Milton Wolff (III). La Brigada Lincoln abandona Caspe (para siempre).

 

Terminamos hoy la pequeña serie de artículos (concretamente tres) que en El Agitador hemos venido dedicando a la destacada figura del brigadista norteamericano Milton Wolff y a su novela «Otra colina» publicada en España por Ediciones Barataria. En varios capítulos de la misma, Wolff refiere una pequeña crónica novelada de la actuación de la Brigada Lincoln en Caspe en marzo de 1938. A pesar del carácter de ficción de la obra de Wolff, hay detalles de cuya verosimilitud no cabe dudar. Concretamente la ubicación del edificio en el que él y sus compañeros se parapetan y desde el que mantienen a tiro la estación de ferrocarril de Caspe. Después de mucho discutir al respecto, creemos ser capaces de ofrecer una respuesta a este pequeño enigma. 

Captain Milton Wolff, Lincoln-Washington.Apr 1938.
Tamiment Library/Robert F. Wagner Labor Archives
Elmer Holmes Bobst Library
70 Washington Square South, New York, NY 10012, New York University Libraries.

 

» Castle vio la figura que Sam iba siguiendo. Pum. Sam pegó un tiro y la figura siguió andando.

-Ni te has acercado. ¿Cuánto tiempo vas a tener la ametralladora desmontada, Joe?

– El suficiente para limpiarla- replicó Joe, levantando el cañón ante sus ojos entornados al sol-. No le queda mucha vida a este viejo cañón.

Al ya estaba sacando el cañón de repuesto de su mochila. Joe lo levantó y miró a través de él.

-No es que esté mucho mejor, pero algo sí. Venga, empieza a limpiar este…

-Pero si acabas de decir que no merece la pena…

-Es todo lo que tenemos. Límpialo. Mejor que nada sí es.

Pum. Sam disparó de nuevo, y cuando miraron hacia la estación, vieron que había un hombre en el suelo y trajín a su alrededor cuando salieron dos o tres más del edificio para sacarlo de allí.

-Bueno- dijo Sam, acariciando el fusil-. Éste debe ser el fascista número doce al que le he dado con seguridad desde que entré en combate.

-No hay muchos que puedan decir lo mismo.

-Y eso con el fusil…, sin contar la ametralladora.

-¿Cuándo empezaste a contar?- preguntó Castle.

-En Fuentes. Te acuerdas de Murray. Bueno, un día soltó un discurso larguísimo sobre si la guerra no era más que marchar arriba y abajo, para adelante y para atrás, por valles y colinas. Que nunca nadie mataba a nadie. Solo mucho tiroteo por ambos bandos y puede que hirieran a alguien y puede que no y uno nunca sabía…, si no fuera por las listas de bajas. Pero tú no tenías manera de relacionarte a ti mismo con la estadística. Así que yo volví mentalmente a Brunete y empecé a recordar a todos aquellos de los que estaba seguro porque sabía que no llevaba razón. A lo mejor era así para él. No creo que pudiera ver mucho con esas gafas que llevaba, además. Así que yo estaba seguro de dos en Brunete. Y luego ninguno en Quinto y un par en Belchite y dos en Fuentes…

Joe Bianca,cleaning a rifle, and others, Darmos, Apr 1938.
Tamiment Library/Robert F. Wagner Labor Archives
Elmer Holmes Bobst Library
70 Washington Square South, New York, NY 10012, New York University Libraries.

 

-¿Quieres decir que viste a alguien a quien disparar, en Fuentes?- preguntó Castle.

-Eso es.

-¿Dónde, desde nuestras trincheras?- Castle lo quería saber en serio, porque había sido su gran frustración en Fuentes, no ver nada a que disparar.

-Sí, desde nuestras trincheras. Por la mañana. Estaba fuera cavando trincheras. De madrugada. Le di a uno una mañana y a uno a la mañana siguiente…

-Joder, nosotros estábamos en pie tarde y temprano y durante todo el día, ¿verdad, Joe? ¿Viste alguna vez a alguien? ¿A un fascista vivo andando al que disparar?

-Disparábamos a posiciones.

-No me refiero a eso. Me refiero a como aquí. Ver uno y dispararle… Ni siquiera hablo de darle. Sólo de verlo.

Joe no respondió y Sam prosiguió:

-Qué cabronada, ese fue mi número doce.

Castle se quedó rumiando. El sol se colaba ahora por la abertura y pasaba sesgado bajo la techumbre del andén. Vieron que los navarros habían completado las dos pilas de lo que fuera que estaban amontonando. Había un espacio entre las dos pilas y, al mirar Castle hacia los rayos de sol que pasaban entre medias, la luz cambió y la mitad inferior quedó tapada.

-¡Eh, mirad! –Señaló-, entre las pilas. Acaban de mover algo ahí… ¡Santo cielo! Es un tanque. Han traído un tanque para alcanzarnos. Mirad. El cañón se mueve… ¿lo veis?

-Claro, quizá ese sea el mismo tanque… -dijo Sam, quedo-. Claro.

Observaron cómo el ojo del arma los buscaba.

-¿Al? –dijo Castle.

-¿Si?

-¿Tienes balas perforantes?

-Sí

-Espera –Joe se volvió hacia él- Destrozarás el cañón, sin duda…

-¿Por qué? Están hechas para la ametralladora, ¿no?

-Se cargan el rayado…

-Sácalas –Castle se puso a un lado de Al y empezó a sacar los cartuchos de la cinta de carga-. Venga. Sácalas –Dijo a Al.

Observers Jack Freeman and Peter Ambrosiac [?], Lincoln-Washington, Fuentes de Ebro, Oct 1937.
Tamiment Library/Robert F. Wagner Labor Archives
Elmer Holmes Bobst Library
70 Washington Square South, New York, NY 10012, New York University Libraries.

Al abrió una de las cajas grandes que llevaban una marca amarilla en la tapa, donde estaban las cajas más pequeñas de proyectiles, cada uno con su punta amarilla. Le pasó un puñado a Castle, que metió los proyectiles en la cinta, empujándolos bien adentro y poniendo cuidado en que entraran de modo uniforme para que la ametralladora no se atascara.

-Sabes –dijo Castle-, estamos en buen lugar. Alto y seco. Nadie sabe donde estamos. Tenemos buena compañía, la conversación es interesante y los fascistas están ahí abajo justo donde los queremos tener –se puso detrás de la ametralladora, puesto que Joe abandonó sin decir palabra. Se acomodó tras la Maxim. Notó sus empuñaduras grandes y duras en la mano. Sabía que todos estaban pensando que si disparaba ahora, los del tanque descubrirían su posición por el destello de la boca y su cañón les apuntaría sin problemas. Pero siempre había tenido curiosidad por las balas perforantes. Al parecer hacían un agujero en el tanque y luego el fragmento de metal perforado y el acero de la bala salían arremolinados, rebotando en las paredes del tanque y agujereando a los hombres que iban dentro. A lo mejor era el mismo tanque que los había acorralado en aquella calle oscura. Levantó el seguro con el pulgar izquierdo, mientras apuntaba al lugar donde pensaba que podía estar el conductor del tanque, justo bajo la torreta. Pulsó una sola vez el gatillo. Un disparo.

Bandera y banderines del Tercio Castellano de Mola. http://www.requetes.com/album2.html

El mundo entero pareció detenerse en seco. No había manera de saber si había acertado. En la quietud posterior, la escena entró a formar parte de la vida de Castle, se le metió en la cabeza y supo que ahí se quedaría mientras siguiera teniendo cabeza. El momento se separó del tiempo y del espacio. Él mismo tras la ametralladora en un cubo suspendido en el aire, hecho de sol y sombras, desde el que un canal de visión se proyectaba directamente hasta el tanque, y eso era lo único que había en el mundo. Esperó a que algún movimiento le diera alguna pista sobre el siguiente paso. El tanque seguía clavado; su cañón, inmóvil. Y entonces hubo un cambio en la sombra, detrás y encima del tanque. Otro tanque llegaba detrás del anterior. Entonces aparecieron hombres entre los tanques y de repente supieron que el segundo tanque venía a tirar del primero para sacarlo de allí. Castle levantó el seguro y disparó una ráfaga y luego otra. Los hombres que rodeaban el tanque se quitaron de en medio como pudieron.

Hizo un alto y esperó. Se estaba moderando, con la esperanza de que no pudieran apuntar directamente si las ráfagas quedaban cortas. Ninguno de los dos tanques se movió.

-¡La hostia! –dijo-. Esto funciona de verdad.

-Sí –dijo Sam-, suéltales otra. Venga.

-¿Para qué? –Dijo Bianca-. Los ha dejado clavados. No olvides que es el último cañón de la ametralladora que está medio bien.

El sol rozaba ahora la cima de las colinas que se alzaban ante ellos por el oeste, y las sombras inundaban el valle, la estación de tren y la estancia donde estaban.

-Creo que eso es todo por hoy. A menos que se muevan.

-No se van a mover –dio Joe-. Eh, Martinelli, ¿por qué no mueves el culo y vas a ver si ha llegado la manduca?

Luego Joe insistió en que Castle se saliera de la ametralladora. Vació la cámara igual que antes, e igual que antes, empezó a desmontar el arma para proceder a su limpieza.

-Recarga las cintas. Pon una antitanque cada cinco –dijo a Al.

Castle se quitó de su camino y Martinelli se acercó y le dio su fusil.

-Ten. Voy a ver cómo va lo de la manduca.

-Vale. Tráetela antes de que se enfríe, ¿eh?

-No pararé de correr.

Castle pensó en lo curioso de que un tío quedara asociado a la comida de tal manera que cuando pensabas en él, te sugería alimento. Martinelli lo aceptaba sin rechistar.

Kaufman y Joe trabajaban en la ametralladora en silencio, la cara gris azulado era de Al y la de Joe negro azulado, ahora que empezaba a oscurecer. Estaban sucios y sin afeitar porque no había agua para lavarse, sólo vino, y con eso no podías hacer más que beberlo o llenar el depósito de agua de la ametralladora o mantener el polvo mojado. Tenían un aspecto sucio, pese a que todo lo que los rodeaba estaba limpio y ordenado. Habían extendido sacos vacíos y sobre ellos habían tumbado uno de los cañones de la ametralladora mientras Al frotaba una mancha del otro. Joe había desmontado el cerrojo y lo había extendido ante él. Tomó cada parte por separado y la limpió y engrasó. Luego lo volvió a montar y lo envolvió en un trapo engrasado y lo puso a un lado. Se puso a trabajar en la placa de apoyo y el conjunto del mecanismo disparador.

Original: Archivo de la Imagen de Castilla La Mancha. Colección: Fondo Fotográfico Brigadas Internacionales. Signatura: 65048/26.

Al miró por el cañón que había estado limpiando y lo dejó en el suelo. Cogió el de repuesto y le pasó un trapo por dentro, lo sostuvo ante sus ojos y volvió a colocarlo en su sitio. Abrió una bolsa de cinta de carga y empezó a desdoblar la cinta, comprobando cuidadosamente cada bala. En un rincón Sam se había acomodado en el suelo, con la espalda contra la pared y la cabeza apoyada en los brazos, cruzados sobra las rodillas levantadas. Dormía así, con el rifle entre las piernas y el cañón asomando más allá de su oreja derecha, bien ovillado para que el hambre no le despertara y le diera la lata. Joe no podía dormir, ni comer, hasta que la ametralladora quedara limpia. Oscurecía rápidamente, ahora que el sol había caído tras las colinas. Los ruidos de motores y marchas chirriantes y orugas traqueteantes les llegaban distantes. Los tanques no volverían a buscarlos. Pero hacia el norte y el sur, el cañoneo se iba acercando.

Por la mañana dejaron todo preparado para irse. La ametralladora se quedó para el final. Estaba colocada sobre los sacos de harina, de un rojo mate después de humedecerla varias veces, como un monumento de pátina verde sobre un pedestal de granito rojo, impasible, callada e imponente mientras ellos se movían a su alrededor preparando el equipaje. Martinelli había vuelto la noche anterior con el mensaje de que tenían que irse de allí en cuanto estuvieran dispuestas las líneas detrás de ellos, antes de la mañana. Pero ya era por la mañana y no sabían nada. Abajo en la estación los tanques no habían hecho aparición ni tampoco los navarros con sus boinas rojas. Martinelli fue a ver si habían traído café y en busca de novedades. Sam lo acompañó para asegurarse bien. Reinaba un gran silencio y la ausencia de disparos los ponía nerviosos. Castle halló una escalera de mano que llevaba a una trampilla que a su vez se abría sobre el tejado. Trepó por la escalera y levantó la trampilla justo lo suficiente para ver que todas las colinas de los alrededores del pueblo estaban tranquilas y no parecían ocupadas. No había signos de combate por ningún lado. El cielo era algo remoto, azul pálido. La sensación de estar suspendido en la nada le invadió de nuevo. Regresó a la estancia, donde encontró a Joe y Al desmontando la ametralladora.

-Desde aquí no se ve nada –dijo Castle.

-Nos retiramos –dijo Joe- Nadie ha vuelto y esto está demasiado tranquilo, joder. Deben haberse ido ya. Este pueblo da la impresión de estar vacío. Tráete el fusil de Martinelli.

-Yo te cubriré –dijo Castle, sin cuestionar su decisión; estaban todos en el mismo barco, aquí no había rangos-. Yo os cubriré- dijo, apostándose en la abertura, con el fusil de Martinelli a punto.

-No necesitamos que nos cubran- dijo Al.

Castle asintió pero no se movió. Los oyó resoplar bajo el peso de la ametralladora y dar tumbos escaleras abajo.

Había sido una posición cojonuda. Habían podido disparar desde allí y mantener a los boinas rojas brincado sin saber de dónde venían los tiros. Nunca había estado en una posición mejor. Y no quería abandonarla. Pero pasado un rato, el silencio, el paso del tiempo, la vacua luz del día, los edificios sin vida comenzaron a pesarle. Se apartó de la ventana, cogió la manta enrollada y miró la estancia. Dio una patada a uno de los sacos de harina y su bota dejó una ligera impresión en el saco humedecido de vino. Se paró junto al barril y lo inclinó para llenar la cantimplora. Bebió un buen sorbo y la rellenó. Luego bajó las escaleras.

Atravesó el pueblo por las calles desiertas que llevaban a la plaza. La plaza estaba vacía, era un vasto cuadrado pavimentado que orillaban silenciosos edificios; las ventanas, puertas, agujeros de proyectiles, todo miraba a la plaza vacía y a él mismo. Se le puso la carne de gallina. Comprobó rápidamente hacia qué lado se inclinaban las sombras y se inclinó al este.

Deprisa, rozando los edificios, cruzando las vacías calles a la carrera, llegó a las afueras del pueblo. Allí estaban Johnny Gates y otros dos comisarios, con estrellas rojas en las boinas, andando junto a un tanque ruso que rodaba lentamente por la carretera alejándose del pueblo, con el cañón apuntando hacia atrás.

-¿De donde vienes, hay alguien más contigo?- le preguntó Gates.

-No. Al menos yo no he visto a nadie.

-Bien, vámonos pues, tenemos que alcanzar al batallón.

Siguieron al tanque, que se alejaba de ellos a un ritmo constante.

-Es una posición demasiado buena para retirarnos- dijo Castle.

-Volveremos- dijo Gates.»

Pero, desgraciadamente, no volvieron.

Fotografía tomada en 2009 desde la margen derecha del Guadalope. El punto de vista se sitúa algunos metros más al oeste de la posición ocupada por Milton Wolff. Desde ella se aprecia la estación de ferrocarril al otro lado del río, a los pies de Caspe. Fotografía Salvador Melguizo. 

Si bien en la primera entrega de este relato comentábamos su carácter novelado y que tal vez el mapa mental que Milton Wolff pudo guardar de su paso por Caspe estaría algo alterado con el paso de los años, a continuación intentaremos demostrar que en absoluto se trataba de una ficción. 

El día 9 de marzo de 1938 comenzaba la Batalla de Aragón. El Batallón Lincoln-Washington (del que formaba parte Castle), integrado en la XV Brigada internacional, se encontraba desplegado en segunda línea, cerca de Belchite. Fue de los pocos que opusieron resistencia esa jornada al enemigo, hasta que la aviación sublevada los diezmó y tuvieron que retirarse. Cuando la inmensa superioridad de las tropas golpistas arrolló y aniquiló el frente aragonés, se produjeron en muchas ocasiones (aunque con honrosas excepciones) situaciones de pánico que llevaron a los soldados republicanos a una retirada en la que parecía primar únicamente el sálvese quien pueda. De ella y en los primeros días, gran parte de la responsabilidad correspondió a la nefasta actuación de los mandos. 

En este contexto se entiende como el día 11, la 35ª División Internacional se replegó hacia Albalate e Híjar, sin defender el nudo de Lécera. La jornada siguiente, la XV Brigada debía desplegarse entre la carretera de Albalate a Híjar, para intentar sostener la defensa del río Martín, pero el 13 se perdía la última población. Continuó la retirada hacia el este, hasta que como nos cuenta Wolff, en las cercanías de Alcañiz, posiblemente el 14 de marzo, Luigi Longo en persona detenía a los soldados desmoralizados en retirada, y les encomendaba la misión de ir a Caspe. Allí se unieron al general Walters para establecer una línea defensa en la margen derecha del Guadalope, así como intentar defender la ciudad lo máximo posible. Ya parecía claro que no era ése el objetivo principal. Caspe estaba ya medio sentenciada.Del resto de la narración podemos concluir que los hechos se desarrollarían entre el 14 y 16 de marzo de 1938. 

Respecto al edificio que ocuparon con su Maxim, disponemos de los siguientes datos:

· Encontraron un edificio que dominaba una franja de terreno a las afueras de Caspe, una especie de almacén; era como una réplica del molino de Belchite, sólo que más grande y más alto. 

De lo que se deduce, además de por la presencia de sacos de harina, poleas, barriles, etc. que se trataba del almacén de un molino harinero y que estaba en las afueras del núcleo habitado.

· Abajo, justo enfrente de su posición, había una estación de tren. Un andén de madera, techado en parte, con un pequeño edificio en un extremo y unos cuantos carros de mano y vagones por ahí dispersos. Varios hombres con boinas de vivo color rojo aparecieron por detrás del edificio. A unos ochocientos metros, dijo Castle haciendo sus cálculos. 

Luego… tenían una visión directa de la estación de ferrocarril. En un primer momento calcularon que estaba a ochocientos metros, pero tras realizar algunos disparos, la distancia correspondía con seiscientos cincuenta metros.

Comparativa de fotografía aérea del área descrita por Wolff. A la derecha en 1927 y a la izquierda en 2006. Desde su posición en el molino harinero se indica una circunferencia con la distancia de 650 metros corregida por los disparos y la estación de ferrocarril donde se encontraban los carlistas. Interpretación de Salvador Melguizo.

 Así pues, la pregunta es obvia: ¿existía un molino harinero en 1938 que pueda coincidir con estos datos? La respuesta es clara: Sí. Justo al norte de la estación, surge un camino que se dirigía (y en parte ahí sigue) hacía la sumergida ermita de San Bartolomé. Cruzando el cauce del Guadalope, y bajo la acequia de Rimer, se encuentra el edificio que debía tomar las aguas de esta última para hacer girar la maquinaria de molienda. En su planta superior encontraron una atalaya inmejorable frente a Caspe y su estación. En ésta última, se habían parapetado en su avance dos compañías de requetés, la del Tercio de San Miguel (El 4º Tercio de Navarra) y Tercio Mola (V Brigada de Navarra), que sufrirían los disparos sin saber muy bien su origen. 

El día 17, la Vª Brigada de Navarra tomaba la que había sido capital del Aragón republicano.

Milton Wolff,  Jesús Cirac y Salvador Melguizo.

Battalion Captain Milton Wolff, Lincoln-Washington
Jul 1938.
Tamiment Library/Robert F. Wagner Labor Archives
Elmer Holmes Bobst Library
70 Washington Square South, New York, NY 10012, New York University Libraries.

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