Ya van tres años que unos cuantos “amiguetes” nos reunimos el sábado más próximo al 14 de abril. Y lo hacemos no para asaltar el Ayuntamiento, comernos al cura, ni desvalijar el Banco Santander (aunque esto último no estaría nada mal, jijiji); solo se trata de juntarnos alrededor de una mesa. Sin embargo, observo ciertos prejuicios para unirse a nosotros y creo entender el porqué: el término República todavía causa recelos.

El pasado 22-M pudimos distinguir decenas de banderas tricolores ondeando sobre las calles de Madrid. Y aunque no se vieron colores republicanos entre los que libraron una batalla campal contra la Policía, durante estas semanas hemos comprobado que se sigue asociando republicanismo con extremismo de izquierda, con disturbios, y con pedradas contra las fuerzas de orden público. Hay quien piensa que para ser un buen republicano hay que montar jaleo con cualquier pretexto, escupir a las monjas y no acercarse a 50 kms. de cualquier miembro de la familia real si no es para ponerles una bomba como ya hicieran a principios del siglo XX el catalán Mateo Morral o el medio caspolino Sancho Alegre.

Además, solemos asociar el término República con la II República y con la izquierda. Pero en realidad, una República no es de derechas ni de izquierdas, simplemente es un sistema político que descansa en la Ley. La República tampoco es una cosa de ateos: se puede ser republicano y religioso. Otra cosa es que por muy religioso que uno sea, esté de acuerdo en que el Estado también deba serlo.

Hechas las presentaciones diré que apuesto por la III República, aunque no sueño con asaltar la Zarzuela y colgar a los Borbones. Más bien suspiro por la independencia de los tres poderes (no puede ser que el Gobierno se ría de los jueces y amnistíen a quien les de la gana), reivindico un mayor protagonismo del pueblo en las decisiones políticas, y no que solo se acuerden de nosotros cada 4 años y luego se pasen por el forro la opinión aplastante de la ciudadanía en asuntos como la “Ley Wert”. Creo en un Estado laico sin religión en las aulas ni en los actos oficiales pero que respete a los religiosos. Apuesto por un Estado más igualitario y justo, que no permita que la gente se muera de hambre mientras muchos cobran un pastizal o que familias enteras se queden sin casa mientras cientos de miles de viviendas se hallan deshabitadas. Y sí, también quiero el fin de la monarquía pero no por capricho, sino porque todos los españoles debemos ser iguales y disfrutar de las mismas oportunidades para desempeñar cualquier trabajo, incluida la jefatura del Estado.

Si aunque solo sea una vez, alguno de estos planteamientos les viene a la mente cuando escuchen la palabra República, me doy por satisfecho. Y si aún con todo siguen asociando el sistema republicano con nuestra II República, tengan presente que la II tuvo muchas más luces que sombras, que fue un periodo de avances sociales sin precedentes en la Historia de España; que la Constitución de 1931 fue una de las más vanguardistas de su tiempo en materia de derechos políticos y sociales; que trajo entre otras cosas la apertura de espacios para la mujer y que pudiera votar por vez primera en nuestra historia; que abogó por la prevalencia del poder civil sobre el militar y religioso; que habría tenido un desarrollo seguramente más exitoso si se le hubiera dado más tiempo; que no le acompañó la suerte en la coyuntura en que llegó, porque lo hizo cuando empezaban a sentirse los efectos de la gran crisis económica mundial desatada en 1929 y cuando las democracias estaban en descrédito y caían bajo las botas de dictaduras y regímenes fascistas en el resto de Europa; y, en definitiva, que la II República no llegó a sangre y fuego, sino de forma pacífica. Aunque precisamente, a sangre y fuego, acabaron con ella.

Amadeo Barceló 

Viva la República

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