Mensaje navideño de Su Majestad El Agitador

Buenas noches:

Es esta una excelente ocasión para acercarnos a vuestros hogares con un mensaje que quiere ser de paz y de concordia pero también de optimismo y confianza en el futuro. A pesar de las contingencias y los vaivenes que, desde hace ya unos años, vienen haciendo cada vez más difícil la vida de millones de nuestros conciudadanos, en El Agitador seguimos manteniendo viva la confianza en las virtudes y los méritos colectivos que nos unen como pueblo. Es por ello que queremos aprovechar esta noche tan especial para dirigirnos a vosotros desde el respeto y el amor fraterno que os profesamos.

Sabemos que hablar de optimismo y confianza en el futuro puede sonar a guasa en horas tan complicadas como las que atravesamos. No solo debemos lamentarnos por la crisis y sus horribles efectos en términos de paro, desahucios y creciente desigualdad. No solo debemos lamentarnos por los ataques indiscriminados al que, durante décadas, llegó a ser nuestro hábitat laboral, social y económico o por los brutales atropellos que hemos venido sufriendo en cuestiones tan estructurales como sanidad, educación o cultura. Por si todo ello fuera poco, la lista de agravios tiende a engrandecerse hasta el infinito con nuevos proyectos legislativos que se empeñan en devolver a nuestro país a tiempos que creíamos definitivamente idos. Las tasas judiciales, la ley de seguridad ciudadana, el aborto… España parece caminar hacia atrás y nosotros con ella.

¿De quién es la culpa? Nos preguntamos muchos. ¿De Europa por imponer? ¿Del Gobierno por gobernar? ¿De los ciudadanos por obedecer? ¿De todos ellos a la vez? De ninguno de ellos, debemos responder. ¿Qué otra cosa podemos esperar de una Europa gobernada por y para los ricos? ¿Qué otra cosa de un Gobierno de derechas al que los ciudadanos entregaron un cheque en blanco en forma de la mayor concentración de poder de todo nuestro historial democrático? ¿Qué otra cosa de esa mayoría de ciudadanos que le votó que la obediencia ciega? Un análisis estricto de la realidad nos obliga a descender hasta las causas profundas de esta penosa situación, esas que escondemos bajo capas y capas de autocomplacencia histórica y conformismo colectivo.

El desmoronamiento moral que atravesamos no es otra cosa que la manifestación epidérmica de la grave enfermedad que lleva padeciendo España desde hace casi ochenta años: la falta de democracia. Los españoles llevamos ochenta años sin poder elegir a nuestro Jefe de Estado. Primero el Generalísimo y después su delfín. Cuarenta años de dictadura militar y cuarenta años de democracia de guardería. Cuatro décadas de inseguridad jurídica, terrorismo de estado y opresión y cuatro décadas de una democracia en la que no es posible plantearse determinadas cosas. Trece años después del inicio del tercer milenio nos siguen contando un cuento según el cual los ciudadanos de un país llamado España no consiguen ponerse de acuerdo ni sacar adelante el proyecto común nacional sin la concurrencia de una figura paternal, casi mítica, portadora de la estabilidad institucional que la Historia, desde siempre, se ha empeñado en negarnos. Nuestra mayoría de edad política sigue siendo cuestionada de forma sistémica. Se nos piden los mayores sacrificios, se nos exige sangre, sudor y lágrimas como solo a un adulto se le podría exigir y, a cambio, no somos libres ni de cruzar la calle sin ayuda de nuestro tutor institucional, de ese primo de Zumosol al que no hemos elegido y al que no podemos cuestionar.

Nosotros lo tenemos muy claro: hoy, más que nunca, se hace imprescindible revisar el modelo de Estado. No podemos rechazar la corrupción institucionalizada mientras el acceso al cargo más importante del Estado esté reservado a los nacidos de un determinado vientre. No podemos exigir limpieza a concejales y diputados si no somos capaces de mantener alejado el fantasma de la corrupción de los pasillos de la propia Casa Real. No podemos condenar al que utiliza la cosa pública en su propio beneficio mientras existan cargos institucionales cuya única función reconocida sea beneficiarse de la cosa pública sin ningún otro aporte. A la hora de construir una nación, lo primero es empezar por el tejado y de ahí ir bajando hasta los últimos rincones del edificio.

La posibilidad de una República para España es la posibilidad de convertirnos en ese país en el que tantos querríamos vivir, una posibilidad que ni siquiera se contempla en los programas de los partidos de izquierda pero con la que cada vez más y más españoles simpatizan. Puede que la coyuntura todavía no sea la favorable para que la sociedad se atreva a dar ese paso trascendental pero nunca antes se habían escuchado tantas voces críticas con la Monarquía y eso ya significa mucho. Pensemos en positivo, pensemos que esto es solo el principio y soñemos con una Tercera República que quizá no se encuentre tan lejana. Ese es el deseo que El Agitador quiere compartir con todos vosotros en una noche tan entrañable como esta. Alcemos la copa y brindemos todos por ello.

Feliz Navidad.

Feliz 2014.

Viva la República. 

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