Desde mi ignorancia: las farsas

Porque objetivamente nadie puede defender una elección a dedo con dinero público.  Y debería causar sonrojo, incluso en la intimidad, usar a otras personas para “cubrirse las espaldas”  (que no la moral)

Todo lo que viene a continuación es parte de mi imaginación.  Ahora bien, cualquier parecido con la realidad podría no ser casualidad.

En los oscuros tiempos del socialismo bajoaragonés, cuando el ayuntamiento estaba repleto de peleles manejados por todos sabemos quién, recibí una llamada del Inaem para ofrecerme un puesto de trabajo.  Me contaron las condiciones y los requisitos.  Llámenme cobarde, pero no pienso especificar mas porque no voy a permitirles que conviertan en acusaciones sin demostrar lo que mi mente divaga.

Me contaron, decía, las condiciones y los requisitos.  Las primeras eran poco menos que extraordinarias.  Un auténtico bomboncito pagado con dinero público por el cual suspirarían (suspiraron) muchos diplomados y licenciaditos.  Los segundos eran, digamos, comunes.  Diplomatura, inglés, coche, disponibilidad y conocimientos informáticos, creo recordar.  Nada extraordinario, vamos.  Algo que incluso un mequetrefillo como yo era capaz de cumplir.  Al menos mi currículum así lo indicaba.

Así que contesté de manera positiva a la oferta telefónicamente y dejé que mi ilusión hiciera el resto.
Y mi imaginación trabajó como siempre: a un ritmo desmesurado.  En poco tiempo ya se compró un coche, un portátil de esos pequeños con conexión a interné en cualquier lugar (entonces no era nada común) e incluso estuvo a punto de subir a comprarse un par de camisetas a Losán.  Ya ven: mi imaginación todo lo hace a lo grande.  Pensó qué más podía hacer con tanto dinero y creyó que alimentar a la familia ya sería suficiente, así que a continuación comenzó a preparar proyectos para mi nuevo trabajo.

Aproximadamente un mes después del contacto telefónico me llegó una carta a casa de, digamos, agradecimiento.  Agradecimiento por  haber participado en el proceso selectivo (aunque realmente yo nunca llegué a participar en nada) y lamentando que yo no hubiera sido la persona elegida.
Entonces no lo aprecié, pero aquella carta olía a política que tiraba para atrás.  Olía a apariencia, a cuestión de imagen.  A sonrisa obligada.  Aquella carta olía al “por el qué dirán”

Yo intenté continuar mi vida con normalidad, aunque ya tenía dentro el cuco.  ¿Por qué no habían hablado conmigo?  Si yo cumplía todos los requisitos, ¿Por qué no me había podido defender o estrellar en una entrevista, o en un examen?  ¿Por qué?

Algún tiempo después descubrí por fin, sin siquiera investigar, quien había sido la persona elegida.  Esa persona llevaba el PSOE marcado en la frente y hasta donde mi memoria alcanza a recordar, que admito no es mucho, no ha trabajado nunca lejos de las faldas de dicho partido.  Es decir, exclusivamente por sus méritos.  Aún así, estoy convencido de poder estar equivocado en ese punto.

Ese día comprendí que yo y unos cuantos más habíamos sido seleccionados para cumplir el trámite de realizar un proceso selectivo para elegir, a dedo, a una determinada persona.  Se realiza una selección pública y nadie nos podrá reprochar nada.  Les aseguro que ni por asomo pueden imaginar la desilusión que uno siente al comprobar eso.  Al comprobar que ha sido usado, que ha formado parte de una farsa.  Que le han creado una esperanza que nunca, de ningún modo, se iba a transformar en realidad.  Uno siente una desilusión enorme, una decepción que, no por previsible es menor.  Uno siente todo lo anterior además de asco y rabia y ganas de ponerse el mundo por montera y mandarlos a todos al infierno literalmente.  E incluso me extraña que no lo haga nadie o casi nadie.

Porque objetivamente nadie puede defender una elección a dedo con dinero público.  Y debería causar sonrojo, incluso en la intimidad, usar a otras personas para “cubrirse las espaldas”  (que no la moral)

Las dos veces que se han acabado en Caspe las dictaduras socialistas, hemos creído en la libertad.  Creímos que aquellas sus viejas prácticas se habían acabado.  Pero nos engañaron.  Ambas veces.  Siguieron haciendo lo mismo.  “Ahora nos toca a nosotros”, pensaron.  Sí.  ¿Y donde está la democracia?  ¿Por qué, por venganza, seguís usando nuestro dinero para vosotros?  Nuestro dinero.  ¿Por qué, unos y otros, os comportáis igual que vuestros enemigos?

Ojalá nunca nadie os use como vosotros nos usáis.  Ojalá.

Lo malo es que a uno le duele que el río suene y no poder demostrar que lleva agua.  Y se va a casa cabizbajo, notando una sonrisa en su nuca.  ¿qué digo una sonrisa?  ¡una carcajada!

PD – ¿a que mi mente imagina bien?

Daniel Baquer

Entradas relacionadas

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies