía cuesta, especialmente entre la gente que se dice “de izquierdas” ¿Por qué crees que en España existe ese rechazo tan visceral a la cultura norteamericana? Porque somos un país subdesarrollado estéticamente, y eso es el subdesarrollo. Está todo lleno de mesianismo. Los críticos, en España, te dicen lo que tienes que hacer para ser un gran escritor. Ante cualquier innovación la gente se rasga las vestiduras. Fuera de lo convencional la gente no sabe qué hacer. España, como diría Nietzsche, es un país sin voluntad. América, en cambio, tiene una increíble voluntad de ser. Su comparación nos convierte en auténticos payasos. La política es otra cosa, la política norteamericana es lo más cutre de la Tierra, pero su cultura es lo más. Lou Reed es imposible aquí en España y con eso ya está todo dicho, ya podemos echar el telón.

¿Ese constante reenvío al universo pop, además de para responder a una necesidad de tipo vital, obedece también a una premeditada estrategia de aproximación a esas nuevas generaciones de lectores? Creo mucho en las relaciones intergeneracionales y el pop es totalmente transgeneracional. A Johnny Cash lo escuchan chavales de veinte años. Está claro que me permite conectar con lectores mucho más jóvenes que yo y eso me encanta. Alguien que me lea sin conocer los parámetros de la cultura pop no logrará entenderme. No tengo la culpa de ello pero es un hecho que sin conocer a Lou Reed no puede entenderme como escritor. Mis lectores tienen edades comprendidas entre los veinticinco y los cincuenta años y, en general, conecto bien y me relaciono mucho con escritores más jóvenes que yo.

Pop es también, al fin y al cabo, la invención de “Z”. Quise hacer de Zaragoza una ciudad de cómic, un espacio posmoderno, fantasmagórico, una ciudad ajena a las tradiciones y eso me lo debe esta ciudad y me lo pienso cobrar. Solo el hecho de haberlo intentado es importante, intentar hacer un cómic underground de esta city. Es mucho hacer de Zaragoza Gotham. Pensé que al cabo de cincuenta años solo se soportaría mi visión de la ciudad, algo parecido a la distancia que separa leer a Poe de leer a un escritor de provincias. Reivindico el haberlo intentado. Ese es el camino, no persistir en el costumbrismo sino convertir a Zaragoza en Gotham, por lo menos.

¿Crees haber tenido éxito en tu empeño o al final la Zaragoza inmortal se ha salido con la suya derrotando para siempre a “Z”?  Creo que muchos lo entendieron, no trescientos mil pero sí trescientos, a lo mejor. El humor es algo que no se valora en España.

Ligamos tu literatura a la cultura pop pero si yo tuviera que ubicar a tus novelas dentro de ese amplio concepto pensaría más en la desvergüenza y la mala hostia del punk… Mi última novela es muy punk. Mi escritura es provocativa. He creado una marca. Una página mía se reconoce enseguida. No sé si eso es bueno o es malo pero es así.

Eres de Barbastro, tu origen es rural, pero te reivindicas como urbanita, idolatras a Lou Reed el más urbano de los músicos, inventas ciudades ¿tienes algún problema con los pueblos? Soy urbano. Mi adolescencia no merece la pena ser contada. Todas las adolescencias son iguales. Y la niñez ni te cuento. Todo eso está sobrevalorado, me importa un pimiento lo que piensa un niño de siete años.

¿No hay, pues, en tu infancia un momento estelar en el que mundo se detuvo y adquiriste conciencia de que solo la literatura merecía la pena y que a partir de entonces la pluma sería tu única compañera? No, no. Quise ser escritor después de leer a Kafka, otro urbanita. Kafka es el más. Kafka y todos los demás. Soy kafkiano hasta la medula. Es el tipo que más me importa. Ahora también me importan Scott Fitzgerald, Emily Bronte, Bolaño, Philip Roth, César Aira, Fogwill…

Este año has publicado una novela extensa, un libro de conversaciones con Dios a través de una red social, ¿Cuáles son tus próximos pasos? Ahora estoy con un libro de poemas.

¿Te cuesta pasar de la narrativa a la poesía y al revés? Es un proceso natural. No me complica la vida pasar de una a otra. Lo que no hago es dos cosas a la vez. O una o la otra.

¿Volverás a la novela? Sí. Después del libro de poemas en el que estoy ahora. Será una novela de ciencia ficción pero de corte sentimental. Un poco en la línea de “Soy Leyenda”. No queda nada en el mundo, solo el tío de la novela. No se trata de la soledad sentimental pequeñoburguesa sino de la soledad global en el tercer milenio.

Ha muerto Lou Reed. Nadie ha invocado a Lou Reed más veces que tú… Es que Lou Reed es fundamental en mi vida. Es uno de los grandes genios producidos por la cultura popular. El peso de sus discos supera a cualquier otro creador. Su obra trasciende lo musical y abarca la fotografía, la puesta en escena, la poesía. El rock es como un cocido en el que cabe de todo. Él ha sido uno de los más grandes. Irregular, es verdad, como Picasso o como Dylan, pero el peor de los discos de Lou Reed es inalcanzable para muchos.

Me quedo con sus años en la Velvet Underground… La Velvet vino a decirnos que no hacía falta saber sino tener pasión. Ese es el mensaje del pop. El pop ha traído la libertad al arte. Dylan no sabía cantar pero los que le oían sabían enseguida que aquello era glorioso. Ese es el misterio del pop. Supongo que eso ocurriría también en el siglo XVII y XVIII pero que nadie grabaría a esos artistas y por eso no hemos llegado a enterarnos de lo que hicieron. Woody Guthrie pudo ser grabado y hoy es quien es, si no se habría esfumado. Hay un montón de música popular que se ha perdido, música viciosa, corrosiva, irreductible.

Terminamos siempre nuestras entrevistas pidiéndole al entrevistado que nos recomiende un libro, un disco y una peli. Sé que en tu caso no es fácil. Estoy esperando el estreno de la nueva de Von Trier, “Nymphomaniac”. Creo que será en Navidades. Es totalmente lógico que Von Trier ataque el sexo extremo. Todas sus últimas pelis apuntan en esa dirección. Mi película favorita es “Érase una vez en América” de Sergio Leone. Si tengo que decir un solo disco, diría “Berlin” de Lou Reed. En cuanto al libro es más difícil. Déjame pensar… Es que ni me acuerdo de los libros que tengo en la mesilla. Estoy leyendo un ensayo de Michel Onfray sobre Lacan. Leo bastante ensayo. Te digo uno cojonudo: “El animal moribundo” de Philip Roth.

Jesús Cirac

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