Buena parte de las decisiones más importantes de nuestra generación tuvieron lugar en los años 80. En mi caso, antes de finalizar la misma ya tenía claro que prefería a los rusos en lugar de a los americanos. Que era heavy y no rockabilly. Incluso había decidido ya mi marca favorita de cerveza.

Al mismo tiempo, en los albores de esa década, en algún momento que no recuerdo bien, escogí para siempre mis colores. En mi casa no eran especialmente aficionados al fútbol y me influyeron escasamente; sin embargo, yo manejaba mis propios argumentos: Madrid era un sitio extraño, lejano, desconocido. Aquel lugar no tenía nada que ver conmigo. Lo mismo podría decir de Barcelona, por mucho que allí tuviera –como tantos aragoneses- parientes nada lejanos.

Para un chico de pueblo, Zaragoza significaba mucho. Ir allí era flipar con las escaleras mecánicas del SEPU, con el buffet libre de Los Enlaces, con el centro comercial “del caracol” y con las dimensiones de todo. Zaragoza era un lugar mágico que, además, me pertenecía porque allí nací y era la capital de mi tierra. Y resultó que Zaragoza tenía equipo de fútbol de Primera División. Así que, de manera inevitable, surgió el flechazo. No sé cuándo oficialicé nuestro noviazgo, pero un buen día presenté en casa a Juan Señor. Y ahí seguimos.

Durante estos años de relación hemos disfrutado de años maravillosos: surgimos de las cenizas de la promoción y nos fuimos de copas y recopas, beodos de un fútbol de ensueño. En varias ocasiones, contra todo pronóstico, vencimos a los grandes favoritos para llevarse la copa del concurso de baile, como ocurrió ya en el año 1986 y posteriormente en 1995 o 2004. Pero el fútbol es una noria y casi en un abrir y cerrar de ojos pasamos del cielo al infierno: caímos gravemente enfermos a resultas de una mala gestión que por poco nos cuesta la muerte el pasado verano. Desde hace unos años nuestros niños ya no lucen orgullosos como antaño las camisetas del Zaragoza; se han dejado seducir por Cristiano Ronaldo o Messi. Sin embargo, estas últimas semanas han demostrado que no todo está perdido, que los zaragocistas nunca nos fuimos, que seguimos siendo legión y que creemos firmemente en el renacimiento de este club.

A pesar del mal partido en Las Palmas, nos hemos quedado a tan solo seis minutos de Primera División. Creo que antes de pensar en la próxima temporada debemos hacer dos cosas: una, felicitar a Las Palmas porque  lleva un equipazo y en mi opinión se han merecido el ascenso; dos, quedarnos con las mejores sensaciones del Play Off, es decir, la machada de Montilivi y el gran partido contra las Palmas en casa, donde equipo y afición, por fin, nos reconciliamos.

La decepción solo sirve para ser superada. Además, debemos tener la cabeza en su sitio. Tras ver el partido en la Peña, de camino a casa mi hijo mayor mostraba su enfado; aunque yo tampoco estaba como para tirar cohetes, tocaba hacer de padre: le he recordado que esto no es más que un juego, que uno gana y otro pierde, que además Las Palmas ha jugado bien y, que al fin y al cabo, debemos pensar que el fútbol es solo un pasatiempo y que en la vida hay cosas mucho más importantes. Todos los días ocurren verdaderas desgracias, y quedarse en Segunda no lo es.  Me he sentido satisfecho porque lo ha entendido perfectamente.

En definitiva, superemos el mal trago y pensemos en la próxima temporada: toca hacer las cosas mucho mejor desde el primer partido, ser campeones de Segunda, conseguir nuestro objetivo por la puerta grande.

Ha comenzado la cuenta atrás: el año que viene, volvemos a Primera.

Amadeo Barceló

 

 

 

 

 

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