Ricardo Ráfales. “Antes te iluminabas con un candil… No se puede comparar la vida de ahora con la de antes.”

Ricardo no es de mi familia pero es como si lo fuera. No nos unen vínculos de sangre pero para mi padre era como un hermano. Siempre he conocido a Ricardo y siempre en mi casa se ha hablado de él casi con admiración. A mí, además de caerme muy simpático, me resultaba casi misterioso el trabajo que siempre le vi desempeñar. Yo era pequeño y le veía por las calles de Caspe conduciendo su motocultor y su pequeña cárcel para cerdos y no tenía muy claro qué es lo que hacía al frente de aquel extraño convoy. Como digo, era demasiado pequeño para saber que el verbo montar poseía varias acepciones y que, como los humanos, también los gorrinos eran aficionados a montar de vez en cuando. Ricardo desempeñaba un trabajo hasta cierto punto extraño para la mentalidad actual pero necesario en aquella sociedad rural tan impregnada de los colores y los aromas de una posguerra que tantos años se prolongó. La propia necesidad de los servicios que prestaba marcó el grado de evolución de dicha sociedad. Un día ya no hizo falta que Ricardo siguiera llevando la alegría a los cubículos en los que retozaban nuestros gorrinos y hasta ahí duró la cosa. Caspe había cambiado y Ricardo se quedó sin aquel trabajo que tanto me hizo pensar.

Como la de la mayoría de sus contemporáneos, su vida no es venturosa ni está jalonada por grandes acontecimientos. Ricardo pertenece a una generación de españoles cuya principal dedicación ha sido trabajar duramente con humildad y tesón. Las vidas de las personas como Ricardo nos aportan una preciosa información acerca del país en el que vivimos y de cómo hemos llegado a ser lo que somos. Quería entrevistarle hacía tiempo pero me parecía mal hacerlo porque sabía que ello significaba quebrar una norma sagrada: mantener la impermeabilidad entre entrevistador y entrevistado. Sabía que era imposible pretender charlar con Ricardo sin que una parte importante de la conversación la ocupasen mi abuelo, mi padre, los zapatos, la granja. Pero sabía también que un tipo como Ricardo merecía una entrevista y una fría mañana invernal le obligué a renunciar a sus cosas para pasar un par de horas charlando.

Este es el resultado de esa charla. Me he aplicado a fondo para expurgar buena parte de lo hablado con él pero, a pesar del esfuerzo, no he podido evitar que ciertas referencias familiares aparezcan en la entrevista porque creo que aportan coherencia a su discurso. Por otra parte, me hubiera parecido feo andar esquivando la presencia de algunos seres queridos, desgraciadamente desaparecidos, precisamente el día en que me ponía a charlar con Ricardo. Pido disculpas por ello. 

¿Cuándo empezaste a trabajar, Ricardo? Con doce años. De aprendiz de zapatero. En el taller de tu abuelo en el Empedrado. Luego pasamos a la Calle Mayor. Nací con un problema en la pierna y me parecía que aquel era un buen oficio para mí. Antes los zapateros tenían mucho trabajo, se aprovechaba mucho, se ponían tapas, medias suelas… ahora los zapatos no se reparan pero antes sí.

¿También hacíais zapatos a medida? Sí, para la gente que podía, que no era mucha. Había mucha competencia entre zapateros. Lo que hacíamos era muchas botas de montar a caballo.

¿Para quién? En aquella época en Caspe había muchos militares. Nos las enviaban desde Zaragoza y aquí las terminábamos. Teníamos un surtido de pieles en el taller.

¿Cuánto tiempo estuviste de aprendiz? A los cuatro o cinco años se pasaba a oficial. Me acuerdo que cobraba diez pesetas a la semana. ¡Y eso cuando cobraba! Estuve un tiempo allí y luego me establecí como zapatero por mi cuenta, ya en solitario. Aunque luego dejé el oficio, toda la vida me he hecho el calzado para mí.

¿Cuáles eran tus orígenes familiares? Mi padre era agricultor. Éramos ocho hermanos y vivíamos en la Fireta. Cuando la guerra nos marchamos a vivir al campo, en un mas que tenía arrendado mi padre en el Pallaruelo. Toda la guerra la pasamos allí. Al terminar la guerra mi padre pasó cuatro años en la cárcel.

¿Con qué cargos? A mis hermanos mayores les tocó marchar al frente e hicimos un baile en casa para despedirlos. Se ve que hicimos mucho ruido porque al llegar los nacionales una vecina de casa nos denunció por ello.

¿Cómo se llamaba tu padre? José Ráfales Fillola.

¿Era un hombre muy politizado? No, era un agricultor normal y corriente. Si no hubiera sido por la denuncia no hubiera pasado nada.

¿Contó algo de su experiencia en la cárcel? A mi madre le tocaba ir a Zaragoza a llevarle comida y ropa como muchas otras mujeres del pueblo que tenían a sus maridos en la cárcel. De esos cuatro años, pasó dos con pena de muerte. En Torrero los sacaban por la noche para fusilarlos. Pasaban por las celdas y se los llevaban. Mi padre contaba que se quedó solo varias veces porque se habían llevado a los demás y a él no. Tuvo suerte. Otros caspolinos no la tuvieron. Uno de ellos, Ferrer, el guardia, se abrió la cabeza contra un muro antes de que lo fusilaran.

¿Qué recuerdos guardas de la guerra? Yo era muy pequeño. Me acuerdo de un incidente con unos moros, después de la entrada en Caspe de los nacionales. Había un puesto de mando en una casilla de la carretera de Chiprana y unos moros se llevaron a unas chicas de un mas cercano al nuestro. Uno de los vecinos había estado en su día en la guerra de África y, como sabía cómo manejarse con los moros, se fue para ellos y consiguió liberar a las chicas. A los moros los calentaron bien luego.

¿Recuerdas los días del principio de la guerra? Mi padre estaba en El Saso, trillando, y cuando volvimos al pueblo, al querer ir nuestra casa, en la Fireta, nos encontramos con que no se podía pasar por la Plaza así que subimos por la calle Mayor y dimos la vuelta por la Porteta. Me acuerdo de ver la Iglesia ardiendo. Se oían disparos por la calle, la gente bajaba por las calles con animales, con niños… era un desorden. Me acuerdo que a Don Santiago Andreu, que era abogado y tenía mucha amistad con tu abuelo, lo sacaron también al balcón a ver lo que hacían con él… Había muchos caspolinos entre los que entraron en Caspe. Tu abuelo, como otros muchos, se escapó por el monte cuando lo de Negrete. Cruzó el río en la Herradura y por Valdurrios se fue hasta Fraga. Allí había ya muchos caspolinos que trabajaban para Albiac cogiendo claudias. Así que, cuando llegaron a la zona de Lérida y Fraga los milicianos de Barcelona, hubo muchos caspolinos que se les unieron y que entraron luego en el pueblo.

En marzo de 1938, al entrar los nacionales en Caspe, mucha gente se marchó primero a Cataluña y luego incluso a Francia, vosotros no os fuisteis. No, nos quedamos. Mi padre tampoco había sido una persona muy significada en política y no tenía por qué marcharse de su pueblo. Tuvimos la mala suerte de que nos denunciaran por lo del baile de mis hermanos y casi le costó la vida.

Empezaste como aprendiz de zapatero, seguiste como zapatero ya por tu cuenta, pero ese no fue tu oficio definitivo. No. Lo de zapatero no tenía mucho futuro y yo no tenía dinero para ponerme una tienda así que empecé con los cerdos. Me puse cerdas y también sementales.

De pequeño recuerdo verte siempre con el remolque de aquí para allá con un cerdo detrás, eras casi un clásico de Caspe. Antes cualquier familia tenía animales en casa. Los labradores tenían cinco o seis ovejas y dos o tres tocinos. La gente estaba acostumbrada a hacerse sus propias cosas, daban de comer a los bichos, hacían la matanza y comían todo el año. Eran otros tiempos, no había supermercados ni esas cosas. Yo iba por las casas a buscar a las hembras, las cargaba en el remolque y me las llevaba a la granja y allí las cubría el macho. Ese servicio solo lo daba yo, mis competidores no. Eso me ayudó mucho.

¿Cuánto cobrabas? Cien pesetas por cubrición. Y si con una no se quedaba preñada, volvíamos a intentarlo una segunda vez por el mismo precio. Dos paradas en total. En aquellos tiempos mucha gente vivía de los animales y de otros oficios que ya no existen.

¿Cómo cuáles? Mi hermana, por ejemplo, tenía una máquina de hacer fideos e iba por las casas haciendo fideos con harina y agua. Metían la pasta por un lado de la máquina y por el otro iban saliendo las tiras que luego había que ir cortando y poner a secar. Ahora parece casi de risa pero una cosa tan corriente como los fideos no estaba en las tiendas. Me acuerdo que mi hermana cobraba a tanto por kilo y se iba sacando su dinero con eso.

¿Te jubilaste con los animales? Sí. Pero si no me hubiera jubilado hubiera tenido que cerrar igual.

¿Por qué? Porque los tiempos estaban cambiando y la cosa iba cada vez para abajo. Tener el corral en la bajera de la casa era muy aparatoso, daba mucho trabajo. La gente se fue quitando los animales de las casas. Se dejó de hacer la matacía. Luego estaba la competencia de las granjas que se empezaban a implantar con el pueblo. Esos sistemas de producir acabaron con lo pequeño. Tu padre mismo tuvo una granja en Rimer, yo le ayudé a montarla y luego a venderla, ¿te acuerdas tú de eso?

Sí, sí, yo tendría ocho años o así cuando se la vendió, me acuerdo perfectamente de ir con él a dar de comer a los tocinos. Luego también se empezó a regular todo el tema de los animales, a meter regulaciones, a prohibir cosas y mi función se iba terminando. También me iba haciendo mayor y eso había que aceptarlo así que en cuanto pude me jubilé y adiós.

Cuando se produce esa transformación. En los años sesenta se empieza a cambiar los carros y las mulas por las máquinas y todo cambia. Uno de mis hermanos había sido tratante de caballerías toda la vida y luego, de forma natural, se pasó a los tractores que venía a ser lo mismo casi.

Cuando hablo con la gente de tu edad se me acentúa más todavía el rechazo a ese discurso del “cualquier tiempo pasado fue mejor”, ¿eres tú de los que piensan eso? Ahora vivimos mucho mejor que antes, eso no lo puede discutir nadie. Antes te iluminabas con un candil… No se puede comparar la vida de ahora con la de antes. Yo ahora voy todos los días al Hogar del Jubilado a echar una partida. ¿Antes quién iba a tomar café todos los días? Todo es mejor ahora. Lo que hace falta es que dure y que no lo estropeen más, porque últimamente se ven cosas que hacen pensar en que vamos para atrás…

Jesús Cirac

Fotografía tomada el 15 de agosto de 1967.
Fotografía tomada el 15 de agosto de 1967.

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies